EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
El mercado de candidaturas, hoy día, les pondría los pelos de punta a los apologistas del liberalismo económico. La mano invisible que equilibra los tantos brilla por ausencia. La demanda es muy superior a la oferta, al menos a la oferta de primera calidad. Repárese en el espacio de la derecha, por ejemplo. Mauricio Macri, su máximo puntal, supuestamente es polivalente pues se lo reputa taquillero para disputar la presidencia o la jefatura de gobierno porteña. Pero el hombre, hamletiano, cavila. “Está confuso”, confiesa uno de sus jóvenes seguidores. Escarmentado en su traspié en ballottage contra Aníbal Ibarra, Macri no se da por saciado con las encuestas que le auguran la pole position tras la primera vuelta en 2007. El temor a quedarse sin el pan y sin la torta lo escuece bastante.
“Tal vez nos convenga más un buen desempeño nacional, un segundo puesto digno –confesó el jueves a sus allegados– para construir hacia el 2011”. Algunos de sus alfiles, como la legisladora Gabriela Michetti, lo instan a buscar revancha en Capital, descontando que el espacio progresista o kirchnerista está bastante destartalado. También arguyen que hay que jugarse a todo o nada en busca de gestionar un territorio, único modo de construir poder y legitimidad potente en la coyuntura política actual.
Horacio Rodríguez Larreta es el paladín de lanzar a “Mauricio” a ligas mayores, para mejorar un armado completo y (combinando lo útil con lo agradable) porque es él quien aspira a ser la oferta macrista en la reina del Plata. Rodríguez Larreta tiene mucha menos intención de voto que el presidente de Boca, pero su esquema tiene una ventaja sobre el otro: que deja a la derecha sin un campeón que compita contra Kirchner y eso no es PRO.
Los abanderados de jugarse a todo o nada en el espacio porteño tienen una respuesta y media para ese cuestionamiento. La respuesta es contraofertar una coalición que llevara como candidato a presidente a Roberto Lavagna. El ex ministro de Economía no suelta prenda pero no mina los puentes. Hace mucho que ha dejado de cuestionar a la dirigencia de derecha, evitando emitir toda consideración sobre Macri. En especial se guarda mucho de trasuntar el desprecio intelectual que le profesa, del que hacía gala cuando revistaba en el gabinete de Kirchner.
Claro que la frazada del lavagnismo es corta. Cuesta imaginar que una alianza con Macri (máxime si se adiciona Juan Carlos Blumberg) no causara deserciones entre sus actuales aliados. Raúl Alfonsín ya se expidió de modo lapidario sobre Macri. En la vereda del ex duhaldismo, Juan José Alvarez, hincha apasionado de River, no le hace ascos a una confluencia con el presidente de Boca pero se negó a compartir, junto a Lavagna, un almuerzo con Blumberg.
El dilema capitalino del macrismo tiene un aire de familia con el que atravesó el Frente Grande en su esplendor, cuando Carlos Chacho Alvarez emergía como figura. La crisis se saldó proyectando a Chacho al espacio nacional, haciendo el campo orégano para que Fernando de la Rúa ganara con la fusta bajo el brazo la primera elección para Jefe de Gobierno.
¿Qué mocionarían quienes quieren a Macri en Capital si Lavagna, por los motivos que fuera, no acepta una entente? Ahí aparece la media propuesta que se mencionó antes. La respuesta no es clara y trajina entre una candidatura “testimonial” propia o ajena. En ese supuesto los macristas replicarían, sin saberlo, la salida que más seduce a Hermes Binner en Santa Fe; apostar fuertemente a lo cercano y más factible.
¿Y si Ricardo López Murphy se ensaya como candidato en Capital? Una proyección sensata sugiere que cosecharía menos votos en primera vuelta pero que su techo es más alto en ballottage. Varias dudas jalonan el camino del bull dog, un dirigente mucho más batallador que el gánico Macri. La primera es si no se queda afuera en primera vuelta, un peligro que nunca acecharía a su socio empresario. La segunda es si el macrismo está dispuesto a armar un paquete en el que el empresario vaya al sacrificio, dejando las mejores chances a sus aliados. En un partido convencional, el radicalismo por ejemplo, esa jugada podría armarse porque existe más espíritu de cuerpo y voluntad de supervivir. En fuerzas tan satélites de un líder como es PRO (y tantas otras en la política actual) es más peliagudo lograrlo. El altruismo no es la virtud más estimada por la derecha y no da la impresión de ser el fuerte de Macri, aunque nunca se sabe.
En la provincia de Buenos Aires, la candidatura de Blumberg a gobernador haría zafar a la derecha de una crisis gigante de oferta que podría desbaratar su desempeño general. Nunca falta un comedido, claro, en este caso es Jorge Macri, un primo del referente que se juzga potable para competir con el Frente para la Victoria. Sus compañeros se hacen cruces ante esa perspectiva. Los operadores macristas dan por hecho que el padre de Axel se lanzará a bregar por la gobernación. “Las alusiones en su discurso a la multicausalidad de la inseguridad son una prueba de que está elaborando cómo hablarles a otros sectores de la sociedad”, sobreinterpreta y se ilusiona un dirigente conspicuo de PRO.
Sobran ambiciones y desafíos. Pero la derecha no armó aún un combo que oferte un candidato apetecible para cada distrito. Sin embargo, una cuenta sencilla debería avivar el dinamismo opositor. A la hora de la hora, así le vaya magníficamente, el oficialismo difícilmente superará la mitad de los votos válidos. Un cincuenta por ciento, un cuarenta y cinco en el horizonte más derrotista e improbable, serán capturados por el espectro opositor. Así mirado, suena imposible que el mejor de ese espacio no llegue al 25 o 30 por ciento, un capital nada desdeñable para esperar un deterioro del kirchnerismo y una mejor oportunidad en 2011, cuando Mauricio seguirá siendo muy joven.
En el ínterin seguirán las operaciones y las especulaciones. El politólogo sueco que hace su tesis de posgrado en la Argentina dice haber descubierto una ley: la diferencia de intención de voto entre la oposición y el oficialismo es directamente proporcional a la creatividad (¿al desparpajo?) para urdir alquimias o coaliciones. Hará falta un poco más de un año para corroborar empíricamente si esa ley se cumple.
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