EL PAíS
› OPINION
Caducidad de mandatos ya
› Por Martín Granovsky
Si se concretan los acuerdos entre Elisa Carrió y Carlos Reutemann, y entre Carrió, Néstor Kirchner y Aníbal Ibarra, surgirá una enorme novedad en la política argentina: por primera vez se producirá un movimiento de verdad transversal a los partidos políticos. Sin embargo, dentro de esa transversalidad habrá ganadores y perdedores. El que convenza al electorado de que, además de ser el más creíble para erradicar la vieja política puede resultar el más eficaz para salir de la miseria, se quedará con el paquete. Aunque después, cuando lo abra, se desespere por devolverlo.
Aquí no hay dictadura, pero el movimiento por la caducidad de los mandatos se parece mucho a la gran campaña de “¡Directas ya!” que comenzó en Brasil en 1981 y terminó con el fin del gobierno militar en 1985. También en Brasil la forma estaba ligada a fondo. La forma era la pelea por el tipo de elección del presidente. El régimen militar quería colegio electoral. La oposición, voto universal. Y era una pelea por el momento de las elecciones. El dictador pretendía comicios recién en 1988. Los dirigentes políticos, para 1984. Ya. El gobierno militar consiguió que la cámara de diputados aprobara el rechazo a las elecciones directas por solo 22 votos, pero la movilización popular pulverizó cualquier aspiración continuista. Las manifestaciones empezaron con 30 o 40 mil personas en las ciudades importantes, hasta que en 1984 batieron cualquier record histórico. En San Pablo, por ejemplo, llegaron a reunirse un millón setecientas mil personas. Y un millón en Río de Janeiro, una cifra que no alcanza siquiera el carnaval. Resquebrajada, además, la alianza militardesarrollista por la crisis económica de comienzos de los ‘80, la explosión popular impuso las elecciones. Dos políticos de gran protagonismo en la campaña quedaron perfilados entonces. Uno, el actual presidente, Fernando Henrique Cardoso. Otro, el probable sucesor de Cardoso en el 2003, Luiz Inácio Lula da Silva. La campaña no solo logró un objetivo. Dio credibilidad a los triunfadores.
Aquí, lo mismo podría decirse del combate al régimen conservador por el voto universal, hasta la ley Sáenz Peña de 1912 y el triunfo de Hipólito Yrigoyen en 1916. Y en Italia, los que no quedaron involucrados en la república de las coimas y, en cambio, se comprometieron con la limpieza de la política, fueron los beneficiados iniciales de Mani Pulite: los democristianos honestos de Romano Prodi y los comunistas reciclados de Massimo D’Alema.
Carrió juega fuerte. Lleva a Reutemann hacia sus banderas y de paso lo legitima, si es que el gobernador de Santa Fe acepta la convergencia. Y a la vez se extiende hacia Aníbal Ibarra y Néstor Kirchner. Todos saldrán mejor de este baño purificador. Todos ganarán. Uno gobernará ahora.