EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Si faltaba algún dislate para agregar al conflicto de las pasteras, el gobierno uruguayo se ocupó de proveerlo al militarizar la custodia de la planta de Botnia. En un contexto que privilegia la exasperación, la falta de contactos y la sobreactuación, la medida marca un clímax aunque sin contrariar las tendencias dominantes. En esa coyuntura deprimente, volverá a estos lares el enviado del rey de España. Antonio Yáñez Barnuevo irá mañana a Uruguay y, si nada altera su esquema, se vendrá el martes a la Argentina, volverá a cruzar el charco el miércoles en un sentido y el jueves en otro. El equilibrio que debe guardar el facilitador se expresa aun en los detalles supuestamente mínimos como su cronograma.
El acuerdo de confidencialidad pedido por el facilitador es honrado, de modo inusual para los hábitos criollos. En el Gobierno argentino nadie confirma qué se trae entre manos el diplomático, amén de un bagaje enorme de energía positiva.
Dentro del sigilo, un par de negociadores argentinos de primer nivel sugieren a Página/12 que, si Yáñez arriesga exponerse en medio del batiburrillo, alguna propuesta desplegará, en esta ronda o en una tercera. En Cancillería y la Casa Rosada se discurre que lo más verosímil, con el ropaje que fuera, es intentar reprisar el escenario de marzo de este año, esto es, una tregua de 90 días en la construcción de la planta y en los cortes de ruta, a fin de tender una mesa de negociación en un marco menos excitado. “En ese momento –memora un ministro– los cortes se levantaron, ENCE frenó las obras pero el gobierno uruguayo no venció la resistencia de Botnia”.
“¿Por qué habría de ser distinto ahora?”, explora este diario. Su interlocutor no sabe gran cosa o hace gala de no saberla pero dice suponer que los españoles pueden haberse contactado con el gobierno de Finlandia y contar con un guiño. Tarja Jalonen se llama la presidente de Finlandia, y es de izquierdas como José Luis Rodríguez Zapatero.
En la Casa Rosada y Cancillería se sigue porfiando que, de este lado del Plata, hay voluntad conciliatoria. La voluntad de bancar una costosa relocalización de Botnia sigue en pie. Otros negociadores desempolvan un planteo formulado de modo muy general por el Ministro de Agricultura uruguayo José Mujica. Hacer desembocar los vertidos de Botnia a muchos kilómetros al sur de la planta, acaso treinta, de modo que derivaran al Uruguay razonablemente lejos de Gualeguaychú. ¿Sería esa propuesta, que emana sensatez, aceptable para las partes del endiablado polígono de fuerzas, en su actual estadio de intolerancia? Cuesta creerlo. Lo cierto es que lo urgente no es tener una solución llave en mano sino restaurar un ámbito de negociación que incite a una resolución, seguramente compleja, de un intríngulis muy severo.
En tanto, los cortes siguen, un puñado de vecinos de Colón (cuya representatividad es mucho más opinable que la de los asambleístas de Gualeguaychú) cortan sin despliegue ni masividad el acceso a Paysandú. Y el ejército uruguayo se aplica a una delirante hipótesis de conflicto, digna del realismo mágico y exótica en un país con cultura y clima templados.
Si el negociador consigue instalar una lucecita en ese marasmo, habrá que reconocerle una muñeca prodigiosa. A cuenta, mientras inicia un ejercicio de diplomacia de puente aéreo, cabe agradecerle el optimismo en la acción.
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