Sáb 12.08.2006

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

REDENCIONES

› Por J. M. Pasquini Durán

En todos los países que fueron asolados por el fundamentalismo conservador de fines del siglo XX las clases medias quedaron devastadas debido a que el proyecto toleraba sólo la existencia de dos extremos: los ricos de un lado y del otro los pobres y excluidos. Recuperar la graduación intermedia de la pirámide social y abrir oportunidades para el ascenso de los empobrecidos hacia las posiciones restauradas son, a la inversa, propósitos irrenunciables de todo gobierno que busque el bienestar general. Para estas administraciones reformistas la prioridad, por supuesto, son los más castigados por la injusticia pero aún sin haber completado la tarea, ni mucho menos, llega el momento de iniciar la reconstrucción de las capas medias. Esta semana, la Corte Suprema nacional dio un paso en esa dirección con el fallo que pide al Congreso que dicte la norma general para que las jubilaciones y pensiones recuperen movilidad en relación con los ingresos reales actualizados en cada actividad. Los legisladores, por su lado, junto con el Poder Ejecutivo, están preparando un paquete de iniciativas relacionadas con los regímenes de alquileres y de préstamos hipotecarios. Todo esto sucede, claro está, en el contexto de la reactivación económico-comercial, incluido el crédito para consumos, aunque los especialistas consideran que todavía los créditos hipotecarios y productivos son caros y con accesos difíciles, que el Impuesto al Valor Agregado es alto (IVA: 21 por ciento) y que la renta financiera es parasitaria. De todos modos, es preferible andar trechos cortos que permanecer estancados.

El fallo de la Corte Suprema sobre el régimen previsional daba cuenta de una demanda particular, pero al otorgarle carácter de mandato general convirtió el caso en una política de Estado, dado que comprometió a los tres poderes de la Constitución. Si hay algún precedente de la misma dimensión política debe estar reservado a la memoria de los eruditos jurisconsultos, porque para la sensibilidad pública actual es una total novedad. Con un mensaje claro: sepan los poderes y sobre todo los ciudadanos que el supremo tribunal está dispuesto a impartir justicia también con sentido social. Habrá que ver todavía si el Congreso está a la altura de las circunstancias y consolida el veredicto como es debido. Si es así, este fallo quedará anotado por sus implicancias específicas, pero más que nada porque abrió una puerta que parecía clausurada por décadas de indiferencia depravada: será posible recurrir a los estrados judiciales, incluso al supremo, sin necesidad de influencias políticas, para hacer valer los derechos civiles y sociales que otorgan las leyes y la Constitución. La contribución puede ser invalorable en tantos aspectos de la vida cotidiana que necesitan de una visión madura, responsable y comprometida para que la sociedad avance hacia una auténtica modernización de las relaciones y costumbres. Si esa reconciliación de la ciudadanía con el Poder Judicial es posible, habrá una mejor calidad institucional y más real que las demandas retóricas de tantos cazadores de votos que se suben a las tribunas mediáticas.

La exclusión demanda más que la reparación económica, aunque sin ella no hay por donde empezar. Un joven puede estar educado, tener empleo, tiempo de ocio para el entretenimiento, ser lo que se llama “un muchacho normal” de clase media baja o media y, sin embargo, estar dispuesto a embarcarse en concepciones torticeras de la vida. Oliver Savant, de 25 años de edad, es uno de los detenidos por la policía británica acusado de formar parte de una conspiración para explotar aviones de líneas comerciales que vuelan hacia Estados Unidos. Savant cambió su nombre por Ibrahim seis años atrás cuando asumió en plenitud la práctica del credo musulmán y así fue identificado por el Banco de Inglaterra que congeló su cuenta y sus tarjetas de crédito, lo mismo que las de otros diecinueve acusados. Todos son ingleses, descendientes de familias que emigraron de Pakistán, Irán y Bengala. La inteligencia policial y militar británicas no encuentran explicación para este identi-kit: ciudadanos nacidos y criados en Reino Unido, con estudios, con aficiones comunes con los coetáneos de todo el mundo, con recursos económicos y trabajos, que han tenido en general lo que se conoce como “una vida cómoda”, puedan decidir inmolarse para cometer actos terroristas que terminarán con la vida de decenas o centenares de personas desconocidas. Aunque este plan haya sido “fabricado” por servicios de seguridad, a diario hay ejemplos en las zonas en guerra que confirman la tendencia. En Nayaf, ciudad iraquí, anteayer un suicida estalló las bombas que portaba, dejando un saldo de treinta y cinco muertos y cien heridos. Cualquier análisis que pretenda encontrar sentido en la monocausalidad será insuficiente.

Así sucede con los que presumen que la explicación última se encuentra en la vocación religiosa de los musulmanes. Equivale a pensar que Fidel Castro encabezó la revolución cubana debido a la formación que recibió de los jesuitas o que la guerrilla argentina de los años ’70 fue una consecuencia directa y exclusiva de la Teología de la Liberación y de la práctica de los curas obreros. En la Iglesia Católica hasta hoy se siguen buscando culpables en lecturas del Evangelio distintas a la cátedra oficial. Un documento reciente del Episcopado español vuelve a acusar a los teólogos progresistas, como el brasileño Leonardo Boff, por la “secularización interna de la Iglesia” causada por “propuestas teológicas que tienen en común una presentación deformada del misterio de Cristo”. El documento bajo la forma de una “instrucción pastoral” con el título “Teología y secularización en España, a cuarenta años del Concilio Vaticano II”, fue elaborado durante tres años por una comisión española bajo la supervisión directa de la congregación vaticana para la Doctrina de la Fe que presidía el cardenal Joseph Ratzinger, hoy papa Benedicto. (Texto íntegro en el último número de la publicación religiosa Il Regno de Bolonia, Italia.) La cita viene a cuento para demostrar que existen en todas las iglesias versiones distintas y que es posible que algunas de ellas encuentren eco en algún rincón de la sociedad, pero es necesaria la existencia previa de otras condiciones en el individuo y en la sociedad para que un joven “normal” conciba el martirio como una ofrenda válida de su vida.

Del mismo modo, podría argumentarse que la reacción individual desesperada se justifica por las humillaciones y asesinatos masivos causados por el militarismo expansionista de Estados Unidos en países de mayoría musulmana o por las interminables batallas entre fanáticos islámicos y sionistas. Afganistán, Irak y el Líbano, por citar los más recientes, desde este punto de vista son fábricas de terroristas suicidas. Esto no alcanzaría a explicar, en cambio, las violentas rebeliones juveniles en Francia de centenares de muchachos y chicas que podrían ser descriptos con datos de filiación semejantes a los de Ibrahim Savant. En resumen: los fenómenos socioculturales de la época no resisten las explicaciones simples o unidireccionales. Salvando las distancias tampoco se pueden despachar con argumentos fáciles las intermitentes oleadas de inseguridad que perciben los pobladores de los mayores centros urbanos, en especial la ciudad y la provincia de Buenos Aires. Hace pocos días, en el discurso inaugural del segundo mandato, el presidente colombiano, Alvaro Uribe, dedicó buena parte del mensaje a lo que llamó “la seguridad democrática”, un concepto que necesita reelaborarse en la situación concreta de cada país. Trata nada menos que de lograr que cada poblador tenga a resguardo la integridad física de su persona y de sus bienes al tiempo que goce de los beneficios de la libertad. Uribe no lo consiguió para Colombia, pero tampoco Fox para México, Lula para Brasil o Kirchner para Argentina, quien inició esta semana una campaña para recuperar las armas que circulan sin permiso denadie. En rigor, en la mayoría de los países de la región se cuecen habas parecidas.

Para muestra basta escuchar los rezongos de una parte de los millones de pobladores de la capital mexicana que están molestos por los actos de desobediencia civil de los partidarios de López Obrador, que salió segundo en las elecciones presidenciales por una diferencia de 0,58 por ciento, para comparar con algunas opiniones porteñas sobre los piquetes de trabajadores sin empleo. Para entender lo que puede sentir un árabe por la discriminación étnica, alcanzaría con preguntarles sobre sus experiencias a los indígenas bolivianos que alzaron a uno de los suyos hasta el máximo nivel de gobierno, pero aún está lejos de conquistar el poder. Para ubicarse en la realidad cotidiana es preciso hacer el esfuerzo de mirar el paisaje completo: sólo así podrá abrirse la cabeza de cada uno para entender que, por ejemplo, contar con una Corte Suprema en la plenitud de sus facultades es tan útil como desarmar a los delincuentes, combatir a los corruptos y eliminar las inmunidades de la impunidad. Pedir respeto a Estados Unidos por la soberanía de Cuba, como lo hicieron miles de intelectuales de todo el mundo, es también un mensaje de paz para el Oriente cercano y medio. La confianza en el sentido de la vida, con religión o sin ella, la tolerancia con la diferencia y la integración social, quizá permitan recuperar a los Ibrahim que en este momento están preparándose para morir, matando.

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