Por la tarde parecía que los trabajadores petroleros estaban cerca de un acuerdo con Repsol. Pero, por la noche, votaron seguir con la protesta. Volverán a la ruta, pero anticiparon que el corte no será total para evitar roces con la Gendarmería. Hoy seguirán negociando.
El local del sindicato de petroleros privados está lleno de caras serias, sentadas en largos bancos de madera, que muestran un indisimulable contraste en edades y tonadas. La mayoría son hombres de más de cuarenta años, que hablan en voz baja casi sin mover la boca. El contraste lo aportan dos trabajadores de Cerámicas Zanón –la empresa recuperada que fabrica mosaicos– y una mujer joven inquieta que habla como porteña y ceba mate. En una sala contigua están reunidos los delegados del gremio, entre ellos Mario Navarro, y los demás esperan bajo la frase pintada de rojo que recuerda al 1º de Mayo. Están discutiendo el intento de acercar posiciones con Repsol-YPF que está llevando adelante el cura Juan Carlos Molina. Como la empresa de capitales españoles se negó a recibir en Comodoro Rivadavia a los dirigentes de la protesta, el sacerdote se ofreció para ir hasta allí en busca de un acuerdo. Los trabajadores reclaman una solución para los descuentos por el impuesto a las Ganancias y que los obreros incluidos en el convenio de la Uocra puedan pasarse al más beneficioso de los petroleros. A la noche, tras analizar los mínimos avances de la negociación, los manifestantes decidieron volver a la ruta aunque sin cortarla en forma total, para evitar choques con la Gendarmería.
Los obreros del petróleo muestran un panorama muy distinto al de los cortes de ruta de los centros urbanos. Están a la vera de la ruta con sus vehículos, se mueven en grupos, casi no hay mujeres. Tal vez los familiares estén en sus casas, porque ya van más de quince días de ocupación de la ruta 43 y bloqueo del acceso a Las Heras. Navarro se mueve entre sus compañeros con la seguridad de saberse reconocido. Desconfía un poco de los periodistas y sus colaboradores le dan más razones.
“No puede ser lo que están diciendo algunos periodistas. No sabés las boludeces que está diciendo por la tele”, le cuenta otro delegado que acaba de llegar con su camioneta. Navarro escucha en silencio y decide mantener la prudencia. No quiere contar públicamente los avances que está logrando en la negociación.
Son las nueve de la noche y las noticias del sacerdote que ofició de mediador parecen favorables para los petroleros. “La situación ha cambiado ostensiblemente. Hay un acercamiento con las operadoras (Repsol, Vintage Oil y otras) y el gobierno nacional. Aunque yo no juzgo las intenciones, juzgo los hechos”, dice Navarro a los medios. Cuando los movileros se alejan, le comenta a un compañero más joven, visiblemente ansioso: “El encuadramiento petrolero (el pase de los trabajadores que pertenecen a la Uocra al sindicato del petróleo) sale en 30 días. Quedate tranquilo”. El clima de optimismo se traduce en una primera asamblea, organizada a un costado de la ruta, en un badén que los mantiene a salvo de la mirada escrutadora de la Gendarmería.
Hay aplausos y se decide suspender la medida hasta el día siguiente. Los trabajadores comienzan a subirse a los autos –en Las Heras todo el mundo tiene vehículos por las distancias– y a desconcentrarse hacia el pueblo. La caravana pasa delante del cartel que presenta al pueblo como “sede del motoencuentro más austral del mundo”. La incógnita se salva enseguida: una vez al año, los motoqueros de la Patagonia se dan cita en la ciudad más rica en pozos petrolíferos de Santa Cruz. En la ruta sólo permanecen algunos demorados, más el contingente de uniformados que se complementa con un jeep y un helicóptero blanco y verde de la Gendarmería. El panorama cambia poco después. En una nueva asamblea, los trabajadores anuncian que retomarán la medida en la mañana del viernes.
Uno de los puntos de discordia fue la contrapropuesta de Repsol de abonar sólo el 50 por ciento del salario de los días que los petrolerosestuvieron en huelga. Con la otra mitad asegura que beneficiará a organizaciones de caridad.
Aunque no le vean la cara directamente, los obreros conocen a la perfección a su contraparte en las tratativas: el gerente de Repsol para la zona sur, Roberto Domínguez, afincado en Comodoro Rivadavia. Es la hora de la cena y las familias desaparecen de la ruta. La comida en Las Heras es muy cara. Un kilo de carne de un corte normal puede salir 18 pesos. Todos los alimentos son caros, por la distancia que debe hacer el flete. Y los supermercados, aseguran en la ruta, se aprovechan: “Apenas se enteran de un aumento salarial, remarcan los precios automáticamente”.
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