› Por Mario Wainfeld
Da la incómoda impresión de que buena parte de la cobertura mediática del caso Gerez se orienta a sospechar de la víctima, a proponer (todavía de modo sigiloso) la hipótesis del auto secuestro. Dicho con deliberación pero sin falsía: Luis Gerez es más asediado que su tocayo Patti.
Gerez es un militante barrial que revista en Pensar Escobar, un partido vecinal que busca revertir la fenomenal hegemonía política local del ex policía. La pretensión de ese partido es ser transversal, no sólo peronista, y policlasista ya que Escobar es un distrito “de clase media”. El Movimiento Evita, una fuerza social de base, integra Pensar Escobar. La militancia cotidiana de Gerez lo vincula al partido cuyo referente es Alberto Fernández de Rosa. También tiene larga amistad con Emilio Pérsico, conducción del Movimiento Evita y funcionario del gobierno provincial. La existencia de dobles influencias explica en parte la sobreexposición mediática de Gerez. La relación entre los dirigentes de los dos colectivos, con los que Página/12 dialogó de modo informal, es de alianza y cooperación pero no se vienen luciendo en coordinarse, algo que ellos mismos reconocen. Tal como informó este diario, el jueves Solá regañó a Pérsico y al diputado provincial Fernando Navarro por los errores cometidos. El gobierno provincial y el nacional coinciden en que “Gerez no tiene que hablar ante los medios porque tiene poco que decir”. Contra sus intereses y favoreciendo un discurso que lo descalifica, Gerez ya dio dos conferencias de prensa en las que poco contó y se negó a contestar preguntas. Según concuerdan las fuentes consultadas por Página/12, la primera fue comandada y organizada por Fernández de Rosa. La frustrante reiteración de esta semana en la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) fue idea de Pérsico. La primera se justifica diciendo que formaba parte del clima de agitación sucedáneo al secuestro y a las ganas de agradecer o hacer catarsis de Gerez. La segunda, todos reconocen, fue una metida de pata sin atenuantes. Los protagonistas que rodean a Gerez se asumen poco duchos en lides mediáticas. Tal vez, consciente o inconscientemente, también haya existido excesivo afán de protagonismo.
Esos traspiés no justifican un desvío total de la atención sobre la víctima, que suele justificarse diciendo que las fiscales no deben desechar ninguna pista. Es verdad, tanto como que en los secuestros es de manual inquirir al entorno próximo del raptado. Habría que agregar que esa prioridad debería matizarse cuando todo indica que el secuestro obedece a causas políticas. Y que nadie puede dejar de pensar que la hipótesis del secuestro para amedrentar a un testigo es connatural a los precedentes de Patti. Cuando el ex policía mató a Cambiasso y Pereira Rossi hubo testigos acosados, con llamativa semejanza con este caso.
La construcción de la sospecha sobre Gerez parte de una serie de presupuestos bastante banales que supuestamente tienen como fuente filtraciones de la fiscalía. Se repite que la víctima “no dice todo lo que sabe”. Y se da por hecho que debería recordar (como el protagonista de alguna película de Alfred Hitchcock) muchos detalles de su odisea, como por ejemplo si el auto que lo trasladó era naftero o gasolero. Es, cuando menos, factible que el shock traumático inhiba esas aptitudes perceptivas o que el sujeto pasivo de un secuestro en la Argentina posdictadura no se dedique a calcular el tiempo del rapto sino a pensar otras variables. La terrible memoria de los campos de exterminio propone ser más cauto a la hora de exigirles saberes a las víctimas: hay quien expresa recuerdos precisos, hay quien no, hay muchos que necesitan mucho tiempo para recuperar la voz. Gerez luce afectado, tal vez tenga miedo. Aunque algunos cronistas lo soslayen, puede puntualizarse que el conurbano no es Disneylandia y que Escobar no funciona, exactamente, como el ágora ateniense.
Se ha puesto de moda, en buena hora, un extendido malestar por la desigualdad que impera en este país. Se la suele reducir a la inequidad económica pero es mucho más amplia y cruel: abarca asimetrías en las competencias, en las perspectivas de futuro, en prestigio, en poder. En ese contexto, es un pequeño milagro de politización y conciencia que un hombre sencillo como Gerez (“un albañil que escucha a Mozart, pero al cabo un albañil” describe uno de sus compañeros) se haya atrevido a militar, a testimoniar contra el taita de su ciudad, quien conserva poderes institucionales y de los otros. El modo impiadoso en que se lo trata sugiere que hay muchas personas poco dispuestas a tratar de preservar esos pequeños milagros.
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