EL PAíS › HABLAN LA ESPOSA Y EL HIJO DE JULIO LOPEZ
Esta semana se cumplen los cuatro meses de su segunda desaparición. Su familia está convencida de que “se lo llevaron por venganza”, le pide a Kirchner que mantenga la búsqueda y revela detalles, como lo ocurrido con las llaves.
› Por Adriana Meyer
“Se lo llevaron como venganza porque mandó preso a Etchecolatz”, dice Irene Savegnago de López, con contundente lógica. Está molesta y no lo oculta. Solo accedió a conversar con Página/12, y es la primera vez que lo hace con un medio nacional, porque sabe que es necesario cada vez que se cumple un nuevo mes de la desaparición de su marido, para que se mantenga vivo su reclamo. A poco de cumplirse cuatro meses desde la última vez que fue visto Jorge Julio López –el albañil que sobrevivió a su primer secuestro y cautiverio durante la dictadura y fue uno de los testigos clave para lograr la condena al ex lugarteniente de Ramón Camps–, esta mujer de 78 años, que reniega de la política y de los medios, le volvió a pedir al presidente Néstor Kirchner “que lo busque, que haga lo posible por encontrarlo, sea como sea”. Respecto de los efectos del paso del tiempo, su hijo mayor desafía: “Perdé cuidado que no se van a olvidar. Estamos viendo que están haciendo cosas, pero el día que no veamos eso se los vamos a marcar”.
Ruben López considera que fue un error que nadie pensara durante las primeras horas que su padre había sido secuestrado, a diferencia del “caso Gerez, que el Presidente se puso al frente, hubo mucha presión y resultó”. Ellos mismos no lo pensaron, pero entienden que era responsabilidad de los funcionarios manejar las diferentes hipótesis.
La casa de la esquina de 65 y 140 está igual, bien pintada y ahora con el pasto cortado. Tito, como lo llama su familia, la construyó hace 45 años y fue una de las primeras de la cuadra. En los últimos tiempos, ya jubilado, se dedicaba con esmero a cuidar su pequeño jardín, sus malvones rojos. El hombre sentado junto a la puerta no parece pero es un custodio de la Policía Federal. El interior es austero y prolijo, con un televisor en una esquina del comedor que será apagado y un ventilador que dejarán encendido.
Irene nació y vivió siempre en Los Hornos, desde que era zona de quintas y había pocas casas. Sus estudios llegaron hasta cuarto grado y su única ocupación fue siempre la vida doméstica. “Tito es de General Villegas pero nos conocimos acá, no sé si fue en un baile o por amigos”, cuenta sobre su primer encuentro con López. No tiene recuerdos de viajes porque “nunca íbamos a ningún lado”, y la vivencia más feliz que dice haber compartido con el albañil desaparecido es el nacimiento de los hijos. Desde los días del primer secuestro, a manos de la patota que comandaba el comisario Miguel Etchecolatz, ella toma pastillas para dormir, por eso la madrugada del 18 de septiembre no escuchó nada. Y así como nunca quiso hablar con López sobre ese hecho, tampoco estuvo de acuerdo con las dos declaraciones que hizo ante la Justicia.
Durante el primer mes de investigación se sintieron ellos los investigados, y esto les produjo un gran malestar, sobre todo a Irene. Al principio de su regreso a la tragedia estuvo aturdida. Ahora siente bronca porque “se metieron con la familia”. Más contemplativo, Ruben dice que entiende que cuando se trata de personas perdidas hay un alto porcentaje que aparecen con la propia familia. “Estuvieron un mes con eso hasta que se dieron cuenta de que no teníamos nada que ver.” En la intimidad, los López se quejan de que los investigadores bonaerenses hayan “perdido tiempo” con esa hipótesis. En esta charla con Página/12 explican con detalle el porqué de su actitud durante los primeros días del caso.
–¿Cómo era un día normal de Tito?
–(Irene) De trabajo. Cuando empezó en la construcción se iba a la mañana y volvía a la noche. En los ratos libres iba a esa unidad (N. de R.: La unidad básica Juan Pablo Maestre, que respondía a Montoneros) a ayudar, a dar la merienda a los pibes. Le gustaba el fútbol pero fue pocas veces a la cancha.
–¿Cómo fue la primera desaparición?
–Fue un golpe terrible, entraron una noche y se lo llevaron. A las 2 y pico de la mañana, los chicos tenían 6 y 10 años.
–¿A usted le hicieron daño, Irene?
–No, ni a mí ni a los chicos. Rompieron la puerta, revolvieron todo y se comieron lo que había en la heladera. Encontré los platos vacíos sobre la mesa. Pero no se llevaron nada..., se llevaron a Tito.
–¿En ese momento supieron por qué lo secuestraron?
–Porque iba a la unidad básica. (Ruben se suma a la conversación.) Después nos fuimos enterando con los años de que en esos días reventaron la unidad básica, la acribillaron a tiros y la quemaron, y levantaron a varios... (Irene) A los seis meses escribe una carta que lo habían llevado a la Unidad 9. (Ruben) En esa época se decía que lo blanquearon, lo habían pasado al PEN (Poder Ejecutivo Nacional). En la comisaría 8ª les daban un tiempo para que se recompongan antes de blanquearlos. Y en total pasó casi tres años detenido.
–¿En los años siguientes hablaron del tema?
–(Irene) Yo no quería hablar, pero él conversaba con quien podía, lo necesario. Pero yo nunca quise escuchar nada. Había sufrido mucho, iba a entrar a contar cosas que me iban a hacer mal.
–¿Leyeron los cuadernos de Tito?
–(Irene) No. (Ruben) No, los miramos un poco. Sabíamos que escribía pero no tanto, eran como tres tomos, por decirlo de alguna manera. En tres carpetas escribió todo lo que le pasó y todo lo que recordó, por eso lo tenía tan claro.
–Entonces, cuando toma la decisión de volver a declarar fue como reabrir la herida para ustedes.
–(Ruben) Esto se da en el año 1998, cuando empezó el Juicio por la Verdad. Por intermedio de un amigo se conectó con agrupaciones de derechos humanos. Contó lo que vio y lo que pasó y fue así que se enteraron los padres de Patricia Dall’Orto.
–¿Cómo fue aquella primera declaración?
–(Irene) Yo no quería que vaya, pero quiso ir. Ahora veo que necesitaba ir, como un alivio. Fue y habló porque necesitaba desahogarse, pero en ese momento no lo comprendí. Me parecía que lo iba a superar, que había pasado.
–¿Y la segunda, cuando dio testimonio contra Etchecolatz?
–(Irene) Teníamos miedo que remover todo eso le hiciera mal, por su edad. Yo le decía que no fuera pero él no tenía miedo. (Ruben) Ahí lo acompañamos mi hermano, yo y un primo. Nunca habíamos querido que fuera porque pensábamos que eso le iba a afectar, pero cambiamos. El día que fuimos a acompañarlo, entendimos por qué quería contar todo eso, y la promesa que le había hecho a Patricia (N. de R.: Fue compañera de cautiverio y antes de ser asesinada le pidió que buscara a su hija y le dijera que la amaba.) Era su búsqueda de justicia. En su testimonio dice “quería matarlo yo pero después lo pensé bien...”. No sólo él sino las agrupaciones de derechos humanos lograron con mucha lucha llegar a que se derogaran las leyes y se enjuiciara a esta gente. Tenía ilusión de ver a Etchecolatz el día que desapareció. (Irene) Sí, había dejado la ropa ya preparada.
–¿Ese cuchillo que no apareció se lo podría haber llevado Tito para atacar a Etchecolatz?
–(Ruben) No, porque luchó tanto, se bancó meses de preparar el juicio. (Irene) Que vaya preso... hasta ahí llegaba su ilusión.
–¿Piensan que la idea de los que se lo llevaron fue meter miedo?
–(Ruben) Nadie se hace cargo, pero el mensaje está. Si quieren sembrar el miedo, en muchos testigos lo hicieron, pero muchos otros se fortificaron. Es doble, hay mucha gente que sigue insistiendo.
–¿Cómo fueron las últimas horas que estuvo con ustedes?
–(Irene) Se quedó mirando el fútbol, el último partido de Boca, y después nos fuimos a dormir. (Ruben) Cuando mi hermano (Gustavo, 38 años, empleado bancario) se levanta para ducharse e ir a trabajar no lo ve en la cama.
–¿Cómo creen que estaba vestido?
–Con un jogging azul gastado que parece gris, y un pullóver verde de lana con ochos, también gastado.
–¿Están conformes con la investigación?
–(Ruben) Lo estaríamos si lo hubieran encontrado. Pero no estamos disconformes, están investigando. Están haciendo cosas. Hay muchas hipótesis pero todavía nada.
–Además del cuchillo también faltaban las llaves. ¿Cómo entienden que hayan aparecido ahora?
–(Ruben) Alguien las puso, o las tiró después, o fue mi viejo, el día que se fue. El pasto estaba crecido, y no se veía a simple vista. Como investigaban averiguación de paradero no hicieron rastrillajes en la casa. El día que aparecieron sí. (Se miran y se sonríen.) (Irene) Ahí sí, rompieron todos los malvones... (Ruben) La denuncia se hizo enseguida, no como dijo un diputado, que la familia tardó 36 horas en hacerla. Lo que pasa es que tardaron 48 horas en salir a buscarlo porque ése es el tiempo que se espera por una persona perdida. Las primeras 48 horas se perdieron. No así en el caso de Gerez, que como el Presidente se puso al frente había muchísima presión y resultó.
–¿Cuál fue el error en el caso López?
–Que nadie lo asoció en las primeras 48 horas con un secuestro por su declaración en el juicio.
–¿Pero ni siquiera ustedes estaban convencidos?
–(Irene) Pensamos que se había perdido, que le había dado algo en la cabeza. Nunca pensamos en una cosa de éstas. Irse por su cuenta, no. Nunca faltó de casa, salvo cuando se lo llevaron la primera vez. (Ruben) Te quiero aclarar algo, mi vieja es ama de casa, mi hermano es bancario y yo soy carpintero. No estoy en un ministerio para pensar y proteger a la gente. Eso lo tienen que pensar los cráneos que están gobernando. La llave apareció de casualidad, mi señora se pone a cortar el pasto porque estaba aburrida. (Irene) No la buscamos porque pensamos que se la había llevado él.
–¿Se asustaron cuando encontraron la llave?
–(Irene) No, la agarré, la limpié y me la puse en el bolsillo, como algo natural. No medimos las consecuencias.
–¿Cómo viven la investigación?
–Con bronca, con rabia, con angustia. ¿Cómo quiere que estemos? Cada vez que encuentran un cuerpo nos llaman y nos ilusionamos que puede ser...
–¿Piensan que está vivo?
–Ojalá, pero que aparezca de alguna forma, como sea.
–¿Tienen custodia?
–Sí. (Señalan hacia el jardín.) De la Policía Federal. Al principio no queríamos tener nada. (Irene) No queríamos dar entrevistas... (Ruben) Queríamos una vigilancia rotativa, pero desde que apareció la llave no nos dieron opción.
–¿Por qué creen que se lo llevaron?
–(Irene) Como una venganza porque mandó preso a Etchecolatz. Para mí es eso. Gente vinculada a él, policías, militares, pueden ser muchos.
–¿Qué sintieron cuando se enteraron del secuestro de Gerez?
–(Irene) Bronca, rabia... que estábamos otra vez en la misma.
–¿Y cuando apareció?
–Alegría porque cuando se lo llevan así uno siempre piensa lo peor. Tuvo suerte y apareció. Yo estoy acá esperando.
–¿Hablaron con familiares de Gerez?
–(Ruben) Sí, nos llamaron para agradecernos que en el momento del secuestro nos comunicamos enseguida para decirles que estábamos con ellos.
–¿Es cierto que el presidente Néstor Kirchner encomendó al jefe de la SIDE mantener contacto casi cotidiano con ustedes?
–(Ruben) Sí, tenemos un diálogo fluido con el segundo de la SIDE. (N. de R.: José Larcher) Nos informan de lo que van haciendo.
–Hace un mes hicieron una carta pública dirigida al Presidente. ¿Qué le diría ahora?
–(Irene) Que lo busque, que haga lo posible por encontrarlo... como sea.
–¿Piensan que se está haciendo lo necesario?
–(Ruben) Sí. En el juzgado federal están trabajando muchísimo, incluso ahora que están de feria. Al Presidente le reafirmamos la carta que le mandamos hace un mes, y le pedimos que sigan investigando con la misma presión que se usó cuando desapareció Gerez, que dio sus resultados. Tenemos el compromiso público y personal de que lo van a encontrar, y seguimos creyendo en eso.
–¿Temen que el paso del tiempo traiga el olvido del tema?
–(Ruben) Perdé cuidado que no se van a olvidar, se lo voy a hacer recordar día por día. Estamos viendo que están haciendo cosas, pero el día que no veamos eso se lo vamos a marcar. Es lógico que vaya bajando el interés de los medios, pero eso no quiere decir que la Justicia deje de investigar.
–¿El Estado es el responsable de no haberlo cuidado?
–El Estado no es responsable de eso, pero sí de que aparezca. Fallaron varios, no sé si la Justicia en general, el Estado... hubo fallas. Mi viejo no tenía miedo, y estando en democracia, después de 30 años, no nos imaginamos que esto podía pasar.
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