El 27 de enero de 1977 en una casa de El Palomar, un grupo de tareas intentó detener a una muchacha alta y rubia. La chica corrió y Alfredo Astiz apretó el gatillo. Dagmar Hagelin cayó al piso. Aunque no era la persona que buscaban, los represores la llevaron a la Escuela de Mecánica de la Armada. La desaparición de esta joven sueca se convirtió con el tiempo en uno de los casos emblemáticos de la represión militar, en gran medida por la presión ejercida por Suecia en la investigación. Y también porque su padre, Ragnar Hagelin, junto con su abogado Luis Zamora, la mantuvieron activa. Luego de once años, muchas idas y vueltas en el sistema judicial y un pronunciamiento de la Corte Suprema del año pasado, la Cámara de Casación aceptó el pedido para que la causa sea considerada un delito de lesa humanidad, por tanto, imprescriptible. El expediente de 32 cuerpos ya está en manos del juez federal Sergio Torres, quien se inclinaría por trabajarlo por separado en lugar de agregarlo a la megacausa ESMA. Quienes conocen a Zamora comentan que con estas noticias se sintió “gratificado”, y recordaron que por este caso recorrió el país cada vez que alguien creía saber algo de “la joven sueca”.
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