EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por J. M. Pasquini Durán
Uno de los mayores desafíos que afrontan las naciones en desarrollo es la marginalidad social en las principales ciudades. A partir del próximo año, según un informe de Naciones Unidas, en estos países una de cada tres personas vivirá en los barrios marginales de una gran urbe, en una vivienda inadecuada, sin los servicios públicos esenciales y con una alta tasa de criminalidad. El mismo pronóstico, anticipado ayer por el británico Financial Times y el español El País, agrega que esas naciones concentrarán el 95 por ciento del crecimiento urbano en los próximos veinte años, pero buena parte de esa población formará mayores guetos que los ya existentes. En Bombay (India), la cuarta ciudad del mundo con 18,3 millones de habitantes, vive más gente en sus barrios marginales que en toda Noruega. La agencia Habitat, que elaboró el estudio para Naciones Unidas, presume que en las barriadas pobres la esperanza de vida será menor que entre los pobres del campo y que sus niños y jóvenes tendrán muy difícil acceso a la educación, razón de más para quedarse al margen del sistema productivo que demandará mano de obra calificada para atender equipos tecnológicos complejos.
En la cima de la pirámide social, cada vez más angosta, “los ricos han creado una arquitectura del miedo, refugiándose en enclaves residenciales fortificados. Estas comunidades enrejadas van en contra de los principios fundamentales del crecimiento urbano sostenible”, afirma el informe de Habitat. Pese a esas precauciones, como ya quedó demostrado en la experiencia bonaerense, la inseguridad urbana los acecha a la entrada y la salida de los countries, sin contar los casos de hurtos y crímenes en el interior de esas comunidades encerradas. Las fracturas territoriales y sociales consolidan la fragmentación de las comunidades urbanas, alimentando prejuicios y resentimientos recíprocos entre los distintos segmentos separados. Cada micromundo elabora hábitos, lenguajes, estéticas, modales y todo lo que configura una subcultura particular, tan diversas entre sí que abren todavía más las brechas que dividen a cada uno de los otros al punto que la intercomunicación entre ellos se vuelve cada día más indescifrable.
Una de las maneras de impedir que la predicción de Habitat se cumpla consiste en distribuir las riquezas con sentido equitativo, porque mientras las diferencias sigan como hasta ahora, el diez por ciento más rico percibe 31 veces más que el diez por ciento más pobre, la expansión de los guetos infranqueables será imposible de evitar. Sobre 39 millones de habitantes en Argentina, alrededor de ocho millones viven en la pobreza y por una lógica tendencia se agrupan alrededor de las principales ciudades donde, suponen, encontrarán más oportunidades aunque sea para sobrevivir. Ese número de pobres tiende a cristalizarse, debido a que sólo la creación de empleos no disuelve la línea de la miseria cuando tiene dimensiones tan grandes.
Así como en la administración menemista se vivió el crecimiento macroeconómico junto con el aumento de la desocupación y la exclusión, en la actualidad ese ritmo de reactivación económica se orientó hacia la producción y el trabajo, pero todavía casi la mitad de los nuevos empleos son precarios y pagan salarios menores a los de convención legal. Un régimen impositivo tan o más injusto que la distribución de la riqueza agrava el problema porque quita recursos al pequeño y mediano empresario, castiga al consumo masivo y libera de obligaciones a las ganancias obtenidas de la parasitaria renta financiera. Un millón de dólares ganado en operaciones de Bolsa no tributa nada, pero si compra una botella de leche paga el 21 por ciento de impuesto (IVA).
Con las debidas políticas de Estado no hay causas de la marginalidad social que no puedan ser combatidas o erradicadas. Más aún: NacionesUnidas comprobó que Sudáfrica y Túnez, con “estructuras de gobierno altamente centralizadas”, han tenido éxitos relativos a la hora de frenar los guetos debido a que destinaron a esos fines mayores recursos económicos y legislativos. Sin embargo, asegura la misma fuente, en las últimas tres décadas apenas se han llevado a cabo políticas adecuadas para terminar con los guetos urbanos. Textual: “Erradicar la pobreza urbana ha sido una lucha difícil. El silencio y la inacción han sido la nota dominante en la mayoría de las naciones”. Con mayor precisión, en la década del 90, a raíz del predominio de la idolatría del mercado en la mayor parte del mundo, el centrifugado social dejó a millones de hogares en los márgenes o fuera del sistema de producción, trabajo y consumo, despedazando a las clases medias para polarizar a las comunidades en polos de ricos y pobres. Aunque la hegemonía declinó, las consecuencias de fragmentación amenazan con prolongarse, agravadas, en el futuro.
Esos repliegues socioculturales de origen económico tienen impactos políticos de variadas graduaciones, pero en conjunto debilitan las chances de consolidar sistemas institucionales de representación democrática, ya que al perder los derechos económicos y sociales también se extingue la condición de ciudadanos. Mientras más desvalidas las capas de la sociedad son más fáciles de cooptar para los regímenes clientelares en función de sus necesidades más elementales, pero no son las únicas que pierden soberanía y autodeterminación cívicas. La fragmentación rompe los vínculos sociales, por lo que es muy difícil que un instituto convencional (partido, sindicato, iglesia, etc.) pueda representar al mosaico social entero. Es más fácil que cada parte se relacione con un caudillo desde su propio lugar y por sus razones específicas, que no serán, con seguridad, las mismas que la del vecino. Puede haber hasta razones étnicas que se reúnan con las ideológicas o con el carisma del caudillo para formar una masa compacta pero inorgánica, o mejor organizada por partes autárquicas, volátil en la medida que la experiencia pasada no alcanza a elaborarse en memoria activa por el conjunto, lo que provoca la elección reiterada de algún líder político que realizó un mal gobierno o se corrompió en el ejercicio de sus funciones, pero la ausencia de elaboración de la experiencia es lo mismo que el olvido.
Peor aún es que en los guetos de exclusión (no sólo económico-sociales) los crueles requerimientos de la supervivencia trastocan algunos valores tradicionales, como el valor de la vida o de la solidaridad, debido a la pérdida de sentido de la existencia, sobre todo entre los jóvenes que ven cegadas todas sus oportunidades. Allí es fácil que se enciendan focos de violencia, pero a diferencia de los años setenta, esta es a-ideológica y también puede ser a-moral, que no siempre visualiza con nitidez las fronteras de la criminalidad. De allí que surjan actos violentos que no reconocen ninguna racionalidad, cuya difusión masiva los “socializa” como modelos posibles debido a la predilección de muchos medios, sobre todo entre los electrónicos, por los asuntos de mayor impacto en las emociones primarias de las audiencias. Todo este análisis puede ser rápido y esquemático, pero trata de demostrar las densidades y contradicciones de las sociedades que buscan mejores destinos en la actualidad, sobre todo los cambios operados en su interior que sirven para explicar las dificultades que tienen los partidos políticos para encontrar las vías de relación con la ciudadanía y las de ésta para satisfacer sus deseos en los marcos limitados de las democracias imperfectas, con enormes dosis de injusticias, que se han establecido en este siglo XXI.
Las profundas incomunicaciones, contradictorias con el enorme volumen informativo que circula por múltiples vías, vuelven imprevisibles en muchos casos las opciones electorales y desconciertan más de una vez a los encuestadores. Los políticos en el gobierno o en la oposición, hay que decirlo además, suelen estar más preocupados por la ingeniería electoralque por “la arquitectura del miedo” o por la expansión de los guetos urbanos. No quiere decir que no hagan nada sino que no hacen nunca lo suficiente ni reflexionan en profundidad sobre los problemas contemporáneos y las alternativas para afrontarlos en relación con el bien común. Hay algunos indicios sobre el impacto de la insatisfacción social sobre los partidos políticos: la búsqueda de concertaciones, pactos o alianzas que desborden las fronteras propias de cada organización, la propensión a organizar dos frentes alternativos, uno de centroizquierda y otro de centroderecha, la integración de mercados y la cooperación regional, son algunas de las tendencias en proceso que se pueden observar, en cada país con sus características, en el actual mapa geopolítico internacional. Los márgenes de maniobra, sin embargo, cada vez son más chicos.
Poco ayuda, es verdad, que la mayor potencia del mundo esté indiferente a todo, ensimismada en su expansión neocolonial, que sólo en Irak ya le costó en tres años un gasto de 320.000 millones de dólares y la vida de 2500 soldados propios, sin contar con las decenas de miles de iraquíes sacrificados en la guerra por codicia. O que la Unión Europea se reúna para ponerse de acuerdo en cómo detener las oleadas inmigratorias: cada día en el mundo hay 50 millones de personas que peregrinan en busca de una oportunidad para vivir, huyendo de las guerras, las pestes, la pobreza y el miedo. Entre la algarabía de muchos por el triunfo de la Selección Nacional sobre la de Serbia y Montenegro por seis goles a cero, tratar estos temas quizá resulte tan apropiado como un chiste en el velorio. Cerrar los ojos por un rato para disfrutar (o sufrir) el Mundial de Fútbol está bien por un rato, pero al día siguiente del final, cuando cesen la fiesta o el duelo, la realidad de todos los días volverá por sus fueros.
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