Silvia Dowdall es psicopedagoga y trabajó para Unicef en la localidad de Las Heras. En este reportaje habla de su experiencia.
› Por Alejandra Dandan
Silvia Dowdall es psicopedagoga y una de las coordinadoras del PIN, un Programa de Resolución de Conflictos de Poder Ciudadano. Llegó a Las Heras por primera vez detrás de la ola de suicidios que a fines de los ’90 se llevó a 22 adolescentes del pueblo. Habían pasado más de cinco años desde la privatización de YPF, que inició el proceso de desocupación que se repitió entre buena parte de los pueblos petroleros. En pocos años, su población pasó de 16 mil a 9 mil habitantes. Pero esa realidad ahora es distinta. La geografía, el dinamismo ciudadano e incluso las muertes en aquel cementerio de cigüeñas desde hace unos tres años empezaron a quedar atrás. Según datos de la Secretaría de Acción Social de Las Heras, en los últimos años el pueblo recuperó a sus 15 mil habitantes, un número comparable con las mejores épocas del auge del oro negro. En una entrevista con Página/12, Dowdall ayuda a reflexionar sobre estos cambios y los efectos del nuevo auge.
Dowdall llegó a Las Heras convocada por Unicef, que terminaba de hacer un diagnóstico en el pueblo y buscaba una intervención directa en tres áreas conflictivas: salud, sexualidad y resolución de conflictos. Con su compañera Amelia Pugliese se puso a trabajar en las escuelas de Las Heras. “Creo que Unicef quería trabajar con la localidad debido a la preocupación que aparecía en torno de los jóvenes y la infancia”, dice.
–Porque estaba el problema de los suicidios.
–Claro, porque se habían suicidado entre el año 1999 y 2000, 22 chicos en una franja de edad que creo que era entre 11 y 20 años. Una franja de edad baja que empezó con una nena de 12 años. El diagnóstico de Unicef arrojaba la necesidad de hacer sí o sí una intervención.
–¿Qué fue lo que se pudo individualizar como detonante de los suicidios?
–Unicef no planteó una hipótesis causal, por decirlo de alguna manera. Y después de trabajar mucho tiempo allí, uno podría decir que no hubo una variable sino una conjunción. Aunque suene raro, desde el viento o el clima. Son sensaciones más perceptivas que uno tiene en el lugar, porque es un lugar que produce una cosa de mucho encierro. Es una localidad con viento y frío donde todo pasa, digamos, en una situación de encierro. Hay o había poca gente circulando por la calle; todo circulaba en lugares cerrados. La calefacción fuerte. Las ventanas cerradas.
–¿Esa situación de encierro era una metáfora de la situación social?
–Yo diría que ese “sin salida” metafóricamente se puede unir a cualquier situación de violencia. Porque el suicidio es una forma de violencia y el matar a otro también. Lo que lleva a un acto tan impulsivo es una situación de sin salida. Pero hay muchas variables. La conformación del pueblo, hay que recordar que surgió como una aldea de petroleros que van itinerando; la gente no es de la localidad y viene desde afuera. La sensación es que había variables distintas.
–¿Las privatizaciones tuvieron que ver con eso?
–No sería serio ni profesional decirlo. ¿Por qué gente que pasa situaciones de catástrofes graves puede restablecerse y otra a la que le pasan cosas menos importantes cae en situaciones de depresión profunda? No hay motivos causales directos. Es lo que pasa y lo que uno hace con lo que le pasa. Digamos, este pueblo pudo hacer poco con lo que le pasó en un primer momento. El programa nuestro tiene que ver con eso: para nosotros era importante embestir a los jóvenes de futuro.
–¿Qué decían al principio y qué ahora?
–Al principio estaban muy impactados por el tema de la pérdida, porque alguno había perdido a un amigo, a un hermano. La verdad es que estaban preocupados. Tocamos muy pocas veces el tema porque no queríamos ser intrusivos. Sólo en algunas conversaciones, ellos hablaron del miedo. Y que sentían una situación de sin salida. Y lo que trabajamos fue que ellos pudieran cuidarse cada uno y entre ellos. Los jóvenes en Las Heras no tenían nada que tuviera que ver con esparcimiento.
–¿Qué no había?
–No había un cine, no hay un video. Pero tampoco hay un debate de un cine que venga una vez por mes de Buenos Aires. No tenían diversión. No tenían esparcimiento, y menos actividad cultural. Aunque tenían un gran potencial: porque estoy hablando de cuatro años de diferencia y ahora ellos están distintos.
–¿Cómo era el futuro imaginado?
–El problema es que no estaba planteado. Ojo, es una muestra. Pero en los pocos indicadores que pudimos ver no aparecía el tema del futuro porque si era “irme a estudiar a Comodoro”, tal vez no se podían ir. Yo hoy veo jóvenes con una actitud creativa, innovadora, con proyectos distintos. Y fundamentalmente veo adultos distintos. Adultos que acompañan y que quieren sostener a estos jóvenes en esto. Hay agentes comunitarios comprometidos: maestros, gente de la municipalidad, de las empresas, la gente del hospital que trabaja con madres, con presos, con ancianos; hay gente involucrada en proyectos con el cine. Yo los conocí hace cinco años pero ahora son distintos: están ayudando en un proyecto comunitario. Veo como un pueblo más en movimiento que antes estaba paralizado.
–¿Se puede pensar entonces como hipótesis que el movimiento que se empieza a ver en las rutas, en la calle, puede tener que ver con una reanimación del pueblo en ese sentido?
–El movimiento que hay en las calles o en las escuelas sí tiene que ver con la reanimación, desde mi punto de vista, del pueblo. El movimiento que aparece actualmente en las rutas responde a otras variables y a otro contexto que trasciende mi intervención en el lugar.
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