EL PAíS › LA HISTORIA DE LA DESAPARICION DE ALDO FAGETTI
Fagetti era militante de la JP. Desapareció en febrero de 1976. Su mujer relata el secuestro y la búsqueda de justicia.
› Por Camilo Ratti
Desde Córdoba
Elsa Marta Sosa es la esposa de Aldo Héctor Fagetti, el militante de la JP secuestrado y desaparecido el 25 de febrero de 1976 bajo el gobierno de Isabel Perón, y hoy el principal motivo que llevó al juez federal de Mendoza, Héctor Acosta, a pedir la captura internacional de la ex presidenta argentina. Médica, con dos hijos, vive en Córdoba desde 1985 y siente que la decisión de perseguir judicialmente a la viuda de Perón y a varios de sus funcionarios “es el fin de la impunidad en este país”. Aunque feliz porque la Justicia haya decidido investigar por primera vez el terrorismo de Estado cometido previamente al golpe del ’76, “que se cobró seiscientas víctimas”, sostiene que el auténtico avance de la sociedad pasa por que “se conozca la verdad de las miles historias como la mía, y que las nuevas generaciones sepan qué pasó en aquellos años”.
“Aldo” (así llama Elsa a su marido desaparecido) se había vuelto de Córdoba, donde estudiaba Ingeniería, cuando falleció su padre Américo. Radicado en General Alvear, al sur de Mendoza, el único varón de los Fagetti partió junto a su mujer Elsa, Marta Sosa, con quien se casó en el ’73 y tuvo a Javier Américo en el ’74, rumbo a San Rafael, una ciudad todavía más al sur de la capital provincial, porque ahí había universidad.
Con 24 años y una familia a cuestas, empezó a trabajar en la Dirección de Rentas por la mañana y a vender pastelitos y empanadas por la tarde, que fabricaban con Elsa para poder estudiar Ingeniería. Militaban en la JP haciendo trabajo educativo en las villas de la zona, como lo hacían miles de jóvenes de su generación.
El 25 de febrero de 1976, bajo un gobierno pseudodemocrático, que se desbarrancaba inevitablemente hacia el abismo, una patota de policías y militares tiró la puerta abajo del galponcito donde fabricaban las empanadas y se lo llevaron a Aldo sin más explicaciones que las patadas y los insultos. “Después vinieron a mi casa y repitieron la escena de terror, a pesar de los gritos de los vecinos para que soltaran a mi marido”, contó a este diario Elsa Sosa, la esposa del desaparecido que hoy jaquea a Isabel y a dos de sus ex ministros, Antonio Cafiero y Carlos Ruckauf.
En su casa de Córdoba, donde vive desde 1985 cuando el terremoto que azotó Mendoza la llevó a buscar otros horizontes, esta médica y sostén de familia repasa su dolorosa historia junto a su hijo Javier Américo, el único que tuvo con Aldo, y su hija Virginia, producto de una segunda pareja. Elsa asume sin rencores lo que le tocó vivir y se ilusiona con los juicios que están en marcha en ámbitos de la Justicia federal. “Ojalá no sea un boom de noticias ni una satisfacción individual, sino que los argentinos tomemos conciencia de que lo que pasó en esos años fue tremendo. No podemos admitir que en un gobierno democrático la muerte haya sido el punto de partida de todo”, dice sin tapujos la médica que fue noticia mundial estos dos últimos días, y que con ironía dispara: “Subversivos éramos los que trabajábamos dieciséis horas por día, estudiábamos, criábamos una familia y peleábamos por una sociedad más justa. A esos desaparecieron, pero no a los que ayer eran jefes y hoy son empresarios”.
Vivir con un desaparecido
El martirio de Elsa, como el de miles de personas que tienen a un desaparecido entre sus afectos, comenzó en una comisaría, cuya respuesta fue la clásica “acá no está, señora”. A las setenta y dos horas le informaron que Aldo estaba en la División Canes de la policía, pero que no lo podía ver. Hasta que el 10 de marzo, en la Unidad Regional de la policía, le entregaron (en un procedimiento que durante la dictadura se convertiría en sistemático) una acta de libertad firmada por Aldo y otros presos políticos. Pero Elsa no volvería a ver nunca más a su marido. “Se habrá ido con otra mina”, le contestaron los policías, haciendo gala del cinismo de la época. Desesperada, el 11 de marzo hizo la denuncia en la comisaría y presentó en el Juzgado Federal de San Rafael, el mismo del actual juez Raúl Acosta, un recurso de hábeas corpus. El magistrado que en ese momento ocupaba ese despacho le contestó, sin pudor alguno, que “el recurso no tiene validez porque dicha persona se encuentra en libertad”.
Después de la desaparición de su esposo, con los militares en el poder luego de un golpe de Estado anunciado y concretado un mes después de su secuestro, Elsa se volvió junto a su hijo Javier, de un año y medio, a General Alvear, pueblo donde ella y Aldo se habían criado y enamorado. “El terror que sentía era tal que por lo menos ahí me sentía un poco más protegida, porque estaba mi familia, la de Aldo y la gente que me había visto crecer.”
Pero el calvario de ser la esposa de un desaparecido no tardó en apoderarse de su vida, en años en que esa condición bastaba para merecer la muerte, la cárcel o el exilio. “La gente tenía un comportamiento dual, por un lado éramos Elsita y Aldito, gente honesta y trabajadora, pero por otro lado escuchaba el hipócrita ‘y si se lo llevaron algo habrá hecho’.” Era durísimo vivir con ese miedo y la angustia de no saber qué había pasado con tu marido”, confiesa, mientras el teléfono de su casa no para de sonar.
Con un hijo a quien criar, lejos de la política barrial, esta ex militante de la JP se las arregló para sobrellevar los peores años de la dictadura. Se acercó a los organismos de derechos humanos, que empezaban a salir a escena, pero nada. A Aldo Héctor Fagetti, como a tantos otros, se lo había tragado la tierra. Hasta que conoció a Horacio, padre de su segunda hija Virginia, diez años menor que Javier. “Después del terremoto que sacudió Mendoza, nos salió la posibilidad de venirnos a Córdoba. Aquí empecé a estudiar medicina, me recibí y construí mi nueva vida. Por eso amo Córdoba”, dice. Pero a esa nueva vida le seguía faltando una parte: el destino de Aldo. “Es muy importante lo que está haciendo el juez Acosta, porque nunca antes nadie se animó a meterse con esa época, en la cual dicen desaparecieron o murieron seiscientas personas. Solo espero que esto no sea un sueño personal y que como sociedad podamos ver lo que antes, por distintos motivos, no pudimos ver. Los medios, el Gobierno y los ciudadanos debemos acompañar este proceso si queremos acabar con la impunidad”, asegura Elsa, quien insiste en destacar la importancia de los juicios que se tramitan en la Justicia federal: “El miedo sigue estando en muchos sectores sociales, pero hay que lograr que ese miedo no nos paralice. No hay otra manera de encontrar la verdad y poder juzgar a los responsables de todos estos crímenes”.
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