EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por J. M. Pasquini Durán
El próximo sábado 12 se reunirán los cinco gobernadores y algunas decenas de intendentes oriundos de la UCR, simpatizantes de la opción K, con el propósito de aclarar ideas y prepararse para la convención nacional del partido en septiembre. Son los “cooptados” por los favores presidenciales, según la desdeñosa descripción de los correligionarios, como Raúl Alfonsín, que prefieren seguir por propia voluntad a Roberto Lavagna, al que ya quieren candidato aunque él no se decida. L fue un mimado de la gestión K, heredado del período D (de Duhalde) y de la administración A (de Alfonsín), hasta que dejó de ser (de K) pero A (de manera explícita) y D (el que calla otorga) todavía lo anhelan. Por su parte, el ex ministro de Economía de K y D y ex secretario de Industria de A dice a todos los vientos que él acepta a los que lo quieran, pero más que nada busca la adhesión de independientes jóvenes y de socialistas santafesinos, aunque no sean tan jóvenes, dos objetos del deseo para cualquier político con ínfulas presidenciales.
Alfonsín tiene la ilusión de reconstruir la propia fuerza y un sueño: reorganizar el sistema institucional de la república con bipartidismo, el peronismo de centroizquierda y el radicalismo de centro progresista. Apapacha también una fantasía: con Lavagna llega al ballottage y, en segunda vuelta, derrota al “pingüino” o “pingüina” del Frente para la Victoria. El senador Carlos Menem también cree que tiene chances de volver a la Casa Rosada. Lo mismo insinúa, para sí mismo, el senador puntano Rodríguez Saá, mientras que su hermano Alberto, el gobernador, se ha convertido en un pequeño Howard Hughes para la pujante creatividad cinematográfica criolla. Qué país éste, tan generoso para fomentar ambiciones y energías para los constantes retornos. Lástima que la izquierda no se ensueñe con más suerte o, por lo menos, que deje de tener pesadillas.
Lo mismo que Kirchner, Lavagna dejó saber que también aspira a formar una convergencia de centroizquierda que coincida en su candidatura. ¿Qué será la convergencia? Cualquiera que tenga un diccionario sabe que define la acción y el efecto de converger, o sea cuando dos o más líneas se dirigen a unirse en un punto o cuando dos o más personas concurren al mismo fin. En política, hasta ahora, se conocían los frentes o las alianzas interpartidarias, pero no son lo mismo, según podría deducirse de lo poco que han explicado sus auspiciantes. Por lo pronto, nadie converge si no tiene un acuerdo preexistente con el punto o la idea hacia donde se dirige. Por eso, tal vez, el Presidente asegura que la convergencia que propone está destinada a los que coinciden con su pensamiento.
Luego, la convergencia no parece implicar ningún disciplinamiento orgánico, ya que cada convergente podrá mantener sus propias identidades y organizaciones. Ni tampoco supondría un compromiso de por vida: puede ser coyuntural o táctico, aunque por supuesto el punto donde confluyen las diversas líneas desearía que el movimiento tuviera carácter estratégico. Podrían existir razones diversas para cada concurrente, puesto que unos acordarían con uno o más elementos del punto que los reúne, a lo mejor relacionados con acciones temporales, o con objetivos generales, como un modelo de país o sistema político. La pluralidad, a diferencia de lo que pretenden entender los conceptos tradicionales sobre acuerdos entre partidos, no se refiere a la reunión de grupos de naturaleza antagónica ni se limita siquiera a la categoría de partidos políticos.
Desde principios de este siglo, cuando buena parte de los ciudadanos se hartaron de la Alianza y extendieron el rechazo al sistema entero de representación político-institucional, las formas de organización social adquirieron una diversidad múltiple, desde los trabajadores desocupados al margen de los sindicatos convencionales hasta los ambientalistas de Gualeguaychú, en un catálogo cuya sola enumeración sería casi interminable. Hasta tanto la ciudadanía no se reconcilie con la política y regrese a los canales tradicionales, toda representación de pluralidad es política y también económica, social y cultural. Para citar una referencia de minoría extrema en el país, están las poblaciones aborígenes que, al impulso de procesos regionales más amplios y definitorios, como el de Bolivia, han adquirido una presencia que no se puede ignorar como en el pasado.
Repasando estas descripciones, el movimiento peronista, desde su fundación, ha sido una forma primaria de la convergencia plural. El proyecto K implica una continuidad pero, a la vez, un intento de superación, en la medida que ambiciona reordenar las categorías culturales de la gestión política y del poder. Estos antecedentes son los que hacen suponer al análisis liberal que no se trata de una renovación cultural sino del grosero propósito de crear una fuerza hegemónica, los más exaltados piensan hasta en el partido único, con un liderazgo vertical, que vendría a ser el punto final de la convergencia, que concentre los poderes republicanos, terminando con el triple estanco (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) que imaginaron los constituyentes del siglo XIX.
En cualquier caso, son temas que por sus posibles consecuencias de futuro merecerían reflexiones más ondas y pausadas que los debates en el Congreso de las últimas semanas sobre los llamados “superpoderes” o los decretos de necesidad y urgencia (DNU), donde las confrontaciones no pasaron de los clichés habituales entre oficialismo y oposición, provocando dosis masivas de indiferencia o aburrimiento en la población, más preocupada por las contingencias cotidianas que por la llamada “calidad institucional” de la república, pese a que esas actitudes puedan ser condenadas por la retórica de la diputada Carrió que habla de “fascistización” social o del diputado Macri que compara a la mayoría social con la rana que terminará hirviendo en la olla.
Las módicas capacidades de reflexión en todos los campos, no sólo en el debate político, es todavía el fruto maligno de la obra del terrorismo de Estado que destruyó en pocos años las habilidades y los saberes que cuestan décadas reconstruir. En las últimas horas, para citar un ejemplo entre tantos, los más altos niveles del Gobierno y del Episcopado recordaron la figura del obispo Enrique Angelelli, asesinado en La Rioja hace treinta años, el 4 de agosto de 1976. Diez años fueron necesarios para que el juez provincial Aldo Fermín Morales desmintiera la versión oficial, que atribuía la muerte a un accidente automovilístico, y reconociera que había sido víctima de un homicidio fríamente premeditado. La causa fue abierta recién el año pasado, pero a cargo de un juez subrogante, porque no hay titular, y los fiscales fueron prestados por Córdoba, debido a la falta de recursos en La Rioja. Angelelli fue asesinado por algún grupo de tareas de aquella dictadura, pero también actuaron en concurso real todos los que en esa provincia creyeron que un obispo que actuaba con un oído en el Evangelio y otro en la voz del pueblo era poco menos que un enviado de Satán y también de la jerarquía eclesiástica que aceptó, mansa y callada, el final de ese “hermano imprudente”. Hoy, la palabra y la experiencia de Angelelli hacen falta en el recinto católico, no sólo para los más desvalidos que podían contar con su apoyo, sino también para que la conducción de la Iglesia encuentre el rumbo sin más consideraciones que la auténtica “opción por los pobres”.
También ayer el tribunal dio a conocer la primera sentencia a un comando del terrorismo de Estado luego de la derogación de las leyes del perdón. El “Turco Julián” recibió una condena a 25 años de cárcel por los crímenes cometidos, pese a que la acusación había pedido 50 años de castigo. Podrán pasar más décadas pero la verdad, como la de Angelelli, saldrá a la luz y los criminales recibirán sus penas como manda la Justicia. Del mismo modo,la cultura política será reconstruida en la experiencia del movimiento social y con el aporte de sus intelectuales, además de la práctica política. Importan sobre todo la voluntad y el compromiso, porque no estaría viva la memoria del obispo martirizado ni habría condena para el criminal si no hubieran existido las mujeres y los hombres que se empeñaron en esas causas. Las verdaderas batallas culturales se ganan y se pierden, como siempre, en el corazón y la inteligencia de los seres humanos.
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