EL PAíS › OPINION
› Por Gustavo López *
Desde el estallido mismo de la Revolución de Mayo, dos visiones políticas enfrentadas dominaron el escenario nacional: la de aquellos que defendían los intereses del pueblo y procuraban su independencia con ideas revolucionarias, frente a los que sólo estaban dispuestos a mudar de amo y mantener sus privilegios.
Tanto el radicalismo como el peronismo expresaron a lo largo del siglo XX los grandes intereses mayoritarios de la Argentina, aunque no fueron sus únicas expresiones políticas. Asimismo en el propio seno de estos movimientos populares se refugiaron enemigos de los cambios. Hoy ante la grave crisis de representación que sufren las viejas estructuras partidarias se ha vuelto a hablar de concertación.
Cuando se piensa en concertaciones podemos rescatar La Hora de los Pueblos en los ’70 y la Multipartidaria en los ’80, ya que fueron expresiones de grandes anhelos populares que permitieron terminar con absurdas antinomias y recuperar la democracia, aunque sus objetivos estuviesen focalizados en arrancar una salida electoral a las dictaduras, sin que en esas oportunidades se pudiera plasmar un acuerdo institucional sólido de largo plazo.
Hoy necesitamos mejorar la calidad de nuestra democracia, fortalecer las instituciones, impulsar el debate de ideas, reconstruir la calidad de nuestro sistema republicano, terminar con la exclusión y avanzar hacia el país soñado. El diálogo político entre aquellos sectores que conformamos el gran espacio nacional nos vuelve a abrir una posibilidad frente a la historia, pero la pregunta que se impone es ¿se quiere una concertación o se la teme?
Concertar políticas no debe ser entendido como hacer acuerdos espurios a espaldas de la sociedad. Concertar políticas tampoco significa imponer por simple mayoría determinados puntos de vista, concertar políticas significa recorrer el arduo camino que implica poner en debate ideas, experiencias, modelos respecto de una agenda temática y luego de un debate intenso, transparente, ponerse de acuerdo respecto de grandes lineamientos que reflejen y sinteticen las coincidencias alcanzadas.
La década del ’90 dejó instalado un modelo absolutamente injusto, con una brecha abismal entre una gran mayoría de excluidos y un grupo privilegiado minoritario que se apropió de los excedentes del país. El modelo neoconservador sufrió una crisis terminal, colapsó, y cambiarlo radicalmente por uno con justicia y equidad que integre a los excluidos es uno de los grandes desafíos de estos tiempos.
La educación, la salud pública, los recursos naturales, la corrupción estructural, la seguridad social, la calidad institucional son algunos de los grandes temas de la agenda a debatir y acordar, pero es allí donde se abren los interrogantes planteados. Nadie que se dedique a la política con honestidad intelectual puede rehuir este debate. Es necesario sentar las bases de una Argentina justa, con distribución del ingreso, con futuro, con respeto y seguridad institucional. Este debate es una condición de posibilidad para una democracia madura.
El debate y la posibilidad de una concertación deben ser pensados como una de las grandes avenidas de la democracia que, ineludiblemente, debe recorrer el pensamiento progresista que aspira a reemplazar al modelo neoconservador. ¿Se le teme a este debate? ¿Se lo quiere? Vale la pena darlo.
* Ex secretario de Cultura de la Ciudad de Bs. As.
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