Dom 26.03.2006

EL PAíS  › OPINION

Una frontera que se expande

› Por Mario Wainfeld

La muchedumbre que rebasó la Plaza de Mayo y sus adyacencias no fue la única vara para medir el impacto social del aniversario redondo del comienzo de la dictadura. En otras ciudades también hubo actos muy masivos (el de Rosario, por caso, fue impactante) y la profusión de actos saturó la agenda semanal. Muchos ciudadanos pusieron el cuerpo a un abanico de convocatorias, mientras otros optaban por transformar el feriado en puro esparcimiento. No está mal que cada uno disponga su propio menú, ya que las recordatorias oficiales impuestas suelen ser un plomo, amén de una rémora autoritaria. Igualmente se traspapeló la oportunidad (arrollada por la clásica urgencia intemperante del Gobierno) de discutir el feriado con el detalle y la profundidad que ameritaba.

Según la mirada impresionista del cronista, la mayoría de los concurrentes a la Plaza la componían quienes no vivían o no habían terminado la primaria en el ’76. La pionera presencia de los hijos de desaparecidos es vanguardia, pero son minoría dentro de esa marea de personas, cuyas vidas recién despuntaban (si es que habían comenzado) en esos tiempos de horror. El repudio sobre el ayer que no vivieron, sin duda incluye demandas acerca de la prolongación de sus secuelas (culturales, económicas, sociales) en el presente y en el digno futuro a que tienen derecho. El rechazo los moviliza más que una propuesta sobre el porvenir y esa vacancia debería ser registrada por todas las fuerzas políticas. Especialmente, la que gobierna que, hoy por hoy, está muy lejos de poder garantizar una movilización policlasista como la de anteayer, con trabajadores formales y desocupados, con primacía de gente no encuadrada yendo por la libre.

La conducta de dirigentes de izquierda que se encaraman en cualquier hecho de masas para disfrazar su impotencia y que afearon un momento histórico no merece más de una línea, que ya se ha excedido.

Es patente que se ha expandido la frontera de los argentinos interpelados por la defensa de los derechos humanos. La prédica y sobre todo el testimonio de las Madres y Abuelas tienen un mérito impar en ese logro. También ha pesado la consagración institucional que le viene dando a la cuestión Néstor Kirchner. La entrada de los sobrevivientes en la ESMA, un año atrás, y la liturgia de su discurso en el Colegio Militar son gestos impares en la historia argentina. Nadie puede seriamente decir cuánto impactan en el sentido común mayoritario, pero es necio ignorar que impactan mucho y que han catalizado la masividad de la lucha por verdad y justicia. Algunos antagonistas del Gobierno ningunean esas acciones de fuerte impacto simbólico o las leen como un gaste fácil a unas Fuerzas Armadas domesticadas. Lo real es siempre posible, pero le cupo al Presidente hacerlo, desafiando todo precedente. El discurso de Kirchner tuvo un estilo más reposado y un contenido más conceptual de lo que suele ser su media. El Presidente propuso un diagnóstico sobre las finalidades de la dictadura y del terrorismo de Estado que no es original en lo esencial, pero sí en la jerarquía institucional de su emisor, dato nada menudo. El modo templado en que lo expresó, revelador de que algo registró con relación a las críticas que recibió anteriormente por ciertos sectarismos, le hizo favor.

Kirchner suele aplicar a los derechos humanos un cuidado que no siempre prodiga en otras áreas, el viernes no fue una excepción. Tal vez para que fuera redondo le faltó y le sobró algo. Le faltó, aunque de modo menos estridente que en 2004, el reconocimiento cabal y detallado a los logros obtenidos en materia de derechos humanos a través de distintos poderes del Estado desde 1983. Y también alguna presencia de la oposición en el Colegio Militar, donde no estaban todos los que eran ni eran todos los que estaban. Menemistas conspicuos vivando al Presidente mientras tozudos defensores de derechos humanos de otras pertenencias lo veían por tevé es un signo de debilidad y hasta de mezquindad del sistema político, empezando por el oficialismo.

Los que sobraban, a su modo ya se dijo, eran varios componentes de la claque presidencial, indultadores y privatizadores de antaño, estatizadores y revisionistas de la última hora. Varios de los que sobreactuaban aprobación y aplausos fueron actores clave de esas etapas ominosas que Kirchner fulminó con razón. O, si no lo fueron, es porque no habían logrado trepar bastante como para serlo. Una línea introspectiva acerca de su propia tropa podría parecer un gesto inusual, no debería serlo tanto en boca de quien hace gala de moverse siempre contra el protocolo y sin red.

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