EL PAíS › LA MARCHA POR LOS 30 AÑOS DEL GOLPE MILITAR DESBORDO LA PLAZA DE MAYO
Hace muchos años que no se veía una concentración semejante, con todo tipo de grupos y organizaciones y una enorme cantidad de gente espontánea. Hubo disidencias por el documento que se leyó en la Plaza, pero la discusión no empañó una marcha histórica.
› Por Marta Dillon
Una corriente de aplausos sacudió la primera cuadra de la Avenida de Mayo. Las manos tan rojas como los ojos, los cuerpos tan juntos que se confundían; la marea de gente uniformaba esa avenida que podría relatar, siguiendo las huellas impresas sobre su superficie, la historia política argentina. Frente a la ausencia de 30 mil desaparecidos, el eco de las palmas fue más contundente que cualquier consigna para saludar la entrada a la Plaza de Mayo de la cabecera de la marcha que reunió a más de cien mil personas, convocadas por 35 organismos de derechos humanos, 213 organizaciones barriales, sociales y culturales, 50 organizaciones políticas y 30 agrupaciones extranjeras. Eran esas personas a las que se suele llamar “sueltas” en las crónicas, pero que ayer estuvieron enlazadas por la misma necesidad de repudiar el último golpe de Estado, las que saludaron la bandera con la imagen de las y los desaparecidos. Y fueron también las que se desconcertaron cuando supieron, por boca de una de las Madres de Plaza de Mayo, que el extensísimo documento que se leyó desde el escenario no había sido firmado por todos los convocantes. Esa interna, sin embargo, no alcanzó para silenciar el grito emocionado que daba el presente para los 30 mil desaparecidos y parecía rasgar el cielo que ya empezaba a tronar anunciando la lluvia que acompañó la desconcentración.
Habría que rastrear muy atrás en la historia para encontrar una concentración tan masiva como la que ayer sacudió hasta los cimientos de los edificios de la Avenida de Mayo. Desde mucho antes de la hora de la convocatoria la Plaza recibió manifestantes, la mayoría muy jóvenes. A la misma hora, casi las tres de la tarde, en el Obelisco empezaban a flamear las banderas de Patria Libre y Barrios de Pie, los grupos más cercanos al kirchnerismo que ocuparon la Plaza hasta que llegó la cabecera de la marcha. Así mostraron su desacuerdo con el documento que se leyó en el escenario y que denunciaba eventos tan distantes como el uso de fósforo blanco en Falujah, la prisión a Romina Tejerina o la prisión en Estados Unidos a cinco ciudadanos cubanos, mezclados con duras críticas a variadas políticas del Gobierno. Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, Familiares de detenidos desaparecidos, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, H.I.J.O.S. regional Capital, el Serpaj, la Casa de la Juventud de Avellaneda, el Partido de la Liberación y el Socialismo Libertario también se recortaron de las casi 300 organizaciones que forman el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia que desde hace diez años convoca a marchar cada 24 de marzo. Las razones por las cuales no firmaron el documento fue la amplitud y desproporción de las demandas. Aunque todos acordaron seis consignas (ver aparte) que resultaban más fáciles de entender para los millares que se sintieron comprometidos a denunciar el último golpe como si 30 años fueran apenas un parpadeo en la historia.
Y fue esa emoción la que circuló como un río bravo a lo largo de las diez cuadras de marcha abigarrada. La certeza de que la memoria no es sólo una enunciación que se cumple mecánicamente sino un motor que sacó a miles de sus casas para poner el cuerpo en el lugar que creyeron correcto: junto a otros, en la calle, pidiendo justicia. “Esta es la expresión del pueblo que repudia el terrorismo de Estado pero también es una declaración que se proyecta en este presente y que habla de qué tipo de sociedad queremos para nosotros: una sociedad justa, sin el ahogo de la deuda externa, sin marginados, sin represión”, dijo Adolfo Pérez Esquivel sosteniendo la bandera que contenía el inicio de más cien mil pasos y que decía “30 mil desaparecidos, reivindicamos sus ideales y continuamos su lucha”. A su lado, Adriana Calvo, de la Asociación Ex Detenidos Desaparecidos, forzaba la voz para transmitir la “emoción de que 30 años después sigámonos manifestando y repudiando no sólo los crímenes de la dictadura sino también la pobreza y la represión en el presente”.
Si hubo una canción, de las muchas que se entonaron a lo largo del recorrido entre Congreso y Plaza de Mayo, que se coreaba sin fallas fue la que promete que “como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar”. Esos dos versos iban y volvían del centro de la calle hacia las veredas, se repetían en boca de quienes se habían subido a los puestos de diarios y a los árboles, incluso de quienes se asomaban a los balcones y que cuando se cansaban de cantar volvían a aplaudir reconociendo en la tenacidad de los que marchaban una razón que parecía demostrada: si todos estos años no se hubiera caminado ese mismo trayecto estos 30 años, tal vez hubieran pasado desapercibidos. Pero no.
El peso de tres décadas se sacudía como polvo viendo los niños a hombros de sus padres, escuchando las respuestas que algunos daban cuando, por ejemplo, alguna consigna aludía a la asunción de Luis Patti como diputado. “Es uno malísimo, uno de los que estuvo con el gobierno militar ¿te acordás que te conté?”, le explicaba una mamá a su hijo de diez que saltaba como todos cuando la consigna era hacerlo o ser militar. “Estoy contento, por supuesto –dijo Carlos Pizzoni, de H.I.J.O.S.– pero no satisfecho. Satisfecho voy a estar cuando no quede nadie en su casa, cuando nos digan qué paso con nuestros padres, dónde están sus cuerpos, quién dio cada orden, quién la ejecutó. No hay autocrítica que valga mientras no digan qué pasó, mientras no abran los archivos.” Del extenso documento que finalmente se leyó en el escenario, ese tramo que repudió las supuestas autocríticas de las Fuerzas Armadas fue de los más aplaudidos.
Sobre el final de la marcha, cuando el espacio era tan cerrado que resultaba imposible caminar sin hacerlo codo a codo, esas personas que no habían encontrado ninguna bandera con la cual marchar acercaban desde pastillas hasta agua a quienes estaban encolumnados, era un gesto espontáneo que se mezclaba con los aplausos. “Yo quiero ayudar –decía una señora mayor–, no sé si viniendo lo hago, pero si fuera por mí abrazaría a todos los que sufrieron la represión, les daría un beso a cada hijo.” Cerca, el subsecretario de Cultura de la Nación, Pablo Wisnya, caminando en la columna de H.I.J.O.S. se esforzó para que quedara claro que “estoy acá para reafirmar que no hubo errores ni excesos como se dijo en algunos medios gráficos, hubo un plan sistemático de exterminio, de usurpación cultural, de desprecio por la vida”.
¿Cómo relatar los abrazos emocionados de quienes se encontraban en la misma marcha seguros de haber abandonado una isla para habitar ahora el continente seguro de un repudio masivo? Gastón Goncalvez y su hermano Claudio, que recuperó su identidad hace diez años, mostraban remeras con una imagen que decía “papá” y presentaban a sus hijos a otros Hijos, los integrantes de la agrupación que convirtió esa palabra en sigla. Feministas, representantes de los pueblos originarios, de casi todas las colectividades que viven en el país, centros de estudiantes secundarios y universitarios, gremios, agrupaciones barriales: enumerar el modo en que la gente se agrupó para marchar sería extenso, pero lo cierto es que da cuenta de un ánimo de construir con otros, el mismo ánimo que alentó a la generación de las y los desaparecidos y que ayer, sin duda, estuvieron presentes.
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