EL PAíS › PRIMEROS TESTIMONIOS SOBRE LO OCURRIDO EN LA COMISARIA DE LAS HERAS
Ayer se tomaron las primeras declaraciones en la causa que investiga la muerte del oficial Sayago. Un testigo aseguró que vio ocho armas entre quienes se acercaron esa noche a la comisaría y que los portadores eran jóvenes del lugar. Los policías heridos aseguraron que la agresión estaba organizada. La autopsia confirmó que Sayago también recibió una puñalada.
La fibra indeleble va marcando cada impacto con un número. Así van pasando el 41, el 42, el 43, cada uno en distintos lugares de la puerta de entrada de la comisaría N° 2, que funciona también como alcaldía. El perito en criminalística de la policía de Santa Cruz está haciendo su tarea bajo la atenta vigilancia de efectivos uniformados y de civil. Los números podrían llegar a 130. Según la policía, esa fue la cantidad de impactos que exhiben las paredes de la seccional, y también aseguran que las primeras pericias indican que fueron disparadas desde diferentes ángulos. A partir del enfrentamiento entre manifestantes y policías en la madrugada del lunes, la comisaría de dos pisos inaugurada en abril de 2002 –como reza un cartel que recuerda al gobernador Néstor Carlos Kirchner– se convirtió en uno de los escenarios paradigmáticos de esta ciudad perdida en la estepa patagónica. Otro escenario importante es el Juzgado de Paz de Las Heras, donde se instaló la jueza de instrucción de Pico Truncado, Graciela Ruata de Leone, para comenzar la investigación por la muerte del oficial de policía Jorge Sayago. Ayer, la magistrada comenzó a tomar declaraciones y se encontró con las primeras sorpresas. Un testigo inesperado, el albañil Roberto Ramírez, aseguró haber visto ocho armas –una con mira telescópica– en la protesta del lunes a la noche. “No vi gente de afuera, lo que vi eran muchos chicos, pibes del pueblo. Muchos se van a enojar conmigo pero era gente de acá”, dijo luego el albañil Ramírez a los periodistas.
Ramírez, de 42 años, declaró dos horas ante de la jueza. Su testimonio, si es tenido en cuenta, podría despejar de la causa la sospecha de que actuaron “infiltrados”, como se especuló en un primer momento. Después de prestar declaración, Ramírez contó a la prensa de qué fue testigo aquella madrugada. Dijo que vio “ocho armas” en medio de la noche –muy oscura, en Las Heras no hay iluminación pública– y que se trataba de “dos rifles y seis armas cortas”.
“Me llamó la atención algo que llevaba uno en la mano. Pensé que era una piedra y cuando miré bien era un calibre 22. A otro lo vi por un fogonazo. Estaba tirado en el piso y tenía un rifle con mira telescópica. Disparaba casi de frente a la comisaría, más tirado a la izquierda. Andaba en una Ford vieja y parecía un cazador de liebres. En la camioneta tenía una ganchera para las liebres. Eran conocidos. No vi encapuchados. No eran petroleros”, dijo. Algunos vecinos, consultados por Página/12, se resistían a dar mucho crédito a las palabras de Ramírez.
A dos cuadras de la comisaría baleada está el hospital de Las Heras. Allí están internados tres policías con heridas de bala de bajo calibre. Héctor Leal, con un impacto en la espalda; Arturo Varela, que recibió un disparo en la mano, y otro de apellido Victoria, que recibió dos perdigones en el estómago. Leal y Varela declararon ante la jueza en el mismo hospital. También hablaron con los periodistas. “Pensábamos que eran piedras, pero después nos dimos cuenta de que también eran tiros”, dijo el primero. “Estaban organizados, parecía que disparaban en forma coordinada”, aseguró el segundo.
“Cuando salimos a rescatarlo Sayago ya estaba tirado en el piso. En ese momento nos pegaron a nosotros. Cuando trataba de levantarlo sentí el golpe en el hombro y perdí la respiración”, reconstruyó los peores momentos de la noche del martes uno de los policías.
La investigación no sólo se basa en la búsqueda de testigos. La autopsia del cuerpo de Sayago dejó al descubierto otra novedad: además del balazo y del golpe mortal en el cráneo, el policía había recibido una herida de arma blanca en la espalda. Según el ministro de Gobierno de la provincia, Claudio Dalle Mura, Sayago recibió el puntazo y el golpe en el cráneo luego de caer al piso por el impacto de una bala de calibre 22.
“Si no se actuaba como se actuó copaban la comisaría y la prendían fuego”, justificó Dalle Mura. Distinta es la opinión del dirigente del sindicato petrolero Mario Navarro, cuya detención desencadenó el enfrentamiento con la policía. “Ese lunes había un cuarto intermedio en el conflicto. Nos lo había prometido Dalle Mura. Por eso cuando me detuvieron, más allá de que lo había ordenado el fiscal, la gente reaccionó indignada”, aseguró.
Meseta negra
En el hospital donde están alojados los policías hay un televisor que transmite las noticias de Las Heras a través de la mirada de los canales nacionales. Las empleadas que trabajan en la planta baja –a cargo de la portería, la seguridad y la limpieza– no parecen muy conformes con la forma en que están contando las noticias.
“Acá la lata de leche Nido sale 12 pesos. Un kilo de carne 20 pesos. Se dice que los petroleros ganan 4 mil pesos, pero la canasta básica supera los 1400 pesos por mes. Y hay mucho sacrificio. El clima es muy inhóspito y el ritmo de trabajo muy fuerte”, cuenta una mujer que bordea los cuarenta años y es “nyc” (nacida y criada) en la ciudad. Pero no quiere dar su nombre. “Acá vivimos con miedo”, dice aunque sin precisar la causa de sus temores. Acaso el recelo tenga su explicación en los 14 mil habitantes que hacen de Las Heras una ciudad de grandes espacios vacíos. “A mí me sorprendió lo que pasó. Porque acá nunca pasa nada, nos conocemos entre todos”, afirma el remisero Alberto Mendoza.
Pero el clima bucólico es sólo una fachada. En las paredes se ven rastros de un enfrentamiento que sigue latente: a una cuadra de la municipalidad, sobre la calle Julio Argentino Roca, alguien escribió una pintada reciente. Al lado del símbolo tumbero de los cuatro puntos que rodean a un quinto (significa “muerte a la policía”) se lee: “Juan se la da a los canas”.
La municipalidad está vacía porque el gobierno provincial decretó tres días de duelo en toda Santa Cruz. Los funcionarios de la comuna, entre ellos el intendente José Martinelli (ex radical, ahora kirchnerista), se encuentran todos en la iglesia. Fueron a escuchar al obispo de Río Gallegos, Juan Carlos Romanini. “Aquí hay sangre que ha salpicado a toda la provincia. Es muy triste que nuestra provincia se haya ensuciado con esto”, dice el obispo en la misa. Entre el público lo escuchan unos cuantos policías vestidos con uniformes camuflados.
Mientras funcionarios y policías escuchan misa, los impulsores de la protesta esperan en las afueras de la ciudad. Son los petroleros y sus familias. Tienen rostros quemados por el sol, usan ropa de trabajo gastada por el uso y manchada con grasa. Varios también llevan puestos anteojos negros. Son casi cien manifestantes, casi todos hombres. Muchos están allí, sobre la ruta 43, con sus autos y camionetas. Saben que están afectando intereses importantes. “Con estos días de paro y corte de ruta, Repsol perdió 4 millones 100 mil dólares por día. Y la provincia un millón 800 mil en regalías. Nosotros no vamos a aflojar”, dice un compañero de Navarro. El sol se está poniendo al final de la meseta e ilumina a los cuarenta pertrechados miembros de la Gendarmería que custodian las dos banquinas de la ruta. Los vuelve rojizos, pero no tanto como el altar profano que rinde culto al Gauchito Gil en la entrada del pueblo. Contrastes: el rojo del gaucho en el terruño del oro negro.
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