EL PAíS › SAQUEAN Y TOMAN SIETE EDIFICIOS DE UN PLAN DE VIVIENDAS DEL BAJO FLORES
Un complejo de viviendas a punto de ser entregadas a sus nuevos dueños fue saqueado a la madrugada por un grupo organizado, al que luego se sumaron otras 500 personas. También hubo una posterior toma de los edificios que duró hasta la noche. Para el gobierno porteño, hubo “intencionalidad política”.
› Por Horacio Cecchi
La toma y saqueo de un complejo de monoblocks, que en veinte días estaría terminado para su entrega a adjudicatarios de la villa 1.11.14 (dentro del Plan de Urbanización en Villas), sobre la calle Esteban Bonorino al 1800, desató ayer confusión y acusaciones cruzadas entre vecinos pobres de dos barrios aún más pobres. A la medianoche del lunes un grupo organizado –según todos los testimonios– llegó en camiones y combis y tomó casi por asalto el complejo de edificios de 160 departamentos de uno, dos y tres ambientes. Arrancó de cuajo cocinas, estufas, termotanques, muebles, grifería y cerámicas y desapareció. Detrás, medio millar de vecinos avanzó como termitas para arrancar lo que quedaba, mientras la policía recibía orden de no provocar enfrentamientos. Unas 40 o 50 familias decidieron permanecer adentro, a la espera de que el gobierno porteño les entregara un techo. Anoche, se llegaba a un principio de acuerdo y al desalojo pacífico. Hoy sigue la negociación con los delegados en la Comisión de la Vivienda. Detrás quedan las sospechas de que la movida fue impulsada por punteros políticos. Ayer, por la tarde, en el edificio tomado las acusaciones silbaban por sobre las cabezas. Los del Barrio Rivadavia 1 acusaban a los de la villa 1.11.14 y los de la villa a los del barrio. Unas horas antes, sobre la misma Bonorino, los que habían tenido algo de suerte vendían a 50 pesos el termotanque, a 30 la cocina y a 10 el bajomesada.
FoNaVi, dice el enorme cartel partido en tres y que se apoya contra una de las paredes del monoblock, sobre Esteban Bonorino al 1800, a la altura que deja de ser Bonorino y pasa a ser una traza de barro afirmado. Más allá, donde el barro ni siquiera se afirma, se estira la villa 1.11.14, donde viven “los del fondo”, como conocen a sus vecinos los otros vecinos, los del Rivadavia 1, que por algún absurdo de la semántica, por antigüedad o por el peso del propio nombre, no sean considerados villa sino barrio, aunque a simple vista unos y otros parezcan tan igual de pobres.
Al costado del cartel cuelga una enorme bandera argentina. Algunas ventanas están tapiadas con maderas. Otras no tienen vidrios y en algún caso ni siquiera marcos que parecen haber sido arrancados. Algunas caras se asoman desde cualquiera de esos agujeros y miran hacia la calle, donde la concentración de vecinos va in crescendo. Alrededor de todo el complejo –unos 160 departamentos de uno, dos y tres ambientes– una alambrada y un cordón policial separan a los de adentro de los de afuera. Los de adentro, unas 40 o 50 familias con sus chicos que van de los cuatro o cinco meses a los 16 o 17 años, resisten como perros hambrientos que no quieren soltar su hueso. Los de afuera, a su vez, están divididos: en el frente, por la Bonorino de barro, se concentran familiares de los de la toma, son los vecinos del Rivadavia 1. Sobre una de las calles laterales, la que cruza Bonorino al 1700, están los curiosos, vecinos de otro complejo que ya recibieron su techito. Sobre la otra lateral, una callecita angosta que funciona como una grieta abismal, están “los del fondo” pegados a sus casillas de ladrillos a la vista y aguas servidas.
Los monoblocks iban a ser entregados en unos veinte días, cuando la obra estuviera terminada. Así y todo, sin terminar y saqueada, la obra es un lujo en comparación con el vecindario que la rodea y da una idea de la tentación que debía ser con todo su aparataje al día –hablamos de cocina de cuatro hornallas y horno, termotanque, estufas de tiro balanceado, grifería de primera, buena cerámica en los pisos, baños internos, propios y privados–. Según el plan de Urbanización de Villas del gobierno porteño, los 160 departamentos tenían como adjudicatarios a habitantes ya asignados de la 1.11.14.
A unas cuadras de allí, en Riestra y Janer, se levantan otros monoblocks del mismo plan y que también debían ser entregados a vecinos de la 1-1114. “Hace tres días que se venía escuchando que les iban a tomar los departamentos, que se los iban a tomar, y al final decidieron tomarlos los mismos adjudicatarios para protegerlas –señaló a Página/12 el presidente del Instituto de la Vivienda porteño, Claudio Freidin–. Esa fue una toma pacífica, sin desmanes. Esta fue otra cosa.” Freidin se refería a la de los monoblocks de Bonorino y el barro.
Algunos dicen que fue un camión azul y varias combis. Otros aseguran que eran un par de camiones grandes y algunas camionetas. Eran 40 o 50 personas, aunque nadie arriesga en el número. Eso sí, todos aseguran que parecían organizados. “Yo llamé a la policía. Estaban los del comando, pero los dejaron entrar y después les dieron la orden y los polis se retiraron”, aseguró un vecino que vive del otro lado de la Bonorino, en las primeras líneas del Rivadavia 1. No está claro por qué el retiro policial. Ni siquiera está claro que haya habido policías. Algunos vecinos dijeron a este diario que siempre los hubo en custodia de la obra. “No es policía sino vigilancia privada del Instituto”, corrigió Freidin.
Lo cierto es que la custodia no estaba en condiciones de detener ningún intento. Simplemente dio el aviso policial e intentó salir indemne. Los de los camiones, armados, parecían dispuestos a todo. Arrancaron de cuajo todo lo que sobresaliera de la pared y el piso. Muebles de cocina y baño, cocinas, inodoros, termotanques, cerámicas y así como llegó, el grupo se fue. Después, llegaron los del Rivadavia 1, dispuestos a ocupar para defender lo que no era de ellos, con la esperanza de resistir dentro hasta conseguir un hueso.
“Llama la atención que esto se produzca con estos niveles de organización –dijo más tarde el jefe de Gobierno porteño, Jorge Telerman–. También llama la atención que esto se produzca luego de la ocupación de terrenos en la zona de la Villa 31”, aseguró en referencia a las varias decenas de carpas y casillas que se instalaron en las últimas semanas en la zona de Retiro. “No podemos saber quiénes están detrás, pero esto se presentó como un combate entre sectores humildes. Ahí sí puede haber usos políticos, y nosotros debemos prevenir el uso punteril y violento de las políticas habitacionales”, agregó.
Dentro del complejo de Bonorino al 1800 se vive ambiente de ciudad sitiada. El clima es áspero. Hay familias enteras, muchas mujeres, muchas embarazadas, unos cuantos hombres y muchos chicos. Todos son vecinos del Rivadavia 1, cruzando la Bonorino. Aseguran que entraron después de que el grupo organizado saqueara el edificio. “Nosotros vinimos para defender que no sigan robando”, dijo María. “Fueron los del fondo”, impacta una joven embarazada, Noemí. El ambiente se espesa. “No tenemos ningún motivo para robar. Nadie roba donde va a vivir”, casi gritó María, otra María. “Sabés lo que pasa –intentó explicar Betty–, que estos departamentos hay que pagarlos y se los están dando a gente que no quiere pagar nada. Esa es nuestra bronca.” Empieza a desbordar el odio, la guerra entre pobres, la xenofobia. Curiosa xenofobia: entre los que realizaron la toma, la tercera parte al menos está compuesta por bolivianos o peruanos o paraguayos. La guerra entre pobres no tiene límites y es hacia dentro porque la pobreza es una sola.
“Los que viven ahí –aseguró Nilda y señaló hacia ‘los del fondo’– no pagan, son todos indocumentados, son bolivianos, les adjudican departamentos, después los venden y se vuelven a la villa, porque ellos no quieren pagar, prefieren vivir en el fondo...” La interrumpió una chica, también embarazada porque allí todas las mujeres parecen de una fertilidad desbordante. “Yo soy boliviana pero quiero pagar. Yo alquilo una pieza en el Rivadavia 1 y me cobran 160 pesos, tengo que compartir el baño con 15 familias más y me baño con agua fría.” “Nosotros somos argentinos y las adjudicaciones siempre se la dan a los indocumentados”, bramó Nilda. “Yo llevé la documentación de mi hijo discapacitado a Vivienda –dijo Marta–, llevé donde dice que me desalojaron y estoy viviendo en un galpón ahora, y allá me dijeron que si quería tener un departamento tenía que pagar 4 mil pesos. Volví acá y los punteros me dijeron eso, que para tener tenía que pagar.” “Yo quiero pagar y nadie me da nada”, retrucó Noemí.A media tarde de ayer, la toma lentamente se iba solucionando. Freidin concertó con los delegados tomar los nombres de cada una de las familias de la toma. Hoy, a las 10, se volverá a reunir con los delegados en el Instituto de la Vivienda para resolver la situación. “Afortunadamente, la situación se normalizó –aseguró Telerman–. No vamos a permitir más actos de vandalismo.”
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