EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
Como es sabido, en la política, siempre, tarde o temprano, para bien o para mal, algo termina ocupando lo que queda vacío.
Desde hace rato y gracias a tres factores principales (las realidades y fantasías de la recuperación económica, el fuerte ejercicio del poder presidencial y la virtual inexistencia de oposición), en la política argentina hay un impresionante vacío de debate. Entendámonos: eso es así si se razona que el término apela a, por ejemplo, por qué tenemos uno de los sistemas impositivos más injustos que se conozcan; o por qué la Ley de Entidades Financieras continúa siendo la de la dictadura; o si la pavorosa dependencia del sembradío de soja no será capaz de dejarnos como un papel en una tormenta; o que el nivel de extranjerización de la economía es igual de pavoroso mientras así como así se sigue hablando de recrear la burguesía nacional. Si es por asuntos como esos, entonces aquí nadie viene debatiendo nada de nada.
¿Qué cosa cayó para llenar ese vacío? Que Kirchner, en su acto de la Plaza, llamó a construir una Argentina “plural”. Y que el ministro del Interior aclaró que “plural” no quiere decir ni Macri, ni López Murphy ni Carrió ni nada por el estilo. Como si fuera poco reapareció Roberto Lavagna, cual Cenicienta que busca ser cortejada por lo que aparezca, para advertir que él dejó todo como los dioses, pero que el peligro es grande por el “populismo” reinante. Kirchner no le contestó de manera directa sino que lo mandó a morder por un par de sus laderos. Las Tres Marías aparecieron urgentes para tratar de pegar a Lavagna a una maniobra kirchnerista, seguras de que el ex ministro les restaría votos por derecha. Y el patético alfonsinismo, que ya no sabe qué hacer para mantenerse en algún último vagón de alguna cresta de la ola, se prendió de la reaparición lavagnista para convocar a un frente de ¡¡¡centroizquierda!!! con Don Roberto de candidato. Se plegaron los exánimes duhaldistas, que fueron los primeros en sacarse la foto con Lavagna. Y éste le puso la frutilla al helado al afirmar, como todo el resto, que el Gobierno había vuelto a demostrar que “tan plural no es” vista la forma en que lo cruzaron.
La precedente parrafada connota el estadio más lamentable del término “debate”, porque no hay forma de encontrar allí algo que no sea una suma de especulaciones personales y electoralistas. Pero sirve para tomar nota de un conjunto de salames que le da a “pluralismo” un significado vacuo y, sobre todo, absurdo. Olvidémonos, por un momento, de categorizar al de Kirchner como un gobierno de derecha más, en la visión de que al fin y al cabo representa intereses capitalistas. Tomémoslo desde su discurso y desde algunos aspectos positivos que muestra inclusive en ese marco. ¿Desde cuándo, en cuál lugar de cuál tiempo de cuál gestión, “pluralismo” quiere decir llamar a que se sume el enemigo, o el adversario irreconciliable? Si se abre la ESMA a un museo de la memoria; si puteo a las lágrimas de cocodrilo de productores ganaderos que cambian la 4 x 4 cada seis meses; si me trenzo contra corporaciones de negocios y amanuenses de milicos que ahora juegan a ser carmelitas periodísticas descalzas, ¿tengo que convocar a Macri? Si les digo en la cara a los hijos de los genocidas que no les tengo miedo y Carrió dice que eso reabre heridas, ¿tengo que convocar a Carrió? ¿Qué haría López Murphy, que tiene en la frente la marca de la gorra y que como ministro de Defensa de De la Rúa fue el vocero de las inquietudes militares? ¿Lo convocaría a Kirchner en nombre del “pluralismo”? Oigan, ¿están jodiendo? Se es plural, efectivamente, con los que piensan diferente, no distinto. De lo contrario, in extremis, “plural” querría decir tener que dialogar con el fascismo. ¿Qué es plural? ¿Aguantarse a María Cecilia Pando? ¿Permitir el ingreso de un torturador como Patti a la Cámara de Diputados? Este gobierno ofrece no uno: mil flancos, para caerle encima con todas las de la ley. Habla de los multimedios como emporios de negocios adversos a las necesidades de las mayorías, pero les renueva las licencias para operar la radio y la televisión por 20 años. Se llena la boca con la redistribución de la riqueza, pero resulta que los ricos son cada vez más ricos y los pobres quedan cada vez más lejos. Este gobierno hace pagar de impuestos, por un paquete de arroz o de fideos, una proporción infinitamente más alta que por un decantador de burbujas excesivas de champán. Negocia con los gordos de la CGT y le niega la personería a la CTA. Este gobierno se las gasta de enemistado con la Curia, pero los curas siguen poniendo y sacando funcionarios del área educativa. Todo eso y un montonazo más ofrece el kirchnerismo para entrarle bien duro, pero el conjunto de salames prefiere caerle a que no se trata de un gobierno “plural”.
Es por eso que, contra lo que parece; contra la prostituta reaparición de Lavagna a la búsqueda de darle a la clase dominante un candidato menos antipático que Kirchner, y contra lo que sugiere un avispero removido de la política en el escaso espacio que le deja el Mundial, la política permanece vacía.
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