Lun 19.06.2006

EL PAíS  › OPINION

Un campeonato aparte

› Por Eduardo Aliverti

El Mundial juega su parte y cómo. Casi nadie (ni siquiera los “extraterrestres” que manifiestan un interés escaso o nulo) puede apartarse de la referencia al fútbol, aunque fuere desde la crítica destemplada. Pero aun si se quitara Alemania 2006, subsistiría una agenda pública huérfana de hechos trascendentes. No hay que engañarse con ese cliché de que la pelota tapa todo, al menos en este caso, porque no se advierte qué cosa necesitaría tapar.

El primer registro al respecto y siendo que la política y la información general ocupan un lugar fijo en el tratamiento periodístico, por más que no haya noticias relevantes, es la reintroducción de “la ola de inseguridad”. De la noche a la mañana reaparecieron secuestros, asesinatos a mansalva, proliferación de asaltos callejeros, violaciones, patotas cada vez más salvajes. Por supuesto: nunca dejó de haber todo eso. Lo que sí hubo y seguirá habiendo es la polémica, un tanto absurda, acerca de si ciertos períodos de “bonanza” económica son o no coincidentes con una baja en la cantidad o sensación de los delitos. Como si las “tranquilidades” pasajeras influyeran decisivamente en el clima violento de sociedades con monumentales masas de excluidos eternos. No señor. El sitio que ocupa la inseguridad en la grilla mediática es inversamente proporcional al que (no) llena el noticioso político. Podría no haber Mundial pero, si apenas pasa que la mera reaparición de Lavagna es la única pimienta probable, y que los diarios deben titular con el reclamo por Malvinas, a no dudar que de todas maneras el vacío sería cubierto por el recurso más fácil: los hechos policiales. Más damas de compañía del tipo de la próxima ley del doble apellido o los hermanitos enamorados. O esos fascinantes estudios científicos que últimamente se reproducen como conejos en la prensa, y que nos revelan lo bien que hace comer más frutas y verduras, desayunar como Dios manda y controlar la presión arterial.

Se cita la presentación argentina en la ONU por lo evidente de la relación entre el despliegue que generó y el interés que despierta en realidad. Tanto los fundamentos como la prosa del canciller Taiana fueron apreciables y marcaron una distancia importante frente la hibridez discursiva que caracterizó al tiempo de las relaciones carnales con el Imperio y su socio británico. Pero no hay en todo el planeta quien desconozca la verdad: los ingleses sólo se sentarán a negociar –tampoco es seguro, ni mucho menos– cuando la obligue el peso de la Argentina en el escenario internacional. Como eso queda por ahora lejos, muy lejos, tampoco nadie cree que sirvan para algo que no sea nada las recurrentes quejas ante los foros burocráticos mundiales. Por muy injusto y doloroso que resulte, Malvinas no existe, literalmente, entre las inquietudes del pueblo argentino. Es un conflicto que se da por perdido y en la sensibilidad colectiva (sectores progres incluidos) llega a haber inclusive un rechazo de negación, como lo demuestra el repugnante abandono en que se encuentran los ex combatientes. En consecuencia, la elevación del tema a rango de título principal de portada de los diarios está hablando, a los gritos, de una ausencia o invisibilidad temáticas en verdad impactantes. Eso no es culpa del Mundial.

Y hasta subamos la apuesta, involucrando a los noticieros y realizaciones televisivas en general. Podría contemplarse también a la radio, aunque allí quedan todavía algunas opciones de “escape”. La cobertura desde Alemania es insoportable, en cantidad y calidad. Podría decirse, sin miedo a cargar con el sambenito de ser tildado como alienígena, que la plata que se gastó para llenar la pantalla con un sinfín de tonterías inconmensurables es obscena. ¿Pero acaso venía sucediendo algo diferente hasta la irrupción del Mundial? ¿Acaso no hace ya un larguísimo rato que la producción informativa de trascendencia está huérfana de toda orfandad?¿Acaso no se estaba criticando la desaparición de los programas periodísticos de peso, y los resúmenes noticiosos en los que apenas parece contar el “color” y la frivolidad? ¿Andaba uno en otro mundo, o éste es el mismo mundo nada más que revestido de pelota? Hay gente que se indigna –periodistas incluidos– por la parafernalia mundialista. Es comprensible y justificable. Sin embargo, no se nota que esa misma indignación se deposite sobre el conjunto de lo que ocurre en el universo mediático y del cual el Mundial es apenas uno de los emergentes (con el atenuante, si se quiere, de que cada cuatro años sucede exactamente lo mismo y nadie tiene derecho a la sorpresa).

Si la Selección Argentina confirma su marcha y alcanza los partidos finales, para no hablar de si gana el título, el súbito y desmedido exitismo originado en la goleada a Serbia alcanzará límites paroxísticos y parecerá que, definitivamente, ya no hay otro asunto que pueda o deba abordarse. Sería ese un mejor momento todavía para recordar que la pelota no oculta nada que antes (y después) no haya sido ocultado por una generalizada indiferencia social hacia las grandes cuestiones políticas y sociales.

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