EL PAíS › EL CASO DE RICARDO GIMENEZ
Fue secuestrado tres meses antes del golpe de Estado. Era militante de la JP y redactor del periódico local. Habría participado Patti.
› Por Martín Piqué
“Negro, te venimos a buscar.” Eso fue lo que escuchó Ricardo Gabriel Giménez mientras le ponían una mano en el hombro. La voz sonaba amistosa. Pero no sólo lo escuchó él. También lo oyó su tía, Gerarda Giménez, una joven de 23 años que había viajado desde Tucumán con su marido. La expresión de confianza confundió a la mujer. El que hablaba parecía amigo. Era “petisito, de barbita, chueco” (eso le contaría al día siguiente a su otro sobrino, Juan Pablo Vergara Giménez). Pero lo que rodeaba al autor del saludo no era nada amistoso. Lo acompañaban ocho individuos armados con fusiles FAL. Las dudas no duraron mucho. Los intrusos venían a llevarse a su sobrino. Miembro de la Juventud Peronista de la zona norte del conurbano, redactor del periódico local El Actual, Giménez no opuso resistencia. Era el 7 de enero de 1976. Además de Gerarda, el secuestro fue presenciado por el marido de ella, Rosario Díaz, y por sus abuelos. Antes de irse, uno de los represores encerró a la tía en una pieza y la violó. Su sobrino no regresó nunca a la casa de Congreve y Junín, barrio Loma Verde. Fue el primer desaparecido del partido de Escobar.
Ricardo Giménez era el menor de tres hermanos. Los dos más grandes llevan el apellido paterno. Son Juan Pablo y Josefina Vergara. Ricardo nació a fines de 1946, meses después de la muerte de su padre, el entrerriano Juan Asunción Vergara. En su familia dicen que por ese motivo fue inscripto en el Registro Civil por su apellido materno. Giménez hizo la escuela primaria en un colegio dependiente de la Fundación Eva Perón. Era un internado y quedaba en Ezeiza. Su madre había quedado viuda con apenas 19 años. El secundario lo cursó en el colegio Belgrano de Escobar. Para ese entonces ya había dejado de ser pupilo y vivía en la casa de sus abuelos, en Congreve y Junín. Su familia era muy conocida en Loma Verde: tenían una panadería, luego abrirían un bar.
Cuando estaba en el secundario, Giménez comenzó a colaborar con el sindicato de peones rurales. El hombre que mandaba en la seccional Escobar, Orlando Ubiedo, había llegado al gremio como delegado de la fábrica de pollos San Sebastián. Ubiedo estaba vinculado a la izquierda del peronismo. Su influencia lo acercó a los textos de historia y los libros escritas por Perón. Hasta ese momento Giménez era un fanático de las novelas clásicas de aventura. Su predilecto era Julio Verne. Su hermano Juan Pablo prefería a Emilio Salgari. En aquellos años Giménez hizo un par de visitas a la imprenta de El Actual. Las recorridas eran organizadas por el colegio. El periódico y la imprenta –los jóvenes aprendían a limpiar los plomos y arreglar las lanzaderas– eran propiedad de Tilo Wenner.
Entrerriano y descendiente de alemanes, Wenner se había mudado al conurbano en 1964. Escritor, periodista y traductor (hablaba alemán y francés), Wenner fundó el periódico meses después de instalarse en el centro de Escobar. La publicación se editó hasta 1976. Su eslogan era “Libre por principios y por propensión, mi estado natural es la libertad”. Tras el golpe, el diario fue clausurado y su creador desaparecido. Diez años antes, Giménez conoció a Wenner y comenzó a colaborar con El Actual. “Tilo precisaba gente que manejara la imprenta porque en esa época todo se hacía a mano –recuerda Juan Pablo Vergara, el hermano mayor–. Luego empezó a escribir. Su responsabilidad era hacer columnas sobre la mujer. Al principio no firmaba nada, luego un poquito.”
No pasó mucho tiempo hasta que la casa de Wenner se convirtió en un activo centro de reuniones de Escobar. Era una casona de dos plantas sobre la calle Alberdi, en el centro de la ciudad. En el primer piso funcionaba el Instituto Cervantes, que preparaba jóvenes para ingresar en la universidad. Lo dirigía la esposa del escritor, Eliana Naom, quien luego sería una de las fundadoras de Familiares de Detenidos por Razones Políticas. En la planta baja de la vivienda los Wenner solían recibir a numerosos invitados –la médica Marta Velasco, la peronista histórica Blanca Buda solían ser de la partida– para hablar de política. Giménez se fue integrando a ese círculo. Su vida comenzó a girar en torno del sindicato y el periódico. En todos lados se hablaba del regreso de Perón.
A principios de los setenta, Giménez comenzó a dar clases para adultos. Ingresó en el Instituto Nacional de Educación de Adultos (INEA). A ese organismo también había entrado Gastón Gonçalves, quien poco después se convertiría en uno de los referentes de la JP. Gonçalves daba clases en una isla del Tigre, él lo hacía en un barrio de las afueras de Escobar. Poco antes de la movilización a Ezeiza, un grupo de jóvenes comenzó a reunirse en la casa de los abuelos de Giménez. Los encuentros eran en La Cueva, el bar que su familia había abierto en Loma Verde. En aquella época era un barrio con mucho verde, famoso porque la mayoría de sus calles tenían nombres de caballos (por un haras que supo haber en esas tierras). Mientras seguía colaborando con el sindicato rural (“hacía toda la parte de logística”, dice su hermano mayor), Giménez participaba de la organización de la JP que estaba ligada a la Tendencia Revolucionaria.
“Era común que chicas jovencitas se reunieran en casa. Intentaban planear cosas, como si podían hacer una plaza, salir a pintar una escuela o hacer una vereda. Mi hermano estaba siempre porque era el dueño de casa”, recuerda Vergara. En aquellos años Giménez tenía una novia que no pertenecía al ámbito de la militancia. Era una vecina de Loma Verde. De apellido Bugueño, le decían “Buchi”. Giménez era muy conocido en el barrio y también en el centro de Escobar. Nunca se había cuidado demasiado pero la cosa no podía durar. Y el clima comenzó a cambiar. El periodista y docente de adultos modificó sus hábitos. A veces se quedaba a dormir en Moreno, en la casa de su hermana Josefina. O solía pasar la noche en lo de su tío materno, que también vivía en Escobar. A ese lugar lo había ido a buscar la patota a fines de 1975. La esposa de su tío, Isabel Arredondo, logró evitar que se llevaran a su marido a punta de fusil. Entre el grupo había reconocido a Luis Patti, un oficial de menor rango.
Es probable que la misma patota haya hecho otro intento el 7 de enero de 1976. Esta vez tuvieron suerte. Se llevaron a Giménez, entonces tenía treinta años. Violaron a su tía, amenazaron de muerte a su tío y robaron algunas cosas. El hermano mayor, que vivía en la calle Azcuénaga de barrio Norte, se enteró a la mañana siguiente. “Mi tía vino y me contó que se habían llevado a Ricardo. En esa época se pensaba que te metían en cana y que después te largaban o te pasaban al PEN. Me contó que uno le dijo cariñosamente ‘Negro, te venimos a buscar’ y le puso una mano en el hombro. Era petisito, de barbita y chueco. Me dio toda la descripción”, rememora Vergara. En Escobar, actualmente, al fundador del Paufe lo suelen llamar de tres formas distintas: “Loco”, “Chueco” o “Luis”. La tía Gerarda hoy tiene 54 años y vive en Entre Ríos.
Tras presentar un hábeas corpus y recorrer tribunales buscando a su hermano, el hermano mayor de Giménez recibió un dato de un policía de la comisaría 19ª de la Federal. Fue tres días después del secuestro. “Se llamaba Serrizuela y era sargento. Me avisó que habían encontrado un cadáver en el río Luján. ‘¿No será tu hermano?’, me dijo. Y yo fui. Por las condiciones del cadáver, la campera, el corte de pelo y una mueca en el diente, todo coincidía con mi hermano. Era muy probable que fuera. Estaba muy cerquita de la cárcel, la unidad 21, que luego fue un campo de concentración. Tenía un itakazo en la cabeza y le faltaban las manos. Tenía un pie cortado por arriba de la rodilla y otro más abajo y estaba atado con alambre. Es lo mismo que le pasó a Gonçalves, exactamente igual. Apareció en la ruta 4, sin manos ni pies”, cuenta Vergara.
Los restos de aquella persona fueron enterrados en una fosa común del cementerio de Campana. Faltaban tres meses para que empezara la dictadura aunque las Tres A estaban muy activas. Vergara fue a la morgue de Campana pero un oficial de apellido Schiavi lo engañó haciéndole firmar un papel para que no pudiera ver el cuerpo. Con el retorno de la democracia, empezó a militar en el peronismo y se sumó al Serpaj. Del PJ se fue en el ‘90, con el Serpaj ha organizado talleres sobre Impunidad junto con la monja Marta Pelloni.
–¿Alguna vez se lo cruzó a Pa-tti en estos años? –le preguntó Página/12.
–Una sola vez, pero a mí no me interesa Patti, el problema es la gente de Escobar.
–¿Cree que fue Patti fue el que encabezó el secuestro de su hermano?
–No creo que haya sido el que lo mató pero sé que fue uno de los punteros, porque era el jetón que realmente sabía, conocía, el que los apuntaba.
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