Dom 16.07.2006

EL PAíS

“Se quedaba horas en el balcón mirando la gente”

Los vecinos de Cramer al 2100 conocían a Ríos como “el loco” por sus extrañas conductas, pero afirman que era pacífico. El padre, piloto de Aerolíneas, lo cuidaba.

El paisaje de Cramer al 2100, en el porteño barrio de Belgrano, era distinto al de siempre. Policías por aquí y por allá. Vecinos que se juntaban en las esquinas, en pequeños grupos, para tratar de confirmar lo que ya se sabía desde el mediodía. Comerciantes en la puerta de los locales. Todo era distinto a lo habitual. Las señoras que pasaban por esa cuadra ya no hablaban de peluquerías ni de cabellos alisados. Ahora el tema era otro: el asesino de Alfredo Marcenac, el agresor de Cabildo, vive en la zona, y “parecía un vecino más”. Mientras para muchos fue toda una sorpresa, para otros “el tipo era raro, y le decían ‘El loco’”. Así, y de a poco, los vecinos se iban enterando quién es y dónde vive el hombre más buscado por la policía desde hace diez días.

El edifico de Cramer 2172, entre Mendoza y Juramento, se transformó en el foco de atención de todos. Los cuatro policías que custodiaban la entrada, las cámaras de televisión y el revoloteo constante de curiosos eran los motivos para que vecinos, comerciantes y gente que pasaba por esa cuadra de Cramer preguntara qué había pasado.

“Recién me enteré por la radio qué éste es el que mató al pibe en Cabildo, y el que atacó acá en la esquina, en la confitería”, cuenta Lautaro, portero del edificio de la cuadra de enfrente.

Martín Ríos, el agresor, vive en el segundo B. El departamento que comparte con su padre, un piloto de la empresa Aerolíneas Argentinas, con su madre y su hermana, de 29 años, tiene un inmenso balcón que da a la calle Cramer. Las tres persianas estaban bajas. Sólo podía observarse algunas reposeras blancas y varias plantas que adornaban la vista del balcón.

“Hace siete años que vive ahí. Con mi mujer lo llamábamos ‘El loco’, porque siempre salía al balcón y se quedaba horas mirando a la gente. También se paraba en la esquina (de Mendoza y Cramer) y se quedaba como media hora sin hacer nada”, continúa el relato el portero, quien asevera “que miraba (Marcelo) mucho a las mujeres”.

No había persona que no pasara por la zona y que no preguntara “por qué había tantos policías ahí”. Para Daniela, vecina del barrio, “no se puede creer que este tipo viviese acá.” “Lo teníamos en la zona, en Belgrano R, no en Moreno”, compara, y añade: “Yo estuve a dos cuadras cuando fue lo de Alfredo (Marcenac), en Cabildo. Había pasado por ese lugar unos minutos antes de que mataran al chico”.

“Acá nunca hay policías. El tipo se podía poner a tirar tiros por el balcón y nadie lo iba a agarrar. Lo que pasa es que en Cramer se dividen las comisarías 33ª y 35ª, entonces esta zona no la cuida nadie”, explica, e ironiza: “Entre la Rímolo (quien era vecina de la zona) y éste, tenemos unos vecinos bárbaros”.

En el barrio, el detenido no era uno de los vecinos más conocidos. Sin embargo, muchas de las personas que viven en la misma cuadra que el agresor, y en la de enfrente, coinciden en que “se lo veía poco por la calle”. Lautaro afirma que el joven de 27 años “no tenía amigos, era raro, y se lo veía poco y solo. A veces salía pero no tenía horarios fijos como alguien que tiene trabajo. Me parece que tampoco estudiaba. No se sabe qué hacía, más allá de mirar por el balcón”.

“¿Me estás jodiendo?”, pregunta una vecina que paseaba su perro por la vereda, donde se mantenía una fuerte custodia policial. La cara de la mujer se transformó cuando pudo confirmar la noticia, a través de vecinos y distintos medios que se plantaron desde ayer por la mañana en la puerta del edifico.

“No lo puedo creer. Yo vivo acá a la vuelta, a dos cuadras. Es un pibe súper dulce. Yo hablaba siempre con su papá, porque como es piloto le pedía que me traiga zapatillas de otros lados. El padre me contaba que el hijo (Martín Ríos) tenía problemas mentales, que se hacía pis encima. Con Marcelo también hablaba a veces, porque él salía a pasear su perro y yo el mío, entonces nos encontrábamos en la calle”, recuerda la vecina, quien prefirió no decir su nombre.También cuenta que “la hermana tenía un perrito que se le había muerto y no lo quería tirar”. “Yo hablaba con el padre –recuerda una vez más– y le decía que no lo podía tener, que lo tenía que tirar.”

Para Patricia, quien vive a una cuadra, también sobre avenida Cramer, “no se puede creer que el hombre que baleó la confitería vive a una cuadra”. “La verdad, no lo conocía –apunta–. Acá hay muchos edificios y una no conoce a todo el mundo, más que yo vivo en la otra cuadra. Pero me pone mal saber que el asesino vive tan cerca de mi casa.”

Quienes atienden el kiosco ubicado al lado del edificio, dicen “no saber nada” sobre el agresor. “Por suerte no era cliente nuestro”, completan.

“Era un buen pibe pero no me preguntes más”, dice una señora al pasar. “¿Están seguros de que era él?”, preguntó la misma mujer, mientras su paso se aceleraba cada vez más.

Informe: Luciano Zampa.

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