EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por J. M. Pasquini Durán
La presencia de la senadora Cristina Fernández, al lado del presidente Néstor Kirchner, en la cumbre del Mercosur en Río de Janeiro, de acuerdo con fuentes cercanas a la pareja, es parte de su inserción en los ambientes donde actuará cuando se haga cargo de la sucesión. O sea: la candidatura ya está decidida y será ella quien compita en octubre próximo. Según las mismas fuentes, los Kirchner opinan que el segundo mandato consecutivo, sin chances de un tercero, propicia la debilidad de la autoridad presidencial, puesto que a partir del segundo año de la reelección, como en el tango, propios y extraños “se prueban la ropa que vas a dejar”. Otros comentaristas de palacio agregan que el actual mandatario cree que podría repetirse aquí la experiencia de la concertación chilena que se sucede a sí misma mediante la alternancia de miembros de los mismos partidos de la coalición. La otra vía de continuidad es la reelección indefinida que busca Hugo Chávez en Venezuela, pero todos los datos de encuestadores y analistas argentinos indican que aquí la ciudadanía no tolera esas pretensiones. El fiasco de Carlos Menem cuando buscó el tercer período o el más reciente pronunciamiento en Misiones, alcanzan para confirmar el pronóstico.
Las principales voces de la oposición desconfían de la posibilidad de esa potencial candidatura de la senadora. Prefieren creer que se trata de una maniobra distractiva del Presidente que, como el tero, grita en un lado y desova en otro. Para algunos, sería poner en riesgo una victoria que Kirchner ya tiene asegurada, puesto que nadie puede garantizar cuál sería el comportamiento electoral de la mayoría. Dicen: ¿Y si a Cristina no le alcanza y tiene que ir a segunda vuelta? En ese caso, la oposición podría lograr la confluencia que hoy propone, en vano, el ingeniero Blumberg. En esta línea de pensamiento, si Néstor repitiera ahora, siempre quedaría Cristina para el 2011. Otra objeción es que a la senadora, que hizo una destacada carrera legislativa, le falta experiencia ejecutiva. Los círculos más céntricos del oficialismo responden: Kirchner esperó hasta ver la evolución de la oferta opositora, pero hasta hoy no aparece ninguna amenaza seria en el horizonte, ni siquiera para llegar al ballottage. De todos modos, falta todavía para cualquier anuncio formal. En cuanto a la veteranía ejecutiva, está claro que aunque no de manera directa, la senadora estuvo siempre muy presente en la mesa de las decisiones que tomó Kirchner como intendente, gobernador y Presidente. Los más cercanos saben que la gestión es bicéfala ahora y lo seguirá siendo en el futuro.
En el caso de tener presidenta, ¿qué rol tendría el primer caballero? ¿Acaso la cultura machista de la política no buscaría comprometerlo a él en decisiones que le competen a ella? Los que frecuentan a la pareja afirman que semejante conjetura sólo la pueden hacer quienes ignoran cómo funciona la relación de ambos en la política y, sobre todo, desconocen el temperamento de la senadora. Kirchner reservaría para sí el diseño y la ejecución de la arquitectura orgánica del movimiento plural que fue madurando desde la formación del Grupo Calafate, cuando aún la presidencia era una meta remota, hasta el actual reclutamiento de fracciones partidarias del más diverso origen ideológico, las que serían articuladas sin que ninguna tenga necesidad de renegar de sus convicciones originales. Una construcción similar a la que realizó Perón en su época fundante, pero adaptada a los tiempos actuales, partiendo del supuesto que el peronismo del General está agotado, en especial después del extravío de identidad que significó el menemismo adherido a las doctrinas conservadoras del neoliberalismo. El esquema actual de organización política supone la existencia de dos coaliciones principales, una de centroderecha y otra de centroizquierda, cuyos proyectos tienen puntos de contacto (el respeto a la propiedad privada, el aliento al ahorro y la inversión nacionales y extranjeros, el desarrollo del capitalismo en la ciudad y en el campo, entre otros) y también diferencias sustanciales en temas como la equidad en los sistemas de tributación fiscal, de distribución de los ingresos y de integración regional.
Para los “cristinos”, como son denominados los fervorosos adherentes a la candidatura conjeturada, el próximo período presidencial tendrá la posibilidad de profundizar el surco abierto en el último cuatrienio de recuperación económica y de acumulación de poder. Están pendientes objetivos de tanta magnitud como el que sugiere la nueva ley de educación, un plan nacional de salud de valor equivalente, la reorganización impositiva para que pague más el que más tiene y las normas políticas que otorguen transparencia a la actividad partidaria, con severos controles sobre la recaudación de fondos y los distintos modos de la corrupción y, en definitiva, la construcción de un verdadero y completo estado de derecho, desde los cimientos municipales hasta las cúpulas, incluyendo la pirámide del Poder Judicial.
Sin reconciliación de política y pueblo, la retórica se vacía de sentido y el mandato de cambio emergente de la crisis del 2001 puede terminar en una gran frustración nacional que perjudique del todo a la gobernabilidad democrática. Para que no haya confusión con palabras inflacionadas, se trata de un programa reformista, no revolucionario, en la medida que el concepto de reforma recupere el sentido que tenía cuando se refería al progresismo que optaba por políticas de gradualidad, en contraste con los maximalistas, para la conquista de objetivos políticos, económicos y sociales. El contenido fue distorsionado cuando la derecha se lo apropió para demandar las retrógradas “reformas estructurales” que venían en el recetario del Fondo Monetario Internacional (FMI), una sigla, dicho sea de paso, que ha desaparecido del discurso político debido a que Brasil y Argentina cancelaron la deuda eterna con ese organismo anacrónico.
Por el momento, todo es suposición, conjetura y hay más de un indicio que podría exhibirse como evidencia de sentidos contrarios a lo que se enuncia, aunque más no sea porque las corporaciones tradicionales, desde la Sociedad Rural hasta la CGT, y los nuevos poderes transnacionales encabezados por los grupos financieros concentrados, están vivos y alertas para impedir que sus privilegios sean recortados. Son enemigos de la revolución y también de las reformas, como no sean las que en definitiva mantienen todo lo que estaba en su lugar. Así pasa que la Federación Agraria de medianos y pequeños productores debería estar en el bando reformista y, de pronto, la lógica trastornada de los conflictos la coloca en un paro al lado de la Sociedad Rural, como si “el campo” pudiera ser concebido como una sola unidad. O, tal vez, la razonable demanda de los trabajadores que no reciben la cuota de beneficios que merecen de la prosperidad macroeconómica sean alentados a la lucha por dirigentes que los van a usar, en realidad, para conseguir un lugar en las listas electorales del Frente para la Victoria.
Otro tanto ocurre con los avances y retrocesos en la integración regional, debido a que determinados intereses resisten como pueden para evitar que la armonía y el equilibrio permitan avanzar más rápido en la consolidación de la unión económica, política y social. No hay duda que el absurdo pleito por la ubicación de la pastera finlandesa sobre las ribera oriental del río Uruguay exaspera las relaciones entre dos países que deberían disfrutar como nunca este excepcional período de Sudamérica, que ganó el derecho a elegir a sus gobiernos en las urnas y las mayorías se inclinan por distintos matices de una misma tendencia contraria al mandato conservador que predominó en los ’90. Las dificultades no deben ser ignoradas, pero tampoco son motivo de alarma, ya que la evolución del Mercosur en el último quinquenio registra algunos saltos de calidad que van más allá de las fronteras del intercambio comercial. Hoy en día, es el proceso integrador de mayor ímpetu en la región y en el mundo, pese a que las asimetrías del desarrollo relativo entre sus miembros todavía requiere de esfuerzos renovados por parte de los socios mayores, Brasil y Argentina, como lo está demandando con exaltación el presidente uruguayo Tabaré Vázquez.
Por lo demás, la experiencia más antigua de la Unión Europea sigue atravesando sus propios y difíciles altibajos. El filósofo Jürgen Habermas acaba de referirse a esos problemas con precisión y hondura. “Hoy la dinámica europea –puntualizó– está, pese a sus bondades, agotándose. El repliegue sobre el Estado nacional favorece en muchos países la introversión: el tema europeo ya no tiene buena prensa y preferimos concentrarnos en la agenda nacional [...] El problema de la integración afecta precisamente a los Estados-nación europeos en un punto sensible. Si se convirtieron en Estados de derecho democráticos es efectivamente gracias a la creación artificial de una conciencia nacional de inspiración romántica, alimentada por formas de lealtad más antiguas [...] No hay integración sin ampliación del propio horizonte, sin la disponibilidad a abrirse a un espectro más amplio de olores y de ideas, e incluso a soportar disonancias cognitivas aunque puedan parecer desagradables.” Aun si fueran meras conjeturas de un filósofo, merecen ser escuchadas con atención porque la “inspiración romántica”, las diferentes utopías, han transformado más de un supuesto en realidad.
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