Dom 16.06.2002

EL PAíS

Las asambleas cuentan desocupados y tratan de encontrar soluciones

Varias están realizando censos, algunas están comenzando a generar emprendimientos y creando instancias de contención y de apoyo.

› Por Irina Hauser

Carlos Ferrando, un asambleísta de Scalabrini Ortiz y Santa Fe, llevaba un cuestionario de siete preguntas en la mano. Les tocó el timbre a algunos vecinos y entrevistó a un puñado de conocidos en un bar de la zona. Una y otra vez vio cómo se repetía delante suyo una reacción casi calcada, un gesto de amargura, los ojos cerrados, la mirada gacha, ante la primera pregunta. “¿Cuál es su situación laboral?” decía la encuesta. Primero venía un silencio, después “un cierto pudor por admitir estar desocupado”, relata. “Vi a la gente con vergüenza de contar que la está pasando mal”, agrega. La asamblea a la que pertenece Carlos es una de varias que vienen incluyendo entre sus actividades la realización de consultas barriales, muchas de ellas planteadas como censos de desocupados. Son intentos de autoconocimiento donde la clase media revela cifras de desempleo alarmantes y una desazón agobiante.
El relevamiento de los caceroleros de Scalabrini Ortiz y Santa Fe, que se hizo con un diseño de dos sociólogos de la asamblea, mostró un mapa laboral donde el 23 por ciento se definió como desocupado, el 4 por ciento dijo que estaba buscando trabajo, un 1 por ciento dijo estar en estado de mendicidad, 47 por ciento tiene trabajo, 15 por ciento son estudiantes y 10 por ciento jubilados. La consulta incluyó 150 entrevistas, que fueron hechas por 15 asambleístas en abril, y abarcó grupos etarios de 15 años en adelante, tomando igual cantidad de casos de varones y mujeres. Además de la situación de empleo, fueron incluidos otros temas vinculados con el aumento de tarifas, la participación popular y los intereses (ver aparte).
–¿Pero cómo es esto? ¿La asamblea hace cosas para conseguir trabajo? –preguntó con ojos destellantes una señora desconcertada con la encuesta.
–No es eso, sólo buscamos conocer la situación de nuestros vecinos, cómo nos ven, qué esperan y sus propuestas. De todos modos, nuestro próximo boletín incluirá una bolsa de trabajo –explicó Carlos.
En realidad, las diferentes asambleas que se embarcaron en trabajos de este tipo lo hacen con objetivos de lo más variados. Coinciden en el intento de entenderse a sí mismos como conjunto y en la convicción de que cualquier iniciativa que tomen para paliar urgencias no elimina los reclamos al Estado para que cumpla con sus funciones. Pero mientras algunos asambleístas plantean iniciativas de trabajo cooperativo, otros gestionan bolsones de comida del Gobierno de la Ciudad o intentan armar comedores comunitarios, otras asambleas arman registros de oficios y profesiones para ofrecer en el barrio, o montan sus propios talleres de capacitación y hasta de asistencia psicológica para desempleados.
La asamblea de Parque Rivadavia llegó a empadronar a más de 400 desocupados. Los vecinos instalaron una mesa en la esquina de Acoyte y Rivadavia y se encontraron con un aluvión de gente, del barrio y que estaba de paso, ansiosa por dejar sus datos y sellar el testimonio de su precaria condición. “Tuvimos que ser muy cuidadosos con las expectativas de quienes se acercaban. Les teníamos que explicar que no los estábamos inscribiendo para ningún puesto de trabajo específico, que somos de la asamblea del barrio y que estamos tratando de conocer quiénes somos y qué necesidades tenemos para, en función de eso, actuar”, explica Jorge Leguizamón, quien con 13 años como empleado bancario y 11 de cartero, hoy está en la calle. “Yo estaba muy desanimado, hasta que me acerqué a trabajar en todos estos proyectos de la asamblea”, dice.
Con el padrón terminado, estos vecinos de Caballito intentaron ofrecer servicios de desocupados en consorcios y comercios y también pidieron planes Trabajar. “No nos fue muy bien con esto, pero cuando llevamos el listado a funcionarios de Promoción Social logramos que nos asignen 70 bolsones de productos de almacén”, explica Jorge. “No queremos hacer caridad sino integrar a la gente a un trabajo colectivo. Por eso buscamos alternativas como, por ejemplo, una huerta orgánica que ahora está en etapa de siembra”, añade.
¿Asistencia o autogestión?
Si la asamblea debe o no asumir un rol asistencialista y si es conveniente que se vincule con el Estado son dos de los grandes temas debate entre los caceroleros. Con el tiempo, algunos le han encontrado la vuelta. La asamblea de Boedo tomó una experiencia que se aplicó en Europa –para ayudar a los países pobres– y que allí se conoce como “comercio justo”. Después de confeccionar una nómina que dio como resultado 80 desocupados, empezaron a diseñar un proyecto que consiste en generar un mercado comunitario donde se venderá mercadería de productores bonaerenses que están teniendo dificultades para darle salida. La gente del barrio que está sin trabajo se encargará de montar y administrar el emprendimiento. Además, los vecinos que elaboran comida, ropa y otros artículos tendrán allí un espacio donde vender su producción. Todo esto está en plena organización mientras están a la búsqueda de un espacio físico donde concretarlo. “Entre todos los que trabajen en esto se repartirá la ganancia en partes iguales. Queremos generar trabajo solidario”, señala Florencia, de la Comisión de Trabajo.
La asamblea de Córdoba y Anchorena aún no terminó su censo pero ya está organizando una cooperativa de servicios donde algunos habitantes del barrio ofrecen sus especialidades (desde electricistas hasta profesores de danza) a bajo costo. Los vecinos del Cid Campeador tienen una comisión de desocupados, donde se empadronaron 80 personas en esa situación, muchas de clase media pauperizada y otras que viven en casas tomadas. “La idea es que, además de recurrir a los bolsones de comida y gestionar emprendimientos propios, ese grupo funcione como lugar donde la gente pueda expresarse y hacer catarsis entre iguales”, describe Octavio.
En Villa Luro se quedaron muy impactados con los primeros testimonios recogidos en mesas ubicadas los sábados en Rivadavia y Lope de Vega. Por eso decidieron armar un taller de asistencia psicológica para desocupados. Miguel fue uno de los encargados de censar. “He visto cosas muy tristes, gente que perdió todo, que busca desesperadamente comedores comunitarios, algunos buscan trabajo y otros aspiran a cualquier tipo de ayuda social –cuenta Miguel–. Cuando llegan a nuestra mesa estallan, cuentan su vida, que perdieron la casa o que les cortaron la luz y el gas. Lleva mucho tiempo atenderlos, pero de eso se trata.”

Informe: Gimena Fuertes.

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