EL PAíS › NUEVOS TESTIMONIOS EN EL JUICIO A ETCHECOLATZ
Antonia Elina Aguirre y su hijo Gustavo trabajaban como correos en el área de Tesorería de la Policía Bonaerense. El 8 septiembre de 1976, se enteró de que era “la madre de un subversivo” –como le aseguraron al momento de despedirla– y que su hijo de 17 años no iría a trabajar ese día porque sus superiores habían decidido secuestrarlo y requisar su casa para incriminarlo. Ayer por la mañana, durante el juicio contra el represor Miguel Etchecolatz, Aguirre relató su largo peregrinaje por los distintos estamentos de las fuerzas de “seguridad” de la época que, además de chantajearla, intentaron forzarla sexualmente a cambio de dejarle ver a su hijo. Mañana se terminará la fase testimonial del juicio cuando declare, a pedido de la defensa, el ex presidente Raúl Alfonsín.
“Estaba esperando en una sala cuando oigo el sonido de unos pies, con zapatos o zapatillas, que se arrastraban y cuando levanto los ojos lo veo entrar a Gustavo. Lloraba muchísimo y me decía: ‘Mamita querida, te juro por Dios que no hice nada, sacame de acá, velo a Harguindeguy, a Suárez Mason, pero sacame de acá”, recordó llorando Antonia Aguirre, cuyo hijo estuvo desaparecido durante tres años en dos “pozos”, uno en Arana y otro en Quilmes. Durante ese breve encuentro, su hijo le comentó en qué condiciones estaba detenido: “Nos mantienen atados de pies, de manos y con los ojos vendados. A veces nos traen comida, cosas podridas”.
Aguirre relató ante el Tribunal Federal Oral 1 de La Plata cómo fue uniendo las piezas para encontrar a su hijo. “Voy a ver al señor Etchecolatz, pido una entrevista y yo, en la mentira más grande que he dicho, le digo: ‘Tengo entendido que mi hijo está en el Gran Buenos Aires y pasó a disposición del Poder Ejecutivo’”. Etchecolatz, que tenía amplio conocimiento de causa, la envió a hablar con un comisario de la Secretaría de Investigaciones. Pero su búsqueda recién comenzaba: “Vi al ingeniero Lupita, el coronel Crespo, el señor Sallatieri, al secretario Sosa del señor Harguindeguy y en ese entonces me daba vergüenza –dijo la madre de Gustavo–, hoy me indigna, pero sufrí avances inmorales, acoso, propuestas deshonestas, a cambio de la libertad de mi hijo, cuando yo iba con un dolor enorme”. Tras ser liberado, su hijo viajó hasta Foz de Iguazú para cruzar la frontera: “Ahí lo dejé con todo el dolor del mundo y el dinero que había ganado mi esposo –dijo su madre–. Se contactó con Amnistía Internacional y se embarcó hacia Francia, donde estuvo exiliado”.
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