Dom 27.08.2006

EL PAíS

El fantasma de De la Rúa

OPINION

› Por Luis Bruschtein

La Convención radical de Rosario demostró lo mismo que los esfuerzos del Gobierno por cerrar alianzas con los radicales que han ganado votos: que el radicalismo es la segunda fuerza política organizada, después del Partido Justicialista. También demostró que la conducción del partido centenario es renuente a reconocer su historia: el fantasma que sobrevoló las reuniones y se convirtió en el blanco de las barras fue el presidente Néstor Kirchner y no el ex presidente Fernando de la Rúa, lo que da una idea de quién es para la convención el responsable de la crisis partidaria. Después de todos estos años con una fuerte sensación de pérdida de identidad, los radicales se reencontraron con consignas y tradiciones y el liderazgo de Raúl Alfonsín, pero esto sería nada más que un espejismo de microclima si no alcanzan a percibir la otra mitad del vaso y achacan la ausencia de la mayoría de sus correligionarios que han sido elegidos en funciones de gobierno a conspiraciones o compra de voluntades por parte de la Casa Rosada.

No debería ser demasiado motivo de entusiasmo reconocerse como la segunda fuerza política organizada si la primera es el PJ. A pesar de lo que significa esa categoría en cuanto a cantidad de gobernadores, intendentes y legisladores, ambas estructuras han demostrado sus límites para definir, encabezar o al menos inspirar a las corrientes del oficialismo o la oposición. Golpeados de lleno por la crisis de representatividad que estalló en el 2001, absorbidos por los cataclismos internos desatados por ese impacto feroz tras las presidencias de Carlos Menem y De la Rúa, ambas fuerzas aparecen como las estructuras más grandes y al mismo tiempo como las más limitadas y deslegitimadas para decidir políticas y convertirse en el eje de nuevas mayorías. En el caso del oficialismo, el rumbo de esas migraciones es claro. En la oposición será más claro cuando se decante un centro de gravedad. Para el duhaldismo rebelde y la Convención de Rosario, ese polo estaría encarnado en la figura de Roberto Lavagna.

Las fuerzas que monopolizan prácticamente la iniciativa desde el oficialismo y la oposición, no tienen todavía la masa de voluntades en lugares de decisión estratégica –gobernadores, intendentes, legisladores– como las que se aglutinan en el PJ y la UCR. Este cuadro de situación aparece entonces como un plano inclinado hacia los centros de decisión con capacidad de ejecución y convocatoria.

El accidentado tránsito del Pj duhaldista –la última estructura que quedaba en el justicialismo tras el derrumbre menemista– hacia las filas del oficialismo siguió la inclinación de ese plano y dejó atrás a sectores menemistas, duhaldistas y seguidores de Rodríguez Saá que tratan de encontrar espacio en la oposición. Un proceso similar se dio con gobernadores e intendentes radicales. En Santiago del Estero, Catamarca y Corrientes, esos gobernadores contaron incluso con respaldo electoral del oficialismo, que sacrificó a sectores justicialistas que no tenían sintonía con el gobierno nacional.

La Convención de Rosario muestra a una UCR lanzada a la recuperación de identidad y protagonismo pero, salvo el sector minoritario de Margarita Stolbizer, tampoco es a través de una candidatura propia sino por la definición de alianzas donde el radicalismo jugaría un rol subordinado, parecido al que jugó el duhaldismo con Kirchner cuando enfrentó a Menem: una estructura nacional organizada detrás de la figura convocante extrapartidaria.

Tanto la estrategia de la Convención de Rosario como la de los que no asistieron son estrategias de sobrevivencia. Los radicales lavagnistas y los kirchneristas son conscientes de la crisis que atraviesa su partido y no aspiran a conducir sino a participar en el juego político para sobrevivir a la catástrofe. Son conscientes de que otro paso en falso frente a la sociedad puede ser fatal. Resulta por lo menos llamativo que la mención al ex presidente De la Rúa casi no figure en cualquiera de esas estrategias cuando fue una de las causas centrales del problema. En el justicialismo nadie hizo autocrítica por la etapa menemista. Unos pocos se dieron por aludidos y se fueron. Algunos efectivamente no estuvieron y otros asumieron una actitud crítica al final. La mayoría se desentendió del asunto. Pero todo el mundo arremetió contra el menemismo y el neoliberalismo y trató de diferenciarse frente a la sociedad, en muchos casos con evidente hipocresía.

En el radicalismo se da por sobreentendido que Alfonsín no estuvo con De la Rúa y así resuelven el problema sin ofrecer más gestos ni dar más explicaciones a la sociedad. Es como si no llegaran a percibir a la sociedad más allá de la interna donde sí se sabe quién jugó con quién. El partido, como tal, no hace ningún esfuerzo por despegarse de alguien que gobernó en nombre de ese partido con resultados desastrosos. No hay críticas furiosas para quien llevó al radicalismo a una de las situaciones más difíciles de su historia. No hay un esfuerzo por demostrar a la sociedad que este radicalismo no es el mismo que gobernó con De la Rúa, que muchos de ellos siempre lo criticaron, que son distintos. Es como si los dirigentes radicales pensaran que la mayoría de la sociedad no politizada conociera su interna al dedillo o leyera Página/12. Esa inmensa porción de la sociedad equipara a todo el radicalismo con De la Rúa y lo hace responsable por su gobierno, es la fotografía más próxima que tiene del desastre y no va a querer que se repita. Esa es la explicación de su situación actual y no la conspiración oficialista.

Esa es la razón por la cual la perspectiva de un supuesto gobierno radical no tendría buena recepción en la sociedad y por la que están obligados a aceptar un rol subordinado como lavagnistas o como kirchneristas. Es una discusión que todavía está pendiente en el radicalismo hacia adentro, pero también en cuanto a su diálogo con la sociedad. Es cierto que muchos criticaron siempre a De la Rúa, pero todos lo votaron en la interna de la Alianza y pocos se atrevieron a cuestionarlo después por disciplina partidaria. Esa explicación a la sociedad no obedece solamente a una cuestión ética sino también a algo mucho más concreto y hasta prosaico: con todo derecho, esa mayoría que votó a la Alianza y al radicalismo no volverá a hacerlo si no tiene bien en claro las diferencias con la propuesta de De la Rúa. Si el justicialismo tiene que enfatizar y sobreactuar su antimenemismo, justamente porque Menem era justicialista, al radicalismo le sucede lo mismo con De la Rúa, pero no lo hace. La UCR está pagando un costo muy alto por ese motivo y no tiene una ninguna línea de acción enérgica y sostenida para superarlo.

Cualquier aliado del radicalismo, aun en esa ubicación de segundo plano, tratará de evitar el costo político que está pagando el partido. De alguna manera, el oficialismo buscó neutralizarlo eludiendo un acuerdo de cúpulas y contactando a aquella segunda línea que pudo sostener resultados electorales en contextos regionales sin que les impactara el efecto piantavoto o deslegitimador del delarruismo. Es decir, aquellos que pudieron diferenciar sus gestiones y propuestas de la del gobierno de la Alianza. Pero aun en un acuerdo opositor, hasta el mismo Lavagna tendría que darse una estrategia en ese sentido para que el radicalismo no se le convierta en un salvavidas de plomo.

Es difícil que se imponga en el radicalismo la opción que plantean Margarita Stolbizer y Nito Artaza para competir con candidaturas propias. La propuesta de marchar con Lavagna, donde el radicalismo disputaría el segundo término de la fórmula, se ubica más hacia el centro del espectro político. La alianza con el kirchnerismo, donde también es probable que reclamen el candidato a vice, estaría más corrida hacia el centroizquierda. En realidad, son posiciones que pueden ser contenidas por el espíritu doctrinario del radicalismo y tanto unos como otros no están dispuestos a una ruptura definitiva. Las dos son estrategias de sobrevivencia y la más eficiente será la que pueda diferenciarse claramente frente a la sociedad del último recuerdo, la última fotografía del desastre que la sociedad tiene del partido de Alem.

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