EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Pavlovsky *
En el libro El fin de la pobreza, de Jeffrey Sachs, una de “las autoridades mundiales de economía y política sanitaria”, se refiere a la India como centro de una revolución de servicios de exportación. Parece ser que las Tecnologías de Información (TI) que operan en Chenai son un centro de la revolución de las TI de la India, revolución que estimula un crecimiento económico sin precedentes y relata la maravillosa posibilidad que se le ofrece a los jóvenes indios con estudios. En esta revolución en la India, los trabajadores del lugar ganan entre 200 y 500 dólares mensuales. Se refiere también a las nuevas tendencias no sólo en las TI, sino en la industria textil, la electrónica, la farmacéutica, la de autopartes y otros sectores, y señala que el crecimiento económico o global del país avanza arrolladoramente a un 6 por ciento anual o incluso más. La India, dice, empieza a pisarle los talones a China, e inversores de todo el mundo se entusiasman con la idea de iniciar operaciones de las TI; pasando por las manufacturas hasta la investigación y el desarrollo en esa economía en rápido crecimiento.
La India, faltaría agregar, cuenta con 1200 millones de habitantes, de los cuales existen 20 millones de millonarios, 200 millones de clase media, 250 bajo el índice de pobreza y 600 en condiciones de miserabilidad e indigencia máxima. Esta proporción no se ha modificado y pareciera que el crecimiento inusitado engruesa cada vez más los bolsillos de los 20 millones de millonarios.
¿De qué hablamos entonces? Es casi un problema filosófico o religioso. Existen dos Indias, dos países. Un país cuyo desarrollo beneficia a un sector privilegiado de millonarios y un sector de 800 millones –¡ochocientos!–, que pululan en la pobreza y en la indigencia más absoluta. “Niños agusanados comiendo los desperdicios de la calle me hicieron vomitar”, dijo una periodista inglesa del Dayly News hace poco frente al espectáculo dantesco de los niños indigentes en la India.
También hay dos argentinas: un PBI de 9 puntos de crecimiento beneficia enormemente al 10 por ciento más rico de la población que es 36,5 veces más rico que el 10 por ciento más pobre. El 25 por ciento de la población vive con menos de 3 pesos por día, 7 millones de personas viven con ingresos de 80 pesos por mes. Existe un 30 por ciento por debajo de la línea de pobreza. Me gustaría que un día el Presidente hablase en cámara a este sector desesperanzado que lo necesita. Que necesita que los mire y les hable. Ellos todavía lo apoyan. Ven en él a la única persona que los puede ayudar. Pero algo hay que decirles. A los agusanados, a los sin vivienda, a los que comen de los desperdicios de los ricos, a los que sufren la precariedad laboral, a los que no tienen posibilidad de educar a sus hijos ni poseer servicios médicos. A los sin cloacas, a los niños neurológicamente irreparables y dañados por una falta de alimentación adecuada.
Estoy seguro de que nuestro Presidente un día no muy lejano les hablará solo a ellos. Ellos lo necesitan. En la época de Perón y Evita no había inseguridad. Porque no había miseria e indigencia. De esto no habla nunca el Sr. Blumberg y la clase media, pero no lo ignoran...
* Autor, director y actor teatral.
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