Jue 13.06.2002

EL PAíS

“Es un mundo donde las utopías son más chicas”

Jaime Durán, politólogo ecuatoriano y ex director de Flacso, opina sobre la crisis de representación y cuenta por qué la política cambió pero los políticos no.

› Por José Natanson

Politólogo y ex director de Flacso, Jaime Durán se encuentra de paso en Buenos Aires, donde participa del seminario de management político que se realiza en el Hotel Emperador. En diálogo con Página/12, el ecuatoriano analiza, con una mirada global y profunda, la crisis de representatividad en Latinoamérica a partir de su experiencia como consultor y analista.
–¿A qué atribuye el descontento con los políticos, que en la Argentina se ha acentuado en el último tiempo?
–Yo siempre digo que hay un diez por ciento de la población que se preocupa por la política, que es la que lee los editoriales, discute encuestas. Y un 90 que no está interesada. Antes, además de no estar interesado, ese 90 no participaba y el diez por ciento manejaba todo. Ahora, en cambio, todos votan. Participan, pero a su manera. Se habla de la feminización del mundo y yo creo que es real. Las mujeres han feminizado la política, y le imprimieron la capacidad de sentido común que no tenemos los hombres. Es un mundo con más sentido común, en el que lo cotidiano tiene sentido y en el que las utopías son más chicas. Si uno es político, candidato o funcionario, tiene que darle importancia a ese 90 por ciento de la gente, tiene que comunicarse con ellos. Y eso significa ida y vuelta, no manipularlos con el marketing ni volverlos idiotas. El problema es que los políticos se concentran en el diez por ciento.
–Esto marca la distancia entre el político y la sociedad.
–El 10 por ciento es como un ring de box: ahí apuntan todos los reflectores, los sociólogos discuten la gobernabilidad, los editorialistas hablan de la democracia y los políticos de sus problemas. Mi impresión es que, antes, el 90 por ciento veía el box y se quedaba quieto. Ahora, en todo Latinoamérica, y creo que es lo que pasó en la Argentina a partir de los cacerolazos y los cambios de gobierno, ese 90 por ciento se está moviendo. Esa gente perdió interés en el box, es decir en los temas de los políticos o los sociólogos. Y empieza a buscar salidas diversas.
–¿Cómo?
–Por ejemplo, buscando candidatos no políticos. En Venezuela gobierna Hugo Chávez, en Ecuador ganó Bucaram: un loco total, que ganó las elecciones de 1996 compitiendo contra un político muy preparado. Bucaram, en la campaña, dijo que era Jesucristo, se contradijo permanentemente. En la segunda vuelta hizo un videoclip, compuso la letra y la música: aparecía cantando en una nube de hielo, decía “me llaman el loco”, después aparecía crucificado en calzoncillos, y los hijos aparecían desnudos, bañados en salsa de tomate para que pareciera un atentado. Duraba quince minutos y se convirtió en el eje de su campaña. Ganó por lejos. Uno podría decir que los ecuatorianos son unos estúpidos y los venezolanos son una excepción. Pero no es así. El alcalde de Santa Fe de Bogotá se hizo famoso cuando era rector de la Universidad: hubo una asamblea, con 10 mil estudiantes, el hombre se subió al escritorio, se bajó los pantalones y mostró el rabo: las fotos salieron en todos los diarios, después ganó las elecciones y hoy el símbolo de la alcaldía es un muñequito enseñando el pantalón. Además, en la última campaña se disfrazó de grillo, apareció saltando en los parques, diciendo que el grillito es la conciencia de los colombianos. En Lima, otro ejemplo: el alcalde habla sólo de fútbol, comenta los partidos. Y otro caso: cuando fue candidato, el alcalde de La Paz usó la novela La Intrusa, que se estaba dando en ese momento en la televisión y que tiene un argumento típico: un hombre rico tiene una mujer rubia y está enamorado de una mulata. El candidato le hizo teñir de amarillo el pelo a su mujer, dejó trascender que estaba enamorado de una empleada indígena y permanentemente difundía que su esposa lo descubría. Todos seguían el tema y la campaña imitó a la telenovela: cuando hizo el cierre, con un acto masivo, el hombre llegó aplaudido junto la indígena, que también fue aclamada. A la mujer la echaron a patadas del acto.
–¿Usted cree que ganan los más ridículos?
–No. Creo que hay una serie de códigos de comunicación, ideas, intereses, que están afuera del ring, pero que logran interesar al 90 por ciento. De a ratos asoma de la oscuridad un tipo como Chávez, que corre a mazazos a los boxeadores porque está expresando a un amplio sector de latinoamericanos. Ellos imponen su agenda y hacen política a su manera.
–¿Cree que esto puede darse en la Argentina?
–Las cifras de las encuestas hoy se parecen mucho a las de la Venezuela antes de Chávez, o Ecuador antes de Bucaram: desencanto total con la clase política. Entonces, con la crisis del peronismo y el radicalismo, si aparece un candidato capaz de interpretar a la gente, sus sueños de empleo, modernidad y consumo, podría ser el nuevo Presidente. No tiene necesariamente que ser un loco. Tiene que interpretar a ese 90 por ciento.
–El planteo es peligroso, porque el consejo podría ser tratar de llamar la atención a cualquier costo para que alguien lo vote.
–No, la idea es ser imaginativo, construir una nueva comunicación.
Tiene que haber investigación permanente, no encuestas idiotas sobre temas idiotas, sino tratar de entender qué piensa la gente. Y si te comunicas adecuadamente, la cosa funciona. Eso es hacer política de una manera moderna, utilizando los nuevos recursos. Y esto no significa ser estrafalario sino dejar de ser aburrido. No hay ninguna razón por la cual los políticos tengan que aburrir a la gente. Por ejemplo, uno compara un show de Frank Sinatra y el último concierto de Madonna: hay una distancia del cielo a la tierra. El concierto de Madonna es una maravilla de la técnica y la imagen, y el de Sinatra es un señor cantando con un micrófono. Lo mismo con un comercial de Coca-Cola de hace 50 años: si se compara con los últimos, hay un abismo. Ahora bien, si uno compara a Duhalde con Perón, parece el mismo señor hablando de las mismas cosas, con el mismo formato, el mismo lenguaje, la misma ropa. Los dirigentes políticos siguen con la misma corbata, dando la misma conferencia de prensa y aburriendo a la gente con los mismos temas. Y el problema de Duhalde es que, si quiere que alguien lo escuche, no sólo tiene que competir con otro candidato. Tiene que competir con Madonna.

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