EL PAíS › CHICHA MARIANI, ABUELA DE PLAZA DE MAYO
Hoy declarará en el juicio que se le sigue al represor. Contará cómo mataron a su nuera, Diana Teruggi, y secuestraron a su nieta, Clara Anahí, a quien todavía busca. Dice que no puede olvidar la imagen de Etchecolatz arriba de los techos de la casa de su hijo, ordenando disparar. Tiene 83 años y es una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo.
A María Isabel Chorobik de Mariani se la ve entera, a pesar de las largas audiencias del juicio al ex director de investigaciones de la Policía Bonaerense Miguel Etchecolatz, cargadas de duros testimonios de los sobrevivientes. Con 83 años, es una de las fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, desde donde busca a su nieta Clara Anahí, a la que se llevaron con dos meses de vida de la casa donde asesinaron a su madre, Diana Teruggi. Por esos crímenes está siendo juzgado Etchecolatz, que comandó junto con Ramón Camps el bombardeo a la casa de Daniel Mariani, el hijo de “Chicha” (como la conocen en La Plata). A ella le tocará dar hoy su testimonio en el proceso al represor. Un juicio que esperó treinta años.
–¿Qué implica para usted enfrentar a Etchecolatz cara a cara?
–Me dio mucha repugnancia verlo el primer día, tratando de parecer un pobre santo con el rosario en las manos, pasando las cuentas entre sus dedos. Yo no puedo olvidar la imagen de Etchecolatz arriba de los techos de la casa de mi hijo y ordenando tirar contra mi nuera. Esto lo han contado dos policías en el Juicio por la Verdad de La Plata, que estuvieron con Etchecolatz y con Camps arrastrándose por los techos. También lo contó (Hugo) Guallama, el chofer de Etchecolatz. Esta bestia estaba allá arriba en el medio del “fragor de la batalla”, que no era tal, porque lo que había era fuego cruzado entre ellos. Se colocó allí porque sabía que no había ángulo para que le disparasen.
–¿Esto ocurrió cuando atacaron la casa de la calle 30?
–Sí, el 24 de noviembre de 1976. En la casa estaban mi nuera, Diana Teruggi, y tres militantes más: Roberto Porfidio, Eduardo Mendiburu, Juan Carlos Peiris. Además estaba mi nietita Clara Anahí, que fue secuestrada allí. A mi nuera la ametrallaron junto a un limonero y cayó protegiendo el cuerpito de mi nieta. Alguien se bajó de esos techos y sacó a la nena de debajo del cuerpo de mi nuera. Fue con la bebé y le dijo a Camps: “Qué hago con esto”. Y Camps le dijo: “Póngalo en ese auto”. Siempre pensé que era el de Etchecolatz. Pero era el de Juan Fiorillo. Ahora hice la denuncia y Fiorillo está preso. Es tristemente célebre porque mató a Felipe Vallese y ahora está preso por el secuestro de mi nieta.
–¿Escuchó los disparos?
–Sí, yo estaba a pocas cuadras. Vi pasar tanques y camiones del Ejército. Después también pasaron autobombas. Yo estaba esperando a mi nuera, que me traía la nena para que se quedara toda la tarde. No llegó y me empecé a desesperar pensando que le había pasado algo. Un ratito después mi madre me llamó de City Bell porque mi padre se había descompuesto. El nunca se enfermaba, así que me fui y me quedé a dormir allá. Al siguiente día, escuché la noticia por la radio.
–¿Qué hizo entonces?
–Fui a mi casa y encontré a todos los vecinos en la puerta, que estaba ametrallada. Entré con ellos, que habían pensado que estaba muerta adentro, porque a las diez de la noche atacaron mi casa: rompieron, balearon y robaron todo. Habían cruzado un cable pelado en la puerta. Si no hubiera sido por un vecino, yo hubiera muerto electrocutada. Fui a lo de mis consuegros. Todos creíamos que mi hijo y la nena habían muerto allí. Después mi hijo se comunicó conmigo. Yo iba a la casa a levantar lo poco que no habían destruido. Llamó por teléfono y me enteré de que estaba vivo. Y de la nena me enteré más adelante, cuando alguien me avisó que estaba viva. Así me lo ratificó el comisario Osvaldo Certorio, que me dijo que la buscara en “la regional”. Allí empezó mi búsqueda, que sigue hasta hoy sin parar. Y vuelvo sobre aquel consejo que me dio Certorio de ir a la regional, de donde me sacaron corriendo. Ahora encuentro que la persona que se llevó a mi nieta en mi auto era el de Juan Fiorillo, que era el jefe de la Regional.
–¿Intentaron venderle a su nieta en ese momento?
–Por intermedio de una familia amiga, que tenían una sobrina que estaba de novia de un policía, se ofrecieron para mediar. Acepté. Estoy segura de que no fue sólo una extorsión, sino que me la iban a dar. Arreglamos todo para que me la entregaran a cambio de dinero para ese policía, que se llama Daniel Del Arco. Ahora lo reconocí en el estrado. Pedí auxilio al consulado de Italia, que me ofreció lo posible para que pudiera irme con la nena, pero también le preguntó a Camps si era cierto. Y ahí se desbarató todo y no quisieron entregármela. Pero yo sé que era cierto, porque me describieron parte de la Dipba (la Dirección de Inteligencia de la Policía Bonaerense), donde trabajaba Del Arco. Y coincide con lo que vi cuando la visité, después de que la sede pasase a la Comisión Provincial de la Memoria. Comprobé con horror que eran las mismas puertas que me habían descripto.
–¿Cuándo se enteró del asesinato de su hijo?
–Lo mataron el 1º de agosto de 1977, pero me enteré muchos días después. También me avisó alguien por teléfono. Ya no pude hacer nada por recuperar su cadáver y continué buscando la nena. Con otras abuelas, empezamos a buscar juntas y creamos Abuelas de Plaza de Mayo. Tanto Etchecolatz como Camps, como Guallama saben donde está Clara Anahí. Ellos saben quién la tiene. Pero no lo dicen. Mi esperanza es que si alguien más sabe, que hable, para que le pueda decir a mi nieta quién es y cuánto la quieren. Hace treinta años que estoy sin parar buscando a mi nieta y justicia para mi hijo y mi nuera. Quizás este juicio sea más pesado y se hace sentir en las sesiones, que son largas. Y duele siempre que se habla de este tema. O, aunque no se hable, está vivo dentro nuestro.
–¿Qué representa para usted que se juzgue a Etchecolatz?
–Me parece que es lo más justo que puede ocurrir. Debió haber pasado muchos años antes. Han pasado treinta años desde sus tropelías cometidas contra la humanidad. Me parece justo también que se lo condene. Nunca lo tuve frente a frente en la dictadura. El me observaba en el Juicio por la Verdad. Ahora está con la mirada baja y yo perdí del todo la vista. No le puedo ver los ojos de serpiente.
Reportaje: Werner Pertot.
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