EL PAíS › ARGENTINA EXPORTA CURAS ULTRACONSERVADORES AL MUNDO
El Instituto del Verbo Encarnado surgió en 1984 en San Rafael bajo el ala del obispo León Kruk, entusiasta de la dictadura militar. Pese a su enfrentamiento con el Episcopado, resistió todos los intentos para trasladarlo. El único obispo que lo respalda es el de La Plata, Héctor Aguer, pero el IVE sobrevivió por la protección del ex secretario de Estado del Vaticano Angelo Sodano.
› Por Mariana Carbajal
Desde San Rafael, Mendoza, se exportan al mundo sacerdotes y religiosas promotores del integrismo ultraconservador católico, que sustentaron en los ’70 obispos como Adolfo Tortolo y Victorio Bonamín, y que sirvió para legitimar el terrorismo de Estado. La congregación religiosa Instituto del Verbo Encarnado (IVE) tiene al pie de la cordillera uno de los seminarios más concurridos del país, con más de un centenar de vocaciones. Cada año ingresan alrededor de treinta novicios y otro tanto de novicias. Fundado por el padre Carlos Miguel Buela, un sacerdote argentino de extrema derecha, el IVE ha crecido en la última década en forma exponencial y actualmente está presente en 55 diócesis de 38 países de los cinco continentes. Con un estilo misionero militante y combativo busca restaurar el verdadero catolicismo, que tuvo en la cristiandad medieval su momento cumbre. Un verdadero ejército de casi setecientos curas y monjas argentinos de esta orden se encuentran “evangelizando” en lugares tan alejados como Siberia, Kazajastán y, próximamente, Groenlandia. El IVE siempre estuvo fuertemente enfrentado con el Episcopado, que buscó cerrar sus casas de formación, pero el apoyo que consiguió Buela durante el papado de Juan Pablo II de su poderoso secretario de Estado, cardenal Angelo Sodano, significó una humillación para los purpurados argentinos. Limar aquellas asperezas con la Santa Sede, generadas en torno del IVE, fue uno de los motivos de la visita de la cúpula eclesiástica a Roma.
El Instituto del Verbo Encarnado nació en San Rafael en 1984. Fue fundado por el ultraortodoxo padre Buela. En poco más de dos décadas ha tenido una expansión asombrosa a través de sus diversas ramas, que incluyen una masculina, una femenina y una contemplativa. “Lo que nos deja absortos no es sólo la cantidad de vocaciones que tienen sino los lugares difíciles donde están”, comenta con asombro un obispo emérito, que prefiere el anonimato y tiene un muy mal concepto de Buela, a quien conoció personalmente y escuchó dar clases de teología.
Según información suministrada por el propio IVE a Página/12, actualmente sus miembros son cerca de 1500 en todo el mundo, la mitad de ellos argentinos, entre sacerdotes y religiosas. La mayoría se encuentra fuera del país. Las misiones están en los destinos más diversos y remotos. Desde Islandia, Papúa, Nueva Guinea, Tayikistán y Kazajastán, hasta Brasil, Ecuador, Egipto, España, Estados Unidos, Holanda, Filipinas, Palestina, Canadá, Perú, Taiwán, Rusia y Ucrania, entre otros. En diálogo con este diario, el mismo Buela contó que por estos días está por partir a Groenlandia una misión integrada por dos sacerdotes del IVE, uno de ellos argentino, formados en San Rafael.
Desde 1990 se han formado en sus casas 660 argentinos: 310 curas y 350 religiosas, de acuerdo con datos de la congregación. Todo un record en tiempos de crisis de vocaciones. El Seminario Metropolitano, ubicado en el barrio de Devoto, el principal de la curia argentina, tiene por estos días menos de un centenar de seminaristas.
“Nunca pensé que iba a tener una respuesta semejante. Jamás en la historia del país, incluida la época de la colonia, una congregación de Argentina está presente en tantos países”, se ufana el padre Buela (ver aparte).
El tradicionalismo ultraconservador, reacio a las reformas del Concilio Vaticano II, con el que son formados los religiosos del IVE, queda reflejado en una simple anécdota: curas del Verbo Encarnado llegaron a considerar un pecado ver la película El pájaro canta hasta morir, la historia de Richard Chamberlain, un cura torturado por el amor de una mujer. “Me cansé de confesar mujeres que me decían que su pecado era haber visto El pájaro canta hasta morir. En el momento en que la daban yo estaba en la iglesia de Flores y en una parroquia vecina había sacerdotes del Verbo Encarnado que no las dejaban comulgar sin antes confesarse”, contó a este diario, el cura Eduardo de la Serna, de la diócesis de Quilmes.
“Lo que el IVE propone es un catolicismo muy integrista. Para esta congregación el catolicismo tiene que ser una opción para toda la sociedad; es un catolicismo que tiene cosas que decir sobre la política, la sociedad, la moral sexual y la educación de los niños”, define Verónica Giménez Béliveau, investigadora del Conicet en temas de religión. Giménez Béliveau ha estudiado profundamente al IVE. Incluso ha convivido en sus monasterios. “Viven de manera muy austera, en una pobreza casi evangélica”, contó a este diario. Dice también que simpatizan con el franquismo. “Cuando visité uno de sus hogares para discapacitados un sacerdote cantaba una de los himnos del franquismo, ‘Cara al Sol’”, recordó.
“Una de las lógicas de afirmación identitaria de este tipo de grupos es la construcción simbólica de la comunidad en tanto perseguida y militante. Asocian la idea de persecución con la conservación de la verdadera tradición y de los valores sobrenaturales en un contexto de secularización y humanización de la cultura. De esta definición de la propia comunidad como perseguida se desprende la necesidad de que sus fieles sean militantes, activos, eficaces en su lucha contra un mundo en el que prima una organización no religiosa elegida por los hombres inspirados por el principio sobrenatural del mal”, explicó Giménez Béliveau. Esta concepción de la propia comunidad tiene su correlato en la composición social de la congregación, ya que el reclutamiento es claramente “endogámico”: se apoya en las redes de relaciones sociales con características comunes marcadas, basadas frecuentemente en lazos de parentesco, señaló la investigadora del Conicet. Aunque tienen vocaciones provenientes de todo el país, el IVE realiza tareas de reclutamiento principalmente entre las familias sanrafaelinas de pensamiento tradicionalista. Incluso se da el caso de varios hermanos en el interior de la congregación.
La elección de la diócesis de San Rafael por parte del padre Buela para la fundación del IVE no fue casual: al frente estaba uno de los obispos más conservadores de la historia reciente de la Iglesia argentina, monseñor León Kruk. Corría el año 1984, recién terminaba la última dictadura militar. Y hacia San Rafael, tras los pasos de Buela, corrió un grupo de seminaristas del seminario de Paraná, que huyó espantado por los aires progresistas de Estanislao Karlic, designado obispo de esa diócesis. El seminario de Paraná, que fuera dirigido por monseñor Tortolo, era la expresión de la extrema derecha católica: una de sus cabezas era el sacerdote –ya fallecido– Alberto Ezcurra Uriburu, uno de los fundadores del grupo de extrema derecha Tacuara. Ezcurra Uriburu también se mudó a San Rafael, para instalarse en la sede del IVE.
En un principio se trató de una asociación de fieles, un rango inferior al de congregación, y Buela se hizo cargo de la dirección del seminario de la diócesis de San Rafael, al que le dio un perfil tradicionalista, contrario a la modernización de la Iglesia derivada del Concilio Vaticano II. Hasta que abrió el propio seminario del Instituto, la rama femenina y la contemplativa en 1988.
Pero con la designación de monseñor Guillermo Garlatti como obispo de San Rafael, comenzaron los enfrentamientos con el Episcopado argentino “por desobediencia”. Con excepción de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, todos los prelados firmaron un pedido formal a Juan Pablo II para que cerrara sus casas de formación. “El Papa nos prometió que los iba a sacar de donde estaban”, recordó el obispo emérito, que dialogó con Página/12.
En un proceso que duró varios años, tres comisarios pontificios designados por el Vaticano se ocuparon sucesivamente de estudiar el caso, hasta que el último, el arzobispo de San Juan Alfonso Delgado, en el año 2000 anunció la clausura del seminario: la orden de cierre estaba contenida en tres decretos firmados en Roma. Buela fue trasladado a Ecuador. Pero el IVE resistió a la orden eclesiástica en un abierto desafío a la jerarquía católica argentina y Buela, en un claro gesto provocador, regresó al país y dio misa en Mendoza. En gestiones de las que no habrían sido ajenos el ex embajador del menemismo ante el Vaticano y actual gentilhombre de la Santa Sede Esteban Caselli y monseñor Aguer, Buela consiguió que el entonces poderosísimo cardenal Angelo Sodano lo protegiera. No sólo el Vaticano dio marcha atrás con la orden de cierre de sus seminarios sino que gestionó que el IVE trasladara su sede principal a Italia, a la diócesis de Velletri-Segni, 60 kilómetros al sur de Roma, donde desde mediados de 2001 tiene su Casa Generalicia y vive el padre Buela.
Uno de los problemas que tenía el IVE era que el Episcopado se oponía a que algún obispo ordenara sus sacerdotes. Para irritación de los prelados, en agosto de 2001 el Vaticano envió al propio obispo de Velletri-Segni, Andrea Maria Erba, a la Argentina para la consagración de 49 sacerdotes del IVE. La ceremonia se hizo en la Catedral de La Plata, donde nunca antes se habían ordenado tantos curas en una misma ceremonia. Monseñor Aguer fue el anfitrión.
“Fue una gran humillación para el Episcopado, un cachetazo del Vaticano porque nos desautorizó. Los obispos quedamos anonadados con esa respuesta”, contó un obispo emérito consultado por este diario, sobre el fuerte apoyo que finalmente obtuvo el IVE en Roma a pesar de los cuestionamientos que había formulado la Conferencia Episcopal Argentina. Limar las asperezas con la cúpula romana que se arrastran de aquel episodio fueron parte del objetivo de la visita de estos días de la comitiva encabezada por el presidente del Episcopado y arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge Bergoglio.
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