EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Cuando comenzó su mandato, Néstor Kirchner se aburría en los cónclaves internacionales y no se preocupaba en ocultarlo. En uno de tantos periplos terminados ante tempus con un regreso abrupto, uno de sus confidentes del gabinete le preguntó si no valía la pena un poco más de contracción y presentismo. “No tengo tiempo, la urgencia argentina me ocupa todo”, dicen que dijo el Presidente. A partir de la Cumbre de Mar del Plata, algo cambió. “Le tomó el gustito”, comenta un ministro que lo conoce y lo respeta bien. Tal vez cambiaron las cosas en Argentina y le dejan un resquicio, tal vez cambió la lectura presidencial. Lo que ciertamente cambió es el mapa político de este sur.
En el breve lapso que corre de la gestión Kirchner se produjeron el plebiscito sobre Chávez, la elección de Tabaré Vázquez y la de Evo Morales. La elite gobernante del sur del continente incluye a un presidente obrero, a uno indígena... tal parece que sumará a una mujer progresista hija de un asesinado por la dictadura pinochetista. Vientos nuevos tornan interesantes a estas comarcas, asoladas por la mayor desigualdad que se pueda encontrar en el mapamundi.
La mirada desde arriba: Estados Unidos conserva su influencia “natural” en México y en Centroamérica donde las rebeldías parecen aplacadas. Bajando al Sur cuenta con Alvaro Uribe. El presidente colombiano que va en auto blindado a la reelección es su mejor paladín, habida cuenta de que Vicente Fox es un pato cojísimo y Alejandro Toledo prepara un mutis sin aplausos. Uribe, dicen los especialistas argentinos en la materia que estuvieron en Mar del Plata, es el verdadero “cuadro pro norteamericano” entre los gobernantes de por acá, aunque Fox se expuso más como vocinglero vocero de George Bush.
El nuevo mapa sugiere que la influencia política americana en la región es bajísima en términos históricos. Hoy la opción “Braden o Perón” no podría reproducirse porque nadie con virtualidades ganadoras se fotografiaría junto a Braden, sería un suicidio. La mirada del imperio mudó de rumbo después del 11-S y ahora intenta posarse nuevamente, lenta pero segura, sobre un territorio que le es ideológicamente distante. La correlación de fuerzas es asaz despareja, como tantas veces antaño. La influencia o el prestigio del país que gobierna Bush está muy, muy caída, acaso como nunca.
Quién es Shannon: “Es la paloma entre los halcones”, propone un baqueano de relaciones exteriores para intentar definir al ilustre invitado de ayer. A ese oxímoron ornitológico, añade un par de referencias por la negativa. “No es un fundamentalista como Cheney o Donald Rumsfeld. Y no es un halcón brutal como Roger Noriega, sino un especialista de excelente formación académica.” Pero nadie piensa por acá que Shannon sea una mosca blanca en Washington.
Shannon hizo un raid multiministerial, vertebrado por dos ejes, el de resaltar la normalidad de las relaciones con Argentina y el de emitir (e intentar percibir) señales acerca de lo que preocupa Evo Morales. Con Julio De Vido habló de inversiones, pero rondó el tema energético, en el que Bolivia juega un rol central. Con Jorge Taiana Shannon elogió la presencia argentina en Haití, pero algún mensaje hubo acerca del líder cocalero que los norteamericanos consideraban sin más un narcotraficante, iletrado por añadidura. Ahora (aun sin haber cambiado mucho su drástico y etnocentrista juicio de valor) advierten que es una pieza esencial en el futuro regional.
El hombre que no es ni Cheney ni Rumsfeld ni Noriega sí será los ojos de Condoleezza Rice cuando Morales asuma como presidente en Bolivia. Su asistencia también será un módico gesto de expectativa.
La apabullante e inesperada victoria de Morales trastocó las hipótesis previas acerca de la gobernabilidad en Bolivia. Por decisión popular, la gobernabilidad se ha depositado en manos del presidente indígena, replicando una tendencia que se propaga en estas latitudes. La derecha retrocede. En parte es consecuencia de sus desaguisados noventistas. En parte es porque algunas de sus banderas económicas (equilibrios fiscales, hasta superávit, pagos a los organismos internacionales) han sido capturadas y resignificadas por fuerzas progresistas de surtida pelambre que les agregan una agenda algo más vasta y estimulante.
“El voto a Evo, mala comparación, es como el que tuvo Perón en ’73, lo eligieron hasta los contreras, esperando que pudiera ser factor de unidad”, dice un funcionario setentista pero, como fluye de sus palabras, no nostálgico. Las comparaciones no deben avanzar mucho más, no son los mismos contextos ni los mismos países. No está escrito que todo debe salir mal, pero sí es pertinente registrar que, como pasó con el peronismo en el ’76, si cae Evo, nada mejor advendrá.
Paz y energía: “En Colombia la violencia es endémica y en todos los países la injusticia social detona violencia anómica, pero, en materia política éste es un período de paz en la región. La paz es el mejor factor de relación con los gringos”, interpreta un diplomático de postín, con varios Pellegrinis corridos. La paz y la estabilidad, ya se sabe, son volátiles en el territorio del realismo mágico.
Las relaciones entre Argentina y Estados Unidos no son “excelentes” como exageró ayer Shannon, pero tampoco son la calamidad que pintó la derecha tras la digna actuación de Kirchner en la Cumbre marplatense. Los elogios por su conducta sistémica en Haití orientan acerca del rol equilibrador que Estados Unidos espera de los gobiernos argentino y brasileño. El crecimiento de las chances electorales del peruano Ollanta Humala enciende una luz de alerta en ese sentido en varias Cancillerías, pues el hombre da la impresión de tener entre ceja y ceja escalar el conflicto con Chile. “Lo único bueno que tiene Ollanta es que, si gana, los yanquis tendrán que convencerse de que Evo es el mayor problema”, ironiza un funcionario con buena entrada al presidente boliviano.
Humala es, por ahora, un riesgo virtual. Y Evo es el principal objeto de la ojeriza de las huestes de Bush. Es la mayor (a fuer de única) esperanza de los explotados de su país, el mal menor para otras minorías bolivianas y el mayor resquemor de lo que antes se llamaba imperio y ahora no suele sindicarse así, sin razones que avalen el cambio.
Shannon vino por todo, pero vino sobre todo por Morales, aunque los relatos oficiales referencien otros tópicos y aunque (en discretas comunicaciones comunes) de Evo no se hable.
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