Dos de las Madres que hace veintinueve años empezaron con la ronda en la Plaza de Mayo recordaron cómo fueron esos comienzos en los que creían que juntas podrían obligar a Videla a recibirlas.
“Individualmente no vamos a conseguir nada. ¿Por qué no vamos todas a la Plaza de Mayo? Cuando vea que somos muchas, Videla tendrá que recibirnos”, pensó en voz alta Azucena Villaflor mientras esperaba que la atendiera el secretario del vicario castrense. Así nacieron las rondas en la Plaza, hace veintinueve años. El 30 de abril de 1977 se encontraron frente a la Casa Rosada, tan sólo eran catorce mujeres con el mismo dolor proveniente de la desaparición de sus hijas e hijos secuestrados y desaparecidos. Fue la manera que encontraron de exorcizar ese miedo que las inmovilizaba, y pasar a una acción que se transformaría en el símbolo viviente más poderoso del genocidio cometido por la represión militar durante la dictadura. “No teníamos miedo, y tuvimos que pasar de la casa a la calle”, le dijo Pepa de Noia a Página/12.
Ya se habían acostumbrado a escuchar las mismas respuestas vacías y evasivas sobre el destino de sus hijos. Y empezaban a reconocerse en los pasillos de las iglesias, en las entradas de las comisarías, en los ingresos de los ministerios. Pepa recuerda que una tarde estaban en la iglesia Stella Maris cuando Azucena dijo: “Señoras y señores, tendríamos que reunirnos en Plaza de Mayo como hicieron nuestros mayores”. “Tenía un don muy especial, era delegada de Siam”, recordó. “Nosotras estábamos en casa, tejíamos, mirábamos la novela, pero tuvimos que agarrar la calle... y no paramos”, afirmó esta Madre que participó de la primera ronda.
Aquel 30 no era jueves sino sábado. “Era un día lindo, y no había un alma. Llegué más temprano, me senté cerca de la estatua de Belgrano. Estaba yo y las palomas. Ni la policía apareció”, recordó esta Madre de 84 años sobre aquella jornada en que se llegaron a juntar catorce mujeres. Poco a poco se fueron sumando más. Al tiempo, en una larga marcha al santuario de la Virgen de Luján, comenzaron a usar una tela de pañal en la cabeza, hasta que el pañuelo blanco se convertiría en su marca de identidad colectiva. Las “Locas de la Plaza” se convirtieron en las Madres de Plaza de Mayo, y su reclamo por la aparición con vida de sus hijos comenzó a recorrer el mundo.
Al principio era los viernes. Hasta que un día una Madre llamada Dora propuso que se hicieran un día antes porque el viernes era “de brujas”. Así se estableció que los jueves rondarían la Plaza y la Pirámide. Regía el estado de sitio que prohibía los grupos de tres o más personas. “Empezaron a corrernos y, como no nos dejaban estar juntas y quietas, tuvimos que caminar. Nos pegaron, nos gasearon, pero no teníamos miedo, no pensábamos en esa palabra, si no, no hubiéramos podido seguir. Era más fuerte la necesidad de encontrar a los hijos”, describió De Noia. En el 2001, cuando la policía reprimió con la Caballería a las Madres y a los manifestantes, Pepa sintió que todo eso ya lo había vivido en carne propia. “A pesar del tiempo que pasó, nunca supe nada de mi hija”, se lamentó.
En 1986, los diferentes criterios sobre la metodología de lucha dividieron a la agrupación. Y desde entonces participan en los actos conmemorativos en forma separada.
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