EL PAíS › LA ALIANZA QUE BUSCA KIRCHNER. LAS DIFERENCIAS CON LAVAGNA
La concertación, la confluencia, la coalición con los gobernadores radicales. La elección de Lavagna y la jugada que todavía no selló. Una digresión sobre las metamorfosis del bipartidismo. Más una recorrida de los acuerdos y disensos entre el Gobierno y su ex ministro.
“¿Cuánto valen los partidos políticos?”, se preguntan las más altas figuras del oficialismo y, valiéndose del método comparativo, se responden de modo presto y lapidario. Valen, en su cálculo, poco, poquito, nada. Los ejemplos sobran, en el relato oficial. Néstor Kirchner es sideralmente más que el Frente para la Victoria y el PJ juntos. El gobernador Julio Cobos es mucho más que el radicalismo provincial y aún que el nacional. Hermes Binner mucho más que el socialismo y Héctor Polino, aunque no supo hacerse cargo, también. Otro tanto puede decirse de los gobernadores Gerardo Zamora, Arturo Colombi o Miguel Saiz. Quienes gobiernan, quienes tienen responsabilidades, son los que entienden la realidad. Los otros, los perdedores, se asilan en la palabrería y las estructuras partidarias, tan vacías de sentido como de votos.
La consecuencia evidente es que la manida concertación no ha de ser un pacto entre partidos, sino una sumatoria de dirigentes. “La palabra concertación –divulgó Alberto Fernández compartiendo un asadito con diputados oficialistas– por ahí no es la más adecuada. Parece aludir a un contrato, a un acuerdo y acá lo que hay son confluencias en líneas generales.”
El cuchillo pragmático, apenas disimulado bajo ese poncho de generalidades, es un esbozo de acuerdos electorales para 2007. El Gobierno no lo oculta, aunque pone la intención compartida en el otro lado. “Binner no quiere ir contra Kirchner en Santa Fe, quiere ir con la boleta del Presidente arriba. Los gobernadores radicales (salvo el chaqueño, limitado por su cercanía a Angel Rozas) también. Son buenos tipos en su mayoría, pueden pensar en ser reelectos. Estarían fritos si compitieran contra el Presidente, con el que (además) se llevan muy bien. Si los dos partidos llevan ‘K’ a la cabeza, en varias provincias el Presidente podría sumar el 80 por ciento de los votos”, se extasía un operador oficial, que luego atempera (por así decir) su prospectiva: “casi todas son provincias chicas”.
“¿Qué les ofrece el radicalismo?”, se interroga el interlocutor de este diario y se replica veloz. “Roberto Iglesias les dice que esperen a Carrió o a López Murphy. Margarita Stolbizer les habla de un frente con Lilita o con Binner. Angel Rozas les pide que sean opositores a todo, pero ni siquiera les propone un esquema electoral sensato. Alfonsín habla con Lavagna sin consultarlos.”
Después de la crisis de 2001, las elecciones comunales y provinciales arrojaron resultados muy favorables para los oficialismos. Los gobernadores, los intendentes (o sus delfines) arrancan en la mayoría de los casos en la pole position. En tiempos, los actuales, de solvencia fiscal, esa tendencia debería acentuarse. Sobre esa lógica, combinada con el afán de supervivencia de los compañeros boinas blancas, el Gobierno imagina alquimias electorales, unificación de los calendarios electorales de la nación y las provincias. Kirchner ha sido muy transgresor a la hora de armar sus apoyos, con una trampita a su favor que es encaballarse en las estructuras del PJ y, ahora, del Frente para la Victoria. Les mete ruido, les impone candidatos por abajo, les abre “lemas” con compañeros setentistas o listas de agrupaciones piqueteras... pero las vigas de estructura están ahí con sus viejos saberes, sus micros, sus recursos.
Con ese esquema, el Gobierno da por hecho que ganará la compulsa presidencial en primera vuelta. “Con Lavagna o sin Lavagna. Con Kirchner y con Cristina” dobla la apuesta un ministro de los que talla, cuando Página/12 le pregunta si nada cambió en esta semana de tono tan pendenciero.
Parecemos, ya ves,
dos extraños
Las invectivas intercambiadas entre quienes integraron un mismo equipo de gobierno durante dos años y medio asombrarían a cualquier profano en los exasperados códigos de la política nativa. Acá forman parte del paisaje.
Roberto Lavagna buscó instalarse como opositor y motivar las réplicas del Gobierno. Consiguió ambos objetivos, lo que no quiere decir que saldrá ganador de la –hasta ahora– muy despareja brega que propuso. El oficialismo informó extraoficialmente que la intención de su cúpula era no responderle pero que un pedido especial de Felisa Miceli motivó una excepción en su caso. Las furibundas réplicas de Luis D’Elía, Carlos Kunkel y Jorge Busti contra el ex ministro eran traducidas (por varios kirchneristas de peso) como movidas autogeneradas por estos “ultrakirchneristas”.
Las ulteriores diatribas del Presidente y de los dos ministros apellidados Fernández arrojan dudas sobre ese relato, dejando toda la impresión de que hubo una seguidilla de embates concertada desde la cúpula. En la batida, los “ultrakirchneristas” no se privaron de nada, acusaron a Lavagna de aliado del Opus Dei y de la empresa finlandesa Botnia, resucitando en versión light el olvidado espantajo de la sinarquía internacional.
En cualquier caso, se trata de detalles. Lo cierto es que Lavagna, que transitaba un andarivel intermedio entre oficialismo y oposición, eligió romper los puentes. Es menos seguro que se haya cerrado de igual modo otra opción: la de ser candidato a jefe de Gobierno porteño o a Presidente, con disímiles chances relativas. El ex ministro ha dejado trascender por vía de sus allegados que la Capital no le interesa, pero esa versión no es un gesto definitivo y podría ser retractada con un par de movimientos. Ese final quedó abierto (ver asimismo nota aparte).
Suena muy difícil que, si no sobreviene una hecatombe económica, la oposición pueda rearmarse de modo tal de impedir un triunfo del oficialismo en las presidenciales. La foto de hoy sugiere que el anhelo kirchnerista de ganar en primera vuelta es accesible, sabiendo que nada es seguro a un año vista en un país tan cambiante. Claro que, aun en el escenario más propicio para el Gobierno, queda un universo de ciudadanos dispuestos a votar a la oposición sin bandería definida ni una propuesta a la cual adherirse. Vaya una comparación, a condición de no entusiasmarse demasiado con ella, de negar las diferencias y de soslayar la renuencia de la historia a repetirse. Kirchner está tan cerca de la reelección como estaba Menem en 1994. Tal vez para la oposición la meta más accesible sea, en el magma que es el sistema político, imaginar cuál será el Frepaso que impida que Kirchner arrase frente a tres o cuatro fuerzas muy poco competitivas. Y, desde ese Frepaso, construir la alternativa a más largo plazo. Ya se dijo, sólo tal vez. O, tal vez, coagule lo que parece insinuarse en esta semana: dos coaliciones peronistas.radicales, una encabezada por Kirchner y otra por Lavagna. En ese cuadro tercia Elisa Carrió. El bipartidismo es como una Hidra de Lerna.
Ese proyecto, aglutinar a un disperso 20 o 30 por ciento del electorado, para ir configurando una fuerza alternativa con viabilidad electoral no es desdeñable para un aspirante a liderar la oposición. Máxime si se pensara que el contexto económico internacional será menos generoso en los próximos años. Claro que significa en el corto plazo un muy duro trabajo de construcción y acumulación política, al que Lavagna, sencillamente, no está acostumbrado. Tal vez esté dispuesto a arremangarse y trabajar muy duro, tal vez no quiera o no pueda. Hagan sus apuestas, que el Gobierno ya la hizo.
Un par de dirigentes duhaldistas afines a Lavagna, que eluden de momento hablar on the record, “leen” de otro modo la coyuntura. Creen que Kirchner no llegará a la presidencia en la primera vuelta y que en segunda vuelta se puede unificar un frente del rechazo como –paradojas de la historia– el que encarnó el actual presidente contra Carlos Menem.
Todas estas son especulaciones de un futuro muy pendiente de construcción. Lo actual son los enconos cruzados y la exacerbación de las diferencias. ¿Las diferencias?
Ya no queda nada
del amor de ayer
Si se desbroza la retórica y se analizan las conductas, puede decirse que las diferencias entre Kirchner y Lavagna sobre política económica son muy escasas referidas al tramo del gobierno en que éste fue ministro, que hay algunas para la actual etapa y que ambos enfatizan marcar mayores abismos de cara al futuro. Haciendo un mix entre pasado y presente puede hablarse de un vasto territorio común. Hasta podría hablarse de un debate económico dentro del lavagnismo. O, ponderando que Kirchner está siempre a la cabeza de la gestión, del kirchner.lavagnismo. O del lavagno-kirchnerismo, si alguien prefiere.
Las discrepancias sobre la política de precios no son tan gruesas, dentro de la vastedad del espectro de la discusión económica. Miceli misma juzga que muchas de sus herramientas no pueden prolongar su vigencia más allá de diciembre. Y lo cierto es que desconfía de Guillermo Moreno algo menos que Lavagna, pero bastante.
Un punto más divergente es la decisión presidencial, con la que concuerda la ministra, de no “enfriar” la economía a canje de controlar mejor la inflación. Esa asunción de riesgo que Kirchner acometió no agradaba, ni agrada a Lavagna.
A su vez, las paritarias no lo fascinaban, por decir un eufemismo. Pero el modo en que se realizaron, con un techo impuesto por el Gobierno con la contrapartida de “paz gremial”, seguramente no lo hubiera enardecido mucho.
Con la mirada puesta en el horizonte, el oficialismo asevera tener un compromiso más firme que su ex aliado con mejorar la distribución del ingreso. Tal era el discurso en Miceli cuando revistaba en el Banco Nación, que sostiene en diálogos informales o con los aliados con que cuenta en su equipo. Sin embargo, no parece que el Gobierno piense acometer muchas de las reformas para mejorar la equidad y la transparencia a la que Lavagna fue bien remiso durante sus años de labor.
El ex ministro exorcizaba una eventual reforma impositiva, que consideraba una variante de la caja de Pandora. Kirchner pensó lo mismo en este tiempo, aunque reconociendo más en su discurso la injusticia del sistema vigente. Nada se transformó al respecto con el relevo en Economía. La ministra comenzó a estudiar una reforma y comidió una comisión al efecto pero, al conocerse información sobre el tema, Kirchner fulminó al proyecto del que no se ha vuelto a hablar en serio ni está en carpeta, que se sepa.
La relación del Gobierno con la dirigencia sindical tampoco sobresaltaría a Lavagna. El abandono de la CTA a su suerte, la renuncia a modificar el vetusto esquema de reconocimiento de personerías, siempre le cayeron bien.
Seguramente Lavagna no está de acuerdo con las posiciones que han ganado en el aparato del Estado en el último año José Luis Lingeri, Andrés Rodríguez, Hugo Moyano y varios de sus allegados. Pero cuesta imaginar que su objeción versara sobre la esencia de esa praxis, bien cara al peronismo cuando gobierna. Sus diferencias aludirían sólo al elenco de los favoritos del Gobierno, los suyos serían verosímilmente otros.
En materia política más general, pueden imaginarse diferencias más apreciables entre Kirchner y Lavagna. La política de derechos humanos del Presidente contradice todo el savoir faire de la mayoría de los dirigentes peronistas, con el que Lavagna concuerda. Significativamente, muchos de esos dirigentes se encolumnan con Kirchner más allá de esas discrepancias y es muy improbable que, por pruritos ideológicos, se aparten del calorcito que propala el éxito oficial.
El derrame
La gran discusión pendiente, la que nunca enfrentó a Kirchner y Lavagna, es el cambio cualitativo de las políticas públicas en pos de intervenir contra la regresiva distribución de la riqueza. La palabra “derrame” no agrada ni a los tirios ni a los troyanos de los que se viene hablando. Pero les cabe bastante, pues en sustancia apuestan al crecimiento de la economía y el empleo siendo más que remisos a completarlas con políticas sociales activas, transparentes y universales. En ese rubro, las distancias son marcadamente menores que en materia de derechos humanos. Cabe aceptar que se trata de cuestiones económicas que no requieren, como las otras, sólo voluntad política. Pero también hay que ponderar que el actual esquema de discrecionalidad de gobiernos municipales, provinciales y nacional es muy funcional a sus ansias de conservación del poder y a la coalición electoral en la que piensa Kirchner. Cuando la decisión de asignación de recursos es arbitraria hay un límite a la democracia y un plus a favor del mandatario en gestión. Y, a menos controles y más disponibilidad, la corrupción es más factible.
Una política social asistencial compuesta por cientos de acciones dispositivas, siempre asociadas a la cara del gobernante en cuestión, es algo bien distinto a una política social republicana, enderezada a ampliar la franja de derechos adquiridos de los ciudadanos. Un avance en ese sentido puede ser inversamente proporcional a las chances futuras de quienes manejan el asistencialismo a su guisa.
El control riguroso del financiamiento de las fuerzas políticas, del que los gobernantes se llevan la parte del león, también integra la agenda común pendiente. Agenda que, como se ve, tiene más rubros compartidos que lo que sugeriría a primera vista el exasperado intercambio verbal de esta semana.
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