Dom 13.01.2002

EL PAíS  › UN EMPATE HEGEMONICO CADA DIA MAS GRAVOSO

Luces de la ciudad

Cuatro años y seis presidentes después prosigue el enfrentamiento entre los principales sectores del bloque dominante. Cada vez que uno avanza, como los devaluacionistas con Duhalde, los otros replican, vetando las decisiones aunque no tengan fuerza para imponer las propias. Esta indefinición se torna más gravosa para la sociedad. Cada vez son mayores los sectores sociales empobrecidos y la violencia que esta pugna de espaldas a la sociedad desata. Por primera vez todos tienen que contar también con la emergencia de nuevos actores, que impugnan en forma estentórea desde los intereses populares. La toma por asalto del ministerio del Interior, donde la fiesta menemista no terminó.

› Por Horacio Verbitsky

El enfrentamiento entre los dos sectores centrales del bloque dominante prosigue con la misma virulencia e indefinición que cuando concluyeron las asociaciones entre grupos económicos locales, empresas extranjeras y bancos acreedores, hace cuatro años y seis presidentes. Esa comunidad de intereses, constituida para aprovechar los incomparables negocios ofrecidos por el desguace del Estado, confirió estabilidad a la presidencia más prolongada de toda la historia argentina, la de Carlos Menem. Se rompió al promediar su segundo mandato, cuando se hizo ostensible que los días de la convertibilidad estaban contados. Esto inauguró un período tumultuoso, en el que ninguno de los sectores por separado ha sido capaz de conducir la salida de esa encrucijada.
Los grupos económicos locales vendieron sus acciones a los respectivos socios extranjeros, dolarizaron sus superganancias, las colocaron en inversiones financieras fuera del país y conservaron posiciones en empresas agro-industriales exportadoras. Es comprensible entonces su fervor por la devaluación dispuesta por el transitorio presidente Eduardo Duhalde, cuyo punto de equilibrio no se alcanzará de un día para el otro (más allá de las decisiones voluntaristas del gobierno, un punto de referencia ineludible es la cotización del real brasileño, que pasa con holgura el 2x1 respecto del dólar). Arquetipo y vocero de este sector es el flamante ministro de la Producción, Ignacio de Mendiguren. Si no fuera trágico, sería cómico. De Mendiguren es un ex empresario de la confección textil. Su empresa, Coniglio, diseñaba prendas, contrataba su confección en China e importaba y comercializaba la producción. Aunque se jacta de su creatividad porque inventó la alpargata con suela de goma, también él vendió su empresa a muy buen precio al misterioso fondo de inversión Exxel Group. Además de las colocaciones financieras en el exterior, invirtió una parte en su campo de Tornquist. En los últimos días del gobierno delarruista, fue insultado y corrido por los fabricantes de zapatos que protestaban frente a la Cancillería por las importaciones desde Brasil. Lo acusaron de mantener un par de galpones como depósito de la mercadería que también él importa. También compra lona, le coloca argollas bajo el régimen de promoción industrial y la vende como cobertura para camiones.
Pero ambos sectores han demostrado sobrada capacidad para vetar las propuestas del otro, como también se aprecia en estos días, con la reacción de las privatizadas, de los bancos y de las petroleras. Se reproduce así el empate hegemónico descripto por la literatura política para las dos décadas previas al golpe de 1976. Con una diferencia que lo empeora todo: ninguno de los bandos enfrentados representa ahora interés alguno que pueda ser llamado nacional o popular, aunque para mejorar su situación relativa lo invoquen, como la alianza que sustenta a Duhalde.
¿Yo señor? No señor
El resto del país paga las consecuencias de esta pulseada interminable. El desempleo y el subempleo son los mayores que se hayan conocido, la cantidad de hogares por debajo de las líneas estadísticas de la pobreza y de la indigencia crece en forma pavorosa. Los círculos alcanzados por la onda expansiva son cada vez más amplios. La recesión ya cuatrianual y el secuestro de los depósitos bancarios han pegado de lleno también a las clases medias y han terminado por cortar las cadenas de pagos que mantenían en funcionamiento la economía. Al mismo tiempo se multiplica la violencia bajo todas las formas imaginables. Alentada por un irresponsable discurso político, la policía se acostumbró a disparar antes de preguntar. Los habitantes de los barrios más pobres aprendieron de ese ejemplo. La disponibilidad de todo tipo de armas a precios accesibles acompañó esa creciente odiosidad, que hizo eclosión ahora. Las luces de la ciudad encendidas en bancos, macdonales, cabinas telefónicas y edificios públicos una vez por semana en las últimas tres se parecen más a motines raciales iniciados en ghettos ofendidos y humillados que a las acciones políticas que caracterizaron a una Argentina que ya no es.
Sobre ese fondo se mueven con comodidad grupos organizados, de muy distinto origen: comandos policiales que en el momento del desborde callejero cometen asesinatos selectivos sobre blancos chequeados con antelación, grupos de la inteligencia estatal y militar deseosos de promover una involución autoritaria, punteros políticos detrás de intereses partidarios, sectores de la izquierda extraparlamentaria convencidos de que la Argentina está al borde de la revolución y el socialismo, y algunos híbridos de las categorías anteriores. Cada uno intenta aprovechar la situación resultante para sus fines. En la madrugada del viernes, las vidrieras destrozadas de los bancos aparecieron con leyendas que decían “PRT” (una organización política que hoy no existe) e “Hijos”, un sector al que con esas operaciones de inteligencia se intenta demonizar para luego reprimir. La confusión que estas operaciones cruzadas han producido es tan vasta que el 19 de diciembre, al desencadenarse los saqueos en el Gran Buenos Aires, tanto radicales cuanto justicialistas creían que el otro bando era el que había abierto las puertas del infierno. De la reunión que sostuvieron en el Hotel Elevage (donde tiene una de sus sedes operativas Enrique Nosiglia) participaron figuras relevantes de la política, la seguridad y la inteligencia de cada uno.
Allí se acordó la declaración del estado de sitio y cada uno se comprometió a desactivar las operaciones de los propios que detectara. Lo que ninguno de los cinco imaginaba era el cacerolazo que saludó el anuncio presidencial del estado de sitio. Lo que cruje es el propio contrato social que permite la vida en comunidad, y por momentos el Leviatán no parece en condiciones de garantizarlo.
El transformismo argentino
Las recetas económicas y políticas de cada sector del bloque dominante, los devaluacionistas y los dolarizadores, fueron descriptas en detalle por el economista Eduardo Basualdo en su reciente libro Modelo de acumulación de capital y sistema político en la Argentina. Notas sobre las formas de dominación durante la valorización financiera (1976-2001), un aporte intelectual recomendable para entender los alineamientos de estos días.
La Nueva Alianza de justicialistas, radicales y frepasistas verifica en la práctica la reflexión de Basualdo sobre el “transformismo argentino”, inspirada en las observaciones de Antonio Gramsci sobre la Italia de las últimas décadas del siglo XIX. Había allí, dice Basualdo, “una situación en la que los sectores dominantes excluyen todo compromiso con las clases subalternas, pero mantienen la dominación (hoy llamada gobernabilidad) sobre la base de la integración de las conducciones políticas de esas clases subalternas”. Por vía de esta cooptación surge “una clase dirigente cada vez más amplia”, dice Gramsci. Pero más divorciada de las clases subalternas que no se resignan en forma mansa, agregan las calles argentinas. Ni Alfonsín, ni Menem, ni De la Rúa tuvieron una mayoría parlamentaria tan cómoda como la que le permitió a Duhalde aprobar la ley de emergencia y por medio del per saltum a la Corte Suprema contra cualquier medida cautelar de un juez que incomode al gobierno, pulveriza el estado de derecho. Pero al mismo tiempo, ningún gobierno desde la conclusión de la dictadura tuvo vínculos más tenues con la sociedad a la que se supone que representa. Así, los grupos locales consiguen impulsar su reivindicación devaluatoria al mismo tiempo que sus socios políticos se sumen en el más hondo descrédito. Esta contradicción define uno de los momentos políticos más complejos en muchos años, por no hablar de la coexistencia de sentimientos de angustia y de ira en sectores diversos de la sociedad, cuyo grado de participación en los asuntos públicos nunca fue más intensa que ahora. Las facciones enfrentadas del bloque hegemónico no pueden seguir ignorándolos.
De la híper a hoy
Basualdo se sirve de la tipología propuesta por Guillermo O’Donnell en su trabajo clásico sobre el Estado burocrático autoritario para comparar las crisis precipitadas en 1989 por la hiperinflación y ahora por el agotamiento de la convertibilidad. En ambos casos se suman una crisis de acumulación, una crisis de gobierno y una crisis de régimen. Pero ahora las dos fracciones de los sectores dominantes enfrentan escollos nuevos, dice.
La fracción local impulsa un cambio drástico en el funcionamiento económico, manteniendo
y ampliando el transformismo.
Al pacto bonaerense Duhalde/Rückauf con Alfonsín (y sus chinchorros Moreau/Storani) se sumó ahora, en una posición secundaria, el cafierismo frepasista, distanciados cada uno en distinto grado de sus respectivas bases sociales. Para la fracción extranjera del bloque de poder la dolarización es la etapa superior de la convertibilidad. Las contradicciones entre ambos, según Basualdo, “preanuncian la imposición de un nuevo deterioro en las condiciones de vida de los sectores populares, cuando los mismos necesitan imperiosamente la redefinición tanto de la valorización financiera como del sistema de dominación político y social pero con un contenido distinto al que asumen en las propuestas dominantes”. La profundidad de la crisis ha mezclado estos tipos ideales y hoy, dentro mismo del transformismo, se plantea la reducción del costo de la política y el asistencialismo social como intentos desesperados de supervivencia por parte de un sector que ya realizó su acumulación primitiva, por decirlo sin detalles que agraven el nerviosismo general. Claro que una cosa es el discurso y otra la práctica (ver en esta página ¿“Quién dijo”).
La devaluación mejorará los ingresos de los exportadores y devolverá a la vida a algunos productores regionales que estaban en coma. Pero las exportaciones argentinas no representan más del 6 por ciento del Producto Interno Bruto y, dadas la índole y la escala de la producción, no son grandes generadoras de empleo. Lejos de reactivar el mercado interno, en un contexto inmodificable de recesión mundial, la devaluación obrará como un nuevo estímulo recesivo, debido a la caída del valor adquisitivo de los salarios. Esto, a su vez, no contribuirá a atenuar el clima de movilización popular que no ha cesado de calentarse en el último lustro. Este sector denominado nacional y productivo, pero liderado por la transnacional italiana Techint, ha dado prioridad a la corrección cambiaria. De este modo se ha desatado una nueva estampida en la puja distributiva, en la que ninguno de los actores principales se interesa por la recomposición de los ingresos populares.
Méndez conducción
Las empresas y los bancos extranjeros compraron activos fijos en la Argentina, cuyo valor quieren preservar. Por eso ni siquiera después de la devaluación duhaldista han dejado de reclamar la dolarización, por supuesto ya no sobre la precluida ecuación del 1 a 1. Desde que Jorge Remes Lenicov ingresó al palacio de Hacienda, los bancos, las empresas privatizadas en la década pasada y los petroleros han ejercido todo tipo de presiones para no asumir costos de la crisis. Que hayan utilizado como lobbistas a todo el espectro político español, desde el presidente conservador José María Aznar hasta su predecesor socialdemócrata Felipe González; que hayan viajado a Chile para combinar una acción de urgencia con Menem; que hayan entrado a la Casa Rosada de la mano de los gobernadores de Neuquén y Chubut con un ofrecimiento contrario a una ley nacional recién promulgada (la que estableció retenciones a las exportaciones de hidrocarburos) es tan elocuente como las refriegas callejeras acerca del estado de disgregación de la unión nacional constituida hace un siglo y medio según declara el preámbulo de la Constitución Nacional. Con la reducción unilateral de las remesas por coparticipación, De la Rúa y Cavallo expropiaron poderes que las provincias no habían delegado al Gobierno Federal. Al avasallar los pactos preexistentes mencionados en el mismo preámbulo constitucional, también ellos aportaron su parte a la tarea de demolición nacional. Las hipótesis que se manejan para fragmentar en cheques bancarios los depósitos confiscados en los bancos retrotraen a la situación que se vivió en la década de 1880, cuando se autorizó a emitir moneda a los que se llamaban entonces “bancos garantizados”. Esto terminó con la quiebra de la Banca Baring en Londres, la caída del gobierno del presidente Miguel Juárez Celman en medio de una corrida bancaria y a la creación por su sucesor, Carlos Pellegrini, del Banco Nación, el mismo sobre el que ahora soplan frondas privatizadoras.
El embajador
Igual que Menem y De la Rúa, también Duhalde espera el apoyo del Fondo Monetario Internacional. Incluso ha puesto una cifra a sus necesidades y las ha hecho públicas: 15.000 millones. Es difícil imaginar una manera más torpe de abrir el juego, mientras desde el presidente George W. Bush hacia abajo, la voz de orden es que la Argentina debe presentar primero un plan sustentable. Si no hay un plan B, la calesita de los presidentes podrá seguir girando.
Además de las misiones oficiales del Fondo y del Senado de los Estados Unidos, también llegó a Buenos Aires un enviado más sigiloso para informar al presidente acerca de lo que ocurre en la Argentina. El embajador Richard T. McCormack fue subsecretario de Estado para Asuntos Económicos y Secretario de Agricultura del padre de Dubbya Bush. Pero su campo de interés no se limita a la economía. En 1997, por ejemplo, expuso ante la Asociación de Funcionarios Retirados de Inteligencia acerca de la proyectada expansión de la OTAN hacia Europa Oriental. La agenda de McCormack en Buenos Aires fue confeccionada por el más activo lobbista del sector desplazado en el último giro de la ruleta política y económica: el petrolero Carlos Bulgheroni. Lo mismo había hecho cuando llegó a Buenos Aires Felipe González.
En algunas de sus entrevistas con personas de distintos sectores políticos y sociales, McCormack formuló cinco preguntas y adelantó una opinión. Las preguntas:
u ¿Quién organizó “los ataques a los supermercados”? (sic).
u ¿Es el mismo grupo que atacó la Casa de Gobierno y el Congreso?
u ¿Es posible que los militares vuelvan a tomar el poder?
u ¿Cuál ha sido el peor error económico cometido en los últimos años?
u ¿Qué debería hacer en esta coyuntura el Fondo Monetario Internacional?
Tan significativa como sus preguntas fue la opinión expresada por McCormack. “La Argentina deberá acostumbrarse a convivir con las consecuencias de sus decisiones” dijo.

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