EL PAíS
› UNA MULTITUD DESAFIO LA LLUVIA Y EL FRIO EN PLAZA DE MAYO
Todos fueron Darío y Maxi
Hubo más de 30.000 manifestantes. Confluyeron piqueteros, asambleístas, militantes políticos y universitarios, gente suelta.
No hubo palos, ni figuras reconocidas en el palco, ni consignas partidarias. Sólo emoción, reconocimientos mutuos y un orden ejemplar.
› Por Laura Vales
Marcharon todos: piqueteros, docentes, los médicos que atendieron a los heridos el día de la represión, organismos de derechos humanos, estudiantes, trabajadores estatales, asambleístas, deudores autoconvocados, partidos políticos, gente suelta. La movilización en repudio a las muertes de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki llenó la Plaza de Mayo a pesar de que el día estuvo lluvioso, tan poco invitador a salir a la calle. Hizo frío desde temprano, cuando los manifestantes empezaron su caminata de más de cuatro horas para expresar su rechazo a los fusilamientos y mostrar unidad frente a la represión. Seguía horrible cuando, finalmente, con todo el mundo empapado, se realizó el pequeño acto de cierre de la jornada: la plaza cantó el Himno, gritó “presente” en nombre de los dos chicos asesinados y sobre el escenario se leyó la nómina de las más de cien organizaciones que habían convocado a la jornada.
Dos imágenes sintetizaron el espíritu del día: la del palco, donde hubo una docena de militantes barriales, todos jóvenes, hasta la semana pasada desconocidos para los grandes medios. Y la de abajo, donde los dirigentes, las caras conocidas e incluso los dos o tres presidenciables que participaron de la movilización quedaron mezclados con los manifestantes.
En la plaza se vio una mezcla heterogénea de organizaciones y vecinos no encolumnados. El único orador de la noche fue un chico de veintitrés años, compañero de colegio de Maximiliano Kosteki, que leyó un texto de media carilla y se bajó del escenario sin dar a conocer su nombre. Los periodistas tuvieron que correrlo para saber que se llamaba Fernando Morán y que el escrito le correspondía.
Cantaron el Himno alrededor más de 30.000 personas. Confluyeron sectores que mantienen profundas diferencias en sus criterios de construcción política. Todo el arco piquetero participó de la jornada, desde la Coordinadora Aníbal Verón, que encabezó la marcha, a las organizaciones de Luis D’Elía (FTV-CTA) y Juan Carlos Alderete (CCC), que estuvieron al frente de la columna de desocupados de La Matanza. El Bloque Piquetero Nacional, el Movimiento de Jubilados y Desocupados (Raúl Castells) y Barrios de Pie (CTA) también estuvieron en la movilización.
La marcha tuvo tres grandes brazos. Una columna salió de Once, otra de Retiro y la tercera de la estación de trenes de Avellaneda, donde se realizó un acto de homenaje a Santillán y Kosteki antes de marchar (ver página 5).
Esta vez, los piqueteros no llevaron los palos con los que tradicionalmente hacen los cordones de seguridad, que fueron reemplazados por cuerdas. En las reuniones de organización, los convocantes acordaron que la masividad funcionaría como suficiente garantía de seguridad. Caminaron con ellos los familiares de Darío Santillán: su papá, Alberto, sus hermanos Javier, Leonardo y Noelia. También la novia de Maximiliano Kosteki y sus amigos, que llevaron carteles con su imagen y la palabra Justicia.
Las Madres de Plaza de Mayo se sumaron al contingente de la Aníbal Verón poco antes de llegar al Obelisco, protegidas de la lluvia con paraguas e impermeables. La gente las recibió con aplausos y cantitos.
Los tres brazos de la marcha se unieron en 9 de Julio y Avenida de Mayo, para hacer el tramo final hasta la Plaza. Y entonces se veía que eran muchos. Aún así, en los barrios del conurbano hubo gente que decidió quedarse tras la represión del miércoles y las amenazas que recibieron algunos asentamientos. La mayor parte de los marchantes dijo que cree que habrá nuevos episodios de represión, y todos se preguntan cuál es la mejor manera de protegerse.
“Estamos enteros, aunque creo que todavía no tuvimos tiempo de reaccionar”, dijo Florencia Solana, del MTD de Lanús. “Creo que ahora nos sentimos rodeados de solidaridad. Sobre cómo seguir todavía no hablamos, tendremos que sentarnos a discutirlo en los próximos días.” “Nosotros decidimos venir más atentos, con más cuidado”, contó Norma Lebret, de la CCC de Solano. “Sabemos que tenemos que salir a mostrar el repudio, pero también que tenemos que tener un cuidado extra para que no se meta entre la gente ningún extraño. Todos vamos a estar mirando todo.”
Detrás de los piqueteros marcharon los organismos de derechos humanos, las asambleas barriales y los estudiantes secundarios y universitarios. Después, la columna de la Central de Trabajadores Argentinos y la Corriente Clasista y Combativa, con los desocupados del sector y los gremios de estatales y docentes. Había muchísimas maestras. La Ctera tenía otras actividades previstas para ayer, pero después de la represión consideró que había que dedicar toda la energía a esta movilización.
“Estamos obligados a organizarnos para defender el futuro, a resistir, pero también a empezar a construir”, consideró al frente de la columna de la CTA su titular Víctor De Gennaro, uno de los impulsores de la jornada de protesta. “La muerte de los dos chicos funcionó como un espejo del aumento del autoritarismo y la violencia de Estado. Frente a esto, estamos resistiendo pero también construyendo.”
Desde las veredas mucha gente suelta aplaudió el paso de la manifestación. “Vine porque sentí que, si no nos movemos, nos van a pasar por encima de nuevo”, dijo Susana Satre, vecina de Boedo, de piloto y paraguas en el cordón de Avenida de Mayo y Chacabuco.
Beatriz, votante del ARI, estaba unos pasos más allá. “Tengo 67 años, no me perdí una sola manifestación desde que cumplí 15” contó. “Vi muchas marchas por muchos motivos. Nunca había visto que tuviéramos que marchar, como ahora, por el hambre”.
Sobre la avenida de Mayo las persianas estaban bajas. Menos los libreros, quizás mejor preparados para diferenciar los peligros imaginarios de los reales, la mayor parte de los comerciantes cerró sus negocios.
Eduardo Slutzky, del centro comercial de Liniers, uno de los que en enero inventó el corralito humano a los bancos, caminaba por la vereda del Tortoni. “Para mí esto que vemos expresa el entendimiento entre la clase media y los piqueteros”, consideró. “Siento que por fin nos estamos dando cuenta de que la única salida es hacer este camino juntos”.
Celia Martínez, trabajadora de la textil Brukman estaba en uno de los canteros de la Plaza de Mayo. “Nuestra pelea no es distinta que la de los piqueteros”, dijo a Página/12. “Conocíamos a los chicos de la Aníbal Verón porque en otras marchas al ministerio de Trabajo, cuando a ellos los recibían nos hacían entrar a nosotras para llevar nuestros reclamos”.
Elisa Carrió, Luis Zamora, dirigentes de la Izquierda Unida, del PTS, de la UCR marcharon al final, con los partidos políticos.
A las siete de la tarde Fernando Morán, el compañero de colegio de Maximiliano Kosteki leyó su escrito. “Quienes nos gobiernan, quienes están encargados de nuestra seguridad dicen que sea como sea no habrá más cortes de rutas en la Argentina”, planteaba en él. Luego preguntaba “cuándo usarán esa misma frase para decirnos ‘sea como sea vamos a terminar con el hambre y con el desempleo’”. Arriba del palco varios lloraban. Después, a modo de cierre, se cantó el himno. La plaza se desconcentró pasadas las siete, sin ningún tipo de incidentes.
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