EL PAíS • SUBNOTA
Javier Américo Fagetti, treinta y dos años, odontólogo y pronto padre de familia, cuenta que su infancia no fue nada fácil. “Cuando iba a la escuela primaria me preguntaba por qué a mí no me buscaba mi papá, como lo hacían con los otros chicos”, dice este joven que trabaja para la Secretaría de Derechos Humanos de San Rafael, y que aspira a fundar la asociación HIJOS en Mendoza. “Mi mamá me cuenta que me discriminaban porque todos sabían que era hijo de un desaparecido, que en aquellos años era como ser un leproso, y en una ciudad chica todavía más. Por eso me cambiaron a una escuela más humilde, en la que había muchas madres solteras.” Después vino la adolescencia en Córdoba y las primeras preguntas acerca de su identidad. “Empecé a participar en algunos ámbitos de los organismos, pero me fui porque estaban muy politizados y yo no estaba preparado para eso.” Pero en pleno debate sobre la actuación de las organizaciones armadas en los ’70, Javier le contestó a este cronista: “Si los Montoneros fueron lo que fue mi viejo, hoy me gustaría ser montonero. Si hoy tenemos la dirigencia que tenemos, es porque los militares mataron lo mejor de aquella generación”.
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