EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
No cabe ninguna duda de que el equivocado es uno. No puede ser que la abrumadora mayoría de la prensa y de los analistas importantes opinen exactamente lo mismo y que uno siga pensando casi exactamente al revés.
Debe ser cierto, nomás, que al cabo de Misiones quedó todo patas para arriba. Debe ser cierto que la renuncia del gobernador de Jujuy a buscar su recontraelección fue un primer hecho que conmocionó al país. Y que la de Felipe Solá directamente terminó de cambiar el tablero político hasta límites que es difícil establecer. Y debe ser mucho más cierto todavía que lo votado en Misiones expresa al conjunto de la sociedad. Y que en consecuencia es todo el pueblo argentino el que volvió a expresar su hartazgo por los modos clientelares de la dirigencia partidaria, a más de la lección que brindó en torno de que la marcha económica ocupa un lugar secundario a la hora de sufragar. También debe ser cierto que el Presidente quedó en silencio pero muy poco menos que desesperado, porque ahora no le queda mucho más que mover la dama a la provincia de Buenos Aires o a la candidatura presidencial, cuando su cálculo y su apuesta eran por el gobernador bonaerense. Tan cierto como que entonces se puede venir la locomotora de la oposición de derecha, con poco más que el único recurso de aprovechar la volada producida por los habitantes de Misiones. Y ni qué hablar de lo cierto que debe ser que además del pueblo misionero triunfó la gran prensa independiente, por advertir sobre las maniobras tiránicas que se desarrollaban en esa provincia. En realidad, fue gracias a eso que ganó la oposición. Gracias a que hasta en el último paraje de la selva misionera comenzaron a comprar La Nación y a leer y mirar a Morales Solá, junto con comprender el sueño de Nueva República que les allegaron con sus visitas e influencias los ingenieros Macri y Blumberg, y la partera Carrió, y tanto opositor esclarecido por obra de ese federalismo impar que portan desde siempre.
Va en serio. No puede ser que todo el mundo piense eso y que uno insista en creer que el nombre del gobernador de Jujuy apenas lo conocen allí y en Salta. No puede ser que uno crea que Solá no iba a encontrar de ninguna manera la vuelta jurídica que le habilitara la tercera elección consecutiva, precisamente porque ésa, por pornográfica, hubiera sido la maniobra política difícil de presentar. Y tal vez lo peor sea que uno quedó igual de ciego que de sordo y jamás registró ni leyó ni escuchó que Kirchner alentaba a Solá, y que el default del gobernador lo ubicaría al Presidente en un escenario inimaginado. Los horrores analíticos de uno son tan graves como para haber razonado que la incertidumbre del jefe de Estado viene de muy antes que lo sucedido en Misiones. Que había y hay hasta motivos de salud y cansancio, en ese orden o en el inverso, como para que no termine de decidirse a afrontar un nuevo mandato. Que ni él ni su mujer tienen el convencimiento de encarar otro período en roles de decisión estructural, sea en la presidencia o en la gobernación cuando, encima, tienen o contemplan la posibilidad de empardar a Gardel y Le Pera como constructores del imaginario popular acerca de cómo se salió de la crisis. Uno deliró y delira, también, con que la derrota oficialista en Misiones no tiene piné para trasladarse cual bola de nieve al resto del país. Y que si bien no es despreciable la injerencia de la campaña periodística de la derecha, el que ganó fue el cura con la suma de los evangélicos. Los delirios de uno eran y en alguna medida son peores: cree que sin los evangélicos el cura hubiera tenido problemas serios para ganar, y que sin el cura no había ni La Nación ni los ingenieros ni la partera ni la madre que lo parió en condiciones de derrotar a Rovira. Porque, así y todo, la sociedad misionera se reveló partida en dos bloques numéricamente cercanos. Fue 56 por ciento a 44 por ciento. No 80 a 20 ni 70 a 30 ni 65 a 35.
Uno fue y es más modesto en la apreciación de la gravedad de los problemas que afronta el oficialismo, y en la prognosis de lo que podría venírsele al cabo de esa Misiones que según ese todo el mundo fue la goleada de Deportivo Vamos Todos contra el Barcelona. Acepta, uno, que éste es un gobierno de cinco o diez tipos, más la dama, y que si todo es tan chiquito sea lógico que cualquier tormenta haga pensar en huracanes. Acepta, uno, que en ese gobierno tan ejecutivamente chiquito y con una personalidad egocéntrica, como la de Kirchner, deba ser real que Misiones pegó algo duro. Se acepta que dejaron un flanco, y que el Presidente cometió una gaffe increíble al involucrase como lo hizo en una elección constituyente que gracias si importaba en el contorno provincial. Y se acepta que la gestión oficial perdió capacidad de iniciativa, y que en los últimos meses es (mucho) más lo que le pegaron que lo que pegó, y que Kirchner es o parece ser alguien al que no le gusta que ni siquiera su círculo íntimo le observe metidas de pata (suena a que se reproduce lo que se llamaba “sirraulismo” en los tiempos de auge e inminente decadencia de Alfonsín).
Veamos, en síntesis, lo que uno pensaba: que no hay punto intermedio entre alguna situación muy grave y que no pase mayormente nada. Entre que este gobierno exitoso pero atado con alambre de soja y oposición invisible pueda quedar como hoja al viento al menor imprevisto, y que la marcha de la economía licue ese riesgo porque la clase media está más o menos conforme y los sectores bajos no tienen alternativa mejor. Por supuesto, eso que pensaba uno no era sinónimo de creer que había llegado una más justa distribución de la riqueza (al contrario), ni que se habían afectado intereses corporativos esenciales, ni nada por el estilo. Era creer, simplemente, que con lo hecho, y con lo que no hay enfrente, bastaba momentáneamente para que los sacudones no fueran impresionantes. Pero eso era lo que uno pensaba. En tanto y en cuanto se pusieron todos de acuerdo en pensar lo mismo, cabe reflexionar como irrefutable que Misiones dio vuelta a la Argentina y que allí, en un infinitesimal por ciento del padrón electoral, cambió todo. Que empezó la cuenta regresiva para el Gobierno aunque la economía diga todo lo contrario (la economía de lo bien que les va a los ricos y de la impotencia o conformidad de los sectores populares).
Siempre se aprende algo.
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