Dom 02.07.2006

EL PAíS  › EL GOBIERNO Y SU RELACION CON LULA, CHAVEZ Y EVO

Los amigos en el vecindario

Las peripecias de la relación entre Kirchner y Lula. Chávez y Evo Morales, dos casos diferentes. Cómo los interpreta el Gobierno. Los acuerdos económicos y su lógica política. Qué se pone en juego, además del precio del gas. Los proyectos oficiales, entre los caños y la integración.

› Por Mario Wainfeld
Opinion

Lo de Néstor Kirchner y Lula Da Silva no fue lo que se llama un amor a primera vista. Eduardo Duhalde, a la sazón Presidente, los juntó para que se conocieran e inmortalizaran el momento en una foto. El bonaerense pensaba que la imagen podría darle un pequeño aventón a su candidato en las elecciones de 2003. Kirchner sabía que tendría que sudar la gota gorda para llegar a la segunda vuelta y no estaba en capacidad de desdeñar ninguna ayuda de sus amigos, pero seguramente en su fuero íntimo renegaba de tener que deberle algo a un ajeno, así fuera un presidente. Roberto Lavagna y Daniel Scioli, otros dos refuerzos que le puso Duhalde, sabrían más tarde de esos resquemores.

Pero, además, Kirchner y sus aliados más cercanos no compartían el entusiasmo de Duhalde por la figura de Lula. Para Duhalde, el brasileño reavivaba una vieja ceniza de la mitología peronista, la del obrero industrial que supo llevar en su mochila el bastón de mariscal. Para el santacruceño el líder del PT era un hombre demasiado pragmático, carente de ideología consistente. Alguno de sus allegados, de esos que no reniegan del pensamiento del jefe pero que a veces lo simplifican demasiado, lo definió ante este cronista como “un pichón de Menem”.

El modo distante con que abordó Lula los primeros rounds de la discusión del Gobierno sobre la deuda externa acentuó naturalmente los resquemores. Y la ortodoxia económica a que se apegó el mandatario brasileño le ponía el moño a una caracterización demasiado veloz, demasiado autoelogiosa, muy poco atenta a las premisas de los otros. O sea, una de esas caracterizaciones que suelen arraigar en Palacio.

El tiempo fue variando esa posición, no de modo abrupto pero sí constante. Tan es así que el apoyo de Kirchner a la reelección de Lula, pronunciado en la semana que pasó, se inscribe como una continuidad de lo sucedido entrambos, por decir una fecha redonda, desde comienzos de 2005.

En la actual, más matizada, lectura kirchnerista de la realidad regional Lula es su principal interlocutor y aliado. La profesión de presidente, coinciden calificados contertulios de los que mandan o mandaron, es muy particular pues su cabal ejercicio se aprende mientras se desempeña el cargo. Las relaciones internacionales, un tópico ajeno a los afanes de un gobernador, confirman (y aun multiplican) esa tendencia.

El trato entre jefes de Estado en esta etapa de la historia incluye muchísima relación personal, reuniones de cuerpo presente, teléfonos rojos muy trajinados. El desarrollo de las comunicaciones, el relativo borroneo de las fronteras territoriales, la velocidad con que se toman las decisiones son justificaciones objetivas del fenómeno. La existencia de una nueva etapa económica y política en América del Sur y una serie de afinidades generales redondearon, en el caso de Kirchner y Lula, lo que es de todos modos una proclividad inevitable.

En el nuevo trazado de “su mapa” de la región Kirchner ha computado una realidad demasiado negada por ciudadanos y elites argentinos: que Brasil es la potencia de la región y nuestro país su aliado natural, necesario.

Las acciones conjuntas que desplegaron ambos gobiernos en las crisis políticas de Bolivia y Haití sirvieron para encontrar puntos comunes y aliviar recelos. El oficialismo argentino empezó a percibir que la política exterior de Lula en relación a Estados Unidos nada tiene que ver con la de Menem. Y, con presumible placer, el Presidente observó que acciones positivas realizadas en países más desfavorecidos inflan su imagen en el exterior, amén de proveer a la relativa paz de la región. La reciente visita de Estado a España, con castizas alusiones a ese liderazgo, agrandó la autoestima presidencial, comentan los contertulios de la Rosada.

La existencia de intereses, desafíos y adversarios comunes no basta para transformar en idílica la convivencia entre dos países limítrofes de escala diferente y con economías bastante competitivas entre sí. Pretensión que se vuelve más peliaguda si las burguesías respectivas tienen distinto piné y ambas sociedades están transidas por feroces desigualdades. Pero lo cierto es que Lula es la mayor referencia que tiene Kirchner en el vecindario y que su apoyo a la reelección (de improbable efecto en Brasil) trasunta su pensamiento más íntimo.

Con otros colegas, incluidos Hugo Chávez y Evo Morales, las cosas son un poco distintas.

Diferencias

Los más empinados ocupantes de Cancillería y de la Rosada coinciden en describir que existen dos esbozos de ejes en la región: el que vertebran Argentina y Brasil y el que pretenden estructurar Hugo Chávez, llevando a su vera a Bolivia y Cuba. En su diagnóstico, el presidente venezolano hace buenas migas con Fidel Castro pero, como algunas empresas extranjeras que comercian con la Selección, es más sponsor que hincha.

Consolidado en su país, frente a una oposición diezmada y golpista, el presidente bolivariano sabe valerse de la riqueza petrolera para expandir su influencia internacional. Kirchner asume que no piensan igual y que no tienen proyectos idénticos pero lo define como un político astuto, más dúctil de lo que le gusta parecer y confiable cuando pacta algo. La relación mutua ha estado signada por la instrumentalidad antes que por la retórica común.

Los actuarios del gobierno argentino computan en el haber de ese toma y daca la venta express de fuel oil durante la crisis energética, la apertura de los astilleros Río Santiago, la compra de Boden cuando Kirchner lo sugirió.

El gasoducto sudamericano es algo así como la utopía con caños de esa relación. Se trata de una obra pública sin precedentes, inimaginable por variadas razones en las últimas décadas. Los gobiernos argentinos, brasileño, venezolano y ahora el boliviano están comprometidos en esa hipótesis de la labor que Kirchner y Julio De Vido dan por hecha aunque de momento no hay ni caños ni siquiera traza que se conozca. Un par de empresas nacionales, Techint a la cabeza, tienen buenas razones para desear que ese emprendimiento se plasme. La construcción de tamaña obra no tiene muchos postores posibles y el rinde eventual no es moco de pavo.

La construcción de ese gasoducto y el del Noroeste Argentino serán la prueba de fuego acerca de la solidez de los lazos con dos gobiernos aliados, distintos, no necesariamente afines.

Evo vive

Cuando el Presidente, ni qué decir De Vido, hablan de “Hugo” (Chávez) sonríen, aun cuando la referencia sea en tono crítico. Evo Morales hace fruncir más entrecejos. A los ojos del gobierno argentino, su admirable rush a la presidencia fue demasiado veloz, sorprendió al MAS sin experiencia de gestión y con un plantel de cuadros políticos muy desparejo. Además, entienden que el presidente boliviano es muy rígido en sus posturas ideológicas, que asocian a una izquierda algo arcaica. Esa caracterización se matiza al reconocer que Morales es consecuencia de la discriminación y la exclusión de buena parte de las clases populares en Bolivia. Por añadidura, Evo no tiene la solidez económica ni política de que goza hoy Chávez. La recuperación de la soberanía en materia energética y la negociación de nuevas condiciones con mano firme son una necesidad democrática del flamante presidente boliviano. El presidente argentino, que hace un culto de mantener la legitimidad día a día, reconoce esa urgencia en sus pares, persuadido de que apuntalar su gobernabilidad consolida el sistema político del subcontinente.

El convenio marco firmado el jueves pasado en Hurlingham por los dos gobiernos debe ser refractado a través de ese prisma y no sólo como una compraventa entre particulares, en la que el precio es el factor esencial. En un acuerdo imaginado a largo plazo entre Estados, obviamente, el costo es importante pero la pretensión del Gobierno es que la compra de gas sea la base de una complementación económica que favorezca el desarrollo de Bolivia, lo que le daría solidez a mucho más que su economía. Es aventurado inferir, con los datos de hoy, si ese designio del gobierno argentino habrá de cumplirse pero, a los ojos de este cronista, sería todo un logro que así fuera.

La voluntad argentina es que aumenten las transacciones y se diversifiquen los medios de pago, como ya ocurre con Venezuela. De tal modo, se podrían triangular pagos con productos industriales argentinos o con la construcción de obras públicas en Bolivia, con la consecuente sinergia entre los países y sus sectores productivos. Entre las fantasías (o proyectos, el tiempo aclarará) del ministro De Vido se cuenta que capitales y experiencia argentina posibiliten la utilización local y doméstica del gas en el país vecino. “Ellos deben tender redes domiciliarias y armarse a tambor batiente un parque automotor con motor a gas. El combustible podría salirle gratis.” Esa cooperación en la que quieren anotarse Gobierno y “empresarios nacionales” no es inocente en términos políticos pero eso no la priva de encanto.

Los objetivos de Argentina son garantizarse un volumen mucho mayor de suministro, en un marco de mayor previsibilidad. La prognosis ulterior es que la relación entre Bolivia y Chile irá mejorando, a punto tal de que se supere la objeción de hacer by-pass de gas al país trasandino, prohibición que de todos modos ahora no es absoluta.

El gobierno argentino no está en capacidad de decirlo en público pero sus principales figuras registran que Bolivia no debe recibir de los países “grandes” el trato abandónico que les propinó el Mercosur a Paraguay y Uruguay. La crisis de las pasteras tiene causas más inmediatas y más complejas pero la agrava el justo resentimiento del Uruguay con Argentina. El naciente collar gasífero, que pone en la mesa a presidentes y no a gerentes de empresas, puede servir para evitar reiteraciones de ese precedente desdichado.

La edad de la razón

Los instrumentos siempre son controvertibles, la lógica básica de la relación del Gobierno con el de Brasil es difícil de reprochar. La imponen, por cojones, la historia, la geografía, la política y la economía. En lo central, ese nudo de la política exterior argentina es sensato, distante de la irracionalidad que suele achacarse al Presidente. Ningún otro mandatario con dos dedos de frente podría proponerse un rumbo antagónico al vigente.

Los afanes oficiales con relación a Bolivia y Venezuela están mucho más connotados por hechos novedosos: los liderazgos plebiscitarios en ambos países y la explosión de sus respectivas riquezas de fuente energética. En ese marco, la cooperación y la integración pueden ser un aporte a la consolidación cabal del sistema democrático en este Sur. La paz de la región, que posibilita un grado bajo de intervención norteamericana, es una ventana de oportunidad que vale la pena apuntalar.

Las tareas a realizar, por su magnitud y falta de precedentes cercanos, despiertan dudas acerca de su factibilidad. Es válido y hasta lógico dudar acerca de si se plasmarán dos gasoductos fenomenales, cuya erección insumiría años y miles de millones de dólares, requiriéndose para colmo el concurso de varios países. Vaya a saberse si se podrán concretar acuerdos de cooperación industrial de largo plazo entre Estados cuyos ADN no incluyen mucha estabilidad.

La oportunidad esta ahí, esquiva como siempre. Si se evapora, se habrá echado al viento mucho más que gas.

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