EL PAíS
› CONFESIONES DE UN PERIODISTA CUANDO SE HABLA DE YABRAN
El tarado
¿Yabrán vive? ¿Yabrán murió? El periodista de Página/12 Raúl Kollmann investigó el tema a fondo y sacó sus conclusiones. Pero cada vez que se plantea el tema, y ha vuelto a plantearse los últimos días, sufre. Aquí explica por qué. El resultado es un documento imperdible no sólo sobre Yabrán: también sobre el periodismo, los periodistas y la gente.
› Por Raúl Kollmann
Desde hace unos años no hago más que provocar la decepción entre mis amigos o los asistentes a las charlas que suelo dar. Cuando esperan a alguien que les tire la posta –pero la posta, posta–, se encuentran con que no me sumo a los que dicen que Yabrán está vivo, disfrutando de mujeres y champagne en una playa. Ni bien digo, con mucha timidez y vergüenza, que me parece que Yabrán se suicidó, me miran con piedad y proclaman:
–Al final, este Kollmann resultó un tarado.
Cuando se anunciaron las investigaciones de Clarín y “Hora Clave”, ya me empezaron a mirar en forma socarrona. El título de los dos trabajos era algo así como “¿Está vivo Yabrán? El enorme misterio de la muerte del supercartero, que ahora aparece en Estados Unidos vendiendo una propiedad”.
–Por fin te ponen la tapa, hermano –se frotaba las manos el entorno que me quiere. No hablemos ya de la gente más distante.
Al momento de la muerte de Yabrán consulté a varios criminalistas de los más famosos de la Argentina y a todos les hice la misma pregunta: si a usted lo contrataran por 10 millones de dólares, ¿cómo haría para fraguar el suicidio de Yabrán? La respuesta de los criminalistas fue unánime: es una operación imposible, Yabrán se suicidó.
El argumento –resumido– de los especialistas fue el siguiente:
- Para hacer la operación de fraguar la muerte de Yabrán lo primero que se necesita es el muerto. Hay que buscar una persona, más bien alta como Yabrán, y secuestrarlo. Sería bueno que no tuviera familia, porque obviamente sus allegados harían la denuncia por secuestro. A punta de pistola deberá hacerse el traslado hasta Entre Ríos, llevarlo vivo a la Estancia San Ignacio y después pegarle el tiro con la escopeta en momentos en que está por ingresar –tal como ocurrió– la policía. Instantáneamente los participantes del complot deben hacerse humo por algún lado, porque cuando la policía entró a la habitación, un segundo después del disparo, no había nadie. No es una operación imposible, pero entre el secuestro y el traslado seguramente se necesitan por lo menos cuatro cómplices. Es indudable que se necesitó también de la complicidad de los policías que hicieron el allanamiento.
- Las huellas digitales del muerto se comparan con dos juegos de huellas: uno disponible en Entre Ríos, donde nació Yabrán, y el otro juego en la Policía Federal, donde queda la muestra cuando se hace la cédula. Como es obvio, hay que reemplazar los dos juegos por otros que pertenezcan al muerto trucho. No es una operación imposible, pero requiere de cómplices en dos lugares distintos.
- Yabrán dejó cuatro cartas. Sobre ellas se hicieron peritajes de su letra y su firma, comparando todo con escritos anteriores. Dio positivo: eran la letra y la firma de Yabrán. Claro que los peritos calígrafos pudieron ser comprados. No es una operación imposible, pero otra vez requiere de la complicidad de los cómplices.
- Tres médicos forenses encabezaron la multitudinaria autopsia del cuerpo. En ese trabajo no sólo se buscaba comprobar cómo se mató Yabrán sino que también se cotejaron algunas características del cartero: por ejemplo, tenía la cicatriz en la panza por una operación. También está la comprobación de la dentadura. Es lógico que se puede comprar a los forenses, pero la suma de cómplices se va haciendo grande.
- Finalmente se hizo un estudio de ADN, en el que se extrajo sangre de los hijos de Yabrán y se comparó la identificación genética con el muerto. El resultado fue que coincidían en un 99,99999 por ciento. Puede ser que también esto se truchara e inclusive se argumentó que quien hizo el trabajo en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA fue el doctorDaniel Corach, primo del ministro del Interior. Pese a que es considerado una eminencia en la materia, siempre se puede decir que también se falsificó el análisis de ADN, aunque nuevamente requiere de más y más cómplices.
- A todo este listado hay que agregar que resulta imprescindible para fraguar la muerte de Yabrán la complicidad de la jueza Graciela Pross Laporte, la del comisario Miguel Cosso y cinco acompañantes que hicieron el allanamiento e ingresaron a la habitación un segundo después del disparo mortal, la de dos testigos que ingresaron con la policía, la de los familiares que reconocieron el cuerpo e incluso dos periodistas que vieron el cadáver.
- Queda para el final que todo el proceso fue supervisado por el archienemigo de Yabrán y de Carlos Menem, el entonces gobernador Eduardo Duhalde, que quería estar seguro de cómo fueron las cosas porque estaba enfrascado en esa batalla desde hacía meses. Yabrán –y Menem– no se le podía escapar con una maniobrita. Un poco más lejos, pero también observando, quedó el otro archienemigo de Yabrán, Domingo Cavallo, atento a verificar que el final de papi-mafi no fuera falsa. Es cierto que tres años más tarde los que parecían enemigos mortales no lo fueron tanto: Cavallo firmó vergonzosamente un acta-acuerdo con la familia Yabrán en la que le pedía disculpas por haberlo acusado de mafioso en su momento.
Es decir: los criminalistas opinaron que cada una de estas maniobras, desde conseguir el futuro muerto hasta comprar a la jueza, se pudieron hacer. Pero no eran posibles tantas maniobras juntas. “Es imposible una operación de ese tipo con 30 cómplices. No hay un secreto entre 30. Al menos uno devela el secreto, siempre”, argumentaron los científicos que consulté en 1998.
De todas maneras, reconozco que en estos cuatro años siempre me invadió el pánico cuando el tema salía en una conversación: invariablemente me colgaban el cartelito de “El único tarado que se cree que Yabrán está muerto”. Argumentos no le faltaban a la gente: un mafioso como Yabrán, que todo el tiempo andaba rodeado de guardaespaldas forjados como asesinos durante la dictadura, que se nutría de un aparato que le ponía bombas a la competencia y con un patrimonio de 2000 millones de dólares, bien podría fraguar su muerte. Además, se le imputaba el siniestro asesinato de José Luis Cabezas.
No se imaginan cómo sufrí cuando se anunciaron las investigaciones de Clarín y “Hora Clave”.
Clarín descubrió una historia magnífica: un hombre se presentó en una escribanía en California con un pasaporte a nombre de Alfredo Yabrán, con el número verdadero de su documento y firmó la venta de una propiedad con una rúbrica casi idéntica a la del supercartero. Pero el diario no presentó la investigación como “un sujeto se hizo pasar por Yabrán para quedarse con una propiedad”. La anunció entre los tradicionales signos de pregunta: “¿Yabrán vive?”.
Leyendo las sucesivas entregas del trabajo de Clarín se llega nítidamente a la conclusión de que quien firmó en California fue un impostor. Uno de los dos calígrafos consultados por el diario sostiene que la firma no corresponde a Yabrán. El otro calígrafo no se pronuncia porque quiere ver el original. Y la escribana actuante, cuando le muestran la foto de Yabrán, sostiene que ése no fue el hombre que estuvo en su escribanía.
Bien pensada, la historia difícilmente podía vincularse a un Yabrán con vida. Después de hacer las increíbles maniobras que habría hecho para fraguar su muerte en la Argentina, hubiera sido un híper-híper-cándido si se presentaba en una escribanía de California, con su propio nombre y documento, a vender una casa por 250.000 dólares, siendo ésa apenas una de las miles de propiedades que tenía papi-mafi. Lo que sucedió está cantado: un impostor le vendió la casa en California a una sociedad de Yabrán, Yabito, cuyo apoderado es un tal Sánchez, que de esa manera se quedó con la propiedad sin pagar el inmenso impuesto sucesorio que existe en Estados Unidos. Además, debe ser uno de los cientos de testaferros que tenía Yabrán en su estructura mafiosa y que aprovecharon su muerte para quedarse con los bienes. Lo curioso, insisto, es que Clarín, que ya conocía el resultado de su propia investigación, no tituló mencionando que un impostor actuó en California sino que fomentó el interrogante sobre la muerte de Yabrán.
“Hora Clave” fue por un camino parecido. El programa del domingo, anunciado otra vez como la gran duda sobre la vida y la muerte de Yabrán, llegó exactamente a la misma conclusión: en California actuó un impostor. Esta vez la prueba fue una huella digital. Sucede que en ese Estado norteamericano hay que dejar la huella digital en las escribanías cuando uno compra o vende una propiedad. El programa conducido por Mariano Grondona consiguió esa huella digital y la comparó con la que figura en el expediente por el suicidio de Yabrán. Allí hay un problema: si el suicida era un Yabrán trucho, su huella digital no se correspondía con la huella digital verdadera de papi-mafi. Es posible que la huella no sea la del cadáver, sino de los juegos enviados por la administración provincial o la Policía Federal: en ese caso tampoco podía haber una discrepancia con las del cadáver, porque si no se descubría el fraude. Lo concreto es que “Hora Clave” puso claramente de relieve que la huella digital de California no se parecía en nada a la del expediente de Entre Ríos, por lo que quedó probado que el que firmó en Estados Unidos, con firma distinta y cara distinta, era un vivillo, no Yabrán.
Lo más serio de toda esta historia es la actuación del presidente Eduardo Duhalde. Vio una veta en fabricar un poco de polvareda política a partir del fantasma de Yabrán y de la muerte de José Luis Cabezas. Rápidamente convocó a los padres de José Luis y a su abogado, Alejandro Vecchi. Es curioso. Hace unos meses, en medio de los cacerolazos, los piqueteros y la convulsión social, Duhalde encontró un rato para firmar un indulto a favor del abogado Vecchi. No es que éste haya dado un mal paso participando de alguna utopía revolucionaria. No. Lo indultó, entre gallos y medianoche, después que un tribunal lo condenó por haberse quedado con dinero de sus defendidos. Ahora Vecchi estaba listo y a la orden para lo que Duhalde necesitara.
Lo fundamental es que Duhalde dispuso del dinero de los contribuyentes y le pagó un viaje a Estados Unidos a los padres de José Luis y al abogado Vecchi con el objetivo de investigar qué está pasando en el país del Norte con Yabrán. Y eso pese a que la Justicia argentina dio por muerto a papi mafi en 1998 y se libró un certificado de defunción. ¿Se habrán gastado 10.000, 20.000 dólares, cuánto, en este viaje-operación política?
El viaje ni siquiera tiene un objetivo económico: Norma y José Cabezas, además de la esposa y la hija de José Luis, iniciaron una acción legal para conseguir de la familia Yabrán una indemnización por la muerte del fotógrafo. El juez fijó un embargo de 14 millones de dólares, que los sucesores de Yabrán cubrieron con la mansión en la que vivía papi-mafi y que constituye apenas una porción modesta de su fortuna. O sea que no se están buscando propiedades para completar el dinero de una eventual indemnización. Tampoco se trata de detectar en serio los fondos de la mafia yabranista en el exterior, algo de lo que no se han ocupado como corresponde ni la Justicia ni el propio Duhalde. En todo caso, lo serio es que el Gobierno juega con la memoria de José Luis, usa a sus padres, sabiendo perfectamente que en California no actuó Yabrán sino un impostor que quería quedarse con una propiedad.
Y ahora viene lo más decepcionante. Lo que me argumentaron ayer. –El de la casa de California fue un trucho. Eso queda claro. Se está usando como una maniobra política. También está claro. ¿Pero eso indica que Yabrán haya muerto? No. Seguro que está disfrutando en alguna playa, lleno de guita, matándose de risa de nosotros y preparando unos gorilas para que vayan a ajustar cuentas con el tal Sánchez en California –me dijeron.
–Pero miren que a mí los criminalistas me demostraron que fraguar la muerte de Yabrán era imposible, que se necesita un muerto, falsificar el ADN, las huellas... –empecé a titubear.
–Dejate de embromar –me cortaron el rostro.
Al final, no me dijeron que soy un tarado. Pero con las miradas estaba todo dicho.