EL PAíS › OPINION
› Por Horacio Verbitsky
En la edición de ayer de su suplemento Enfoques, el diario La Nación publicó un artículo titulado “Asedio a la prensa: qué hay detrás de la estrategia K”. Allí se me presenta como un consultor presidencial en la materia. La autora de la nota me consultó y, luego de recibir mi respuesta, me aclaró que ella era apenas una colaboradora sin “injerencia sobre decisiones que son editoriales”.
A continuación se reproduce mi contestación y se destacan en negrita los tramos omitidos por esas decisiones editoriales:
“Ruego que publiquen en forma textual mi respuesta a la consulta, incluyendo este párrafo inicial, ya que no confío en La Nación, que desde hace diez años ejerce la censura sobre mí: en 1996 publicó completa la conferencia de García Márquez ante la SIP, salvo el párrafo elogioso que me dedicó. Este año dos de sus directivos periodísticos dijeron que no comentarían mi libro Doble Juego, la Argentina católica y militar porque yo tenía ‘un problema con Escribano’ (sic). Así se refirieron a la nota en la que conté el pliego de condiciones políticas y económicas que el ex subdirector le presentó en privado a Kirchner y el ultimátum público por haberlo rechazado, de que no duraría más de un año en el gobierno.
”Cuando Kirchner ganó las elecciones, a pedido de la Asociación Periodistas le pedí que desistiera de un juicio contra un columnista de Santa Cruz, al que defendíamos en la Justicia. Cuando lo hizo, le acerqué también en nombre de Periodistas el proyecto de despenalización de calumnias e injurias contra funcionarios, que sigo impulsando, ahora desde el CELS. Este año, finalmente, Kirchner prometió que lo iba a asumir e incluso fijó dos fechas posibles. Como ya pasaron y no lo hizo, escribí en Página/12 que Kirchner puede ironizar todo lo que quiera acerca de la concentración de la propiedad de los medios, pero nada ha hecho para restringirla, sino todo lo contrario, con la escandalosa prórroga por una década de las licencias de radio y televisión. También puede distinguir entre la libertad de prensa y la de empresa, entre los propietarios de medios y los periodistas. Pero eso será pura retórica mientras siga faltando a su palabra de impulsar aquella despenalización, que no favorecería a los patrones sino a los trabajadores de prensa. El jueves 13 me dijo que era cierto, que no se ofendía por la verdad y que le resultaba útil, ratificó el compromiso de la despenalización y me reclamó que cuando lo llevara a cabo también lo escribiera, cosa que haré si él cumple. Con la senadora CFK nunca hablé de estos temas. Me parece legítima la discusión que planteó sobre el contenido de ciertos artículos periodísticos y me gustaría leer las respuestas de algunos de los aludidos. También he expresado, privada y públicamente, mi desacuerdo con la exclusión de Perfil y Noticias de la pauta publicitaria oficial. Me preocupa la lectura sesgada que algunos intendentes conurbanos pueden hacer de las válidas críticas y de las arbitrarias exclusiones, y las consecuencias posibles sobre débiles medios locales.”
Mi interpretación sobre estos actos de censura. Respecto del primero, La Nación no permite que recuerde el episodio de Escribano porque de otro modo no podría sostener que el gobierno reacciona con “acusaciones contra el periodismo cada vez que la prensa independiente expone hechos y opiniones que el cristal oficial preferiría no dar a conocer”, como dice en Enfoques. Aquel ultimátum presentado a Kirchner el 5 de mayo de 2003 mostró con qué cartas jugaría el matutino y en nombre de quiénes. Durante un desayuno, Escribano le comunicó este pesado pliego de condiciones: alineamiento incondicional con Estados Unidos, denuncia internacional de Cuba, relaciones especiales con el sector empresario, olvido de los crímenes de la guerra sucia y mano dura contra la inseguridad. Kirchner le respondió que “mi mayor preocupación es que me acompañen los argentinos, por eso no empiezo por los empresarios ni por el embajador de ningún país. Tampoco pienso en un alineamiento automático con Estados Unidos ni en buscar que me aprueben como precondición para gobernar mi país. Ocurre que usted y yo tenemos visiones distintas del país”. Escribano escribió entonces en la tapa de La Nación que la Argentina había decidido darse gobierno por un año, profecía atribuida a no identificados miembros del Council of Americas, a cuyo cumplimiento el diario dedica desde entonces sus mejores esfuerzos, aunque se le haya vencido el plazo.
Respecto de la segunda decisión editorial sobre mi respuesta, revela que La Nación tampoco tiene interés en debatir los cuestionamientos específicos que CFK formuló en el Congreso. Uno de ellos se refería a una frase que retoma la línea del ultimátum de Escribano. El presidente “innecesariamente, ha decidido competir con el periodismo por el control de la opinión pública”, decía La Nación.
El diario fundado en el siglo XIX como instrumento de un partido político y su líder y que hasta hoy se reivindica como una tribuna de doctrina está en todo su derecho a sostener esas opiniones y me opondría a cualquier decisión oficial, directa o indirecta, para impedirlo. En cambio no es razonable que se ofenda cuando el presidente o la senadora Fernández opinan otra cosa o que intente presentarse como un informador objetivo y un comentarista neutral de la realidad, agredido como dice en Enfoques por un “abuso de poder en el marco de una confrontación desigual”. El control de la opinión pública es un objetivo político que no figura en el Manual de Estilo y Etica Periodística de La Nación pero que ayuda a sincerar qué se debate.
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