Vie 30.03.2007

EL PAíS  › BOTNIA ORGANIZO UNA VISITA DE PERIODISTAS ARGENTINOS A FRAY BENTOS

Sólo falta sincronizar los relojes

Los gerentes de la pastera finlandesa mostraron que todo está listo para empezar a producir. Descartaron una relocalización.

› Por Werner Pertot

Desde Fray Bentos

En Charlie y la fábrica de chocolate, una imponente construcción se encuentra cerrada por años a los ojos de la población, que solo puede imaginar lo que ocurre bajo sus chimeneas humeantes. Hasta que un grupo de niños es invitado a entrar. La historia aquí puede ser similar, sólo que en vez de chocolates la fábrica producirá pasta de celulosa y en vez de niños, los que ingresaron fueron periodistas argentinos. La magia se acaba pronto cuando se entra en la planta de Botnia, centro de la polémica entre Argentina y Uruguay. “¿Relocalizar?”, repite la pregunta de los periodistas el gerente Sami Saarela en un español rústico. “Ustedes vieron todo lo que está construido. ¡No way!”, responde finalmente. La planta –reafirma su colega uruguayo Ronald Beare– comenzará a producir a fines de septiembre o comienzos de octubre. Justo antes de las elecciones presidenciales en la Argentina.

Gris, distante, la chimenea de Botnia se alza como una sentencia de muerte a los ojos de los vecinos de Gualeguaychú. Todavía la rodean dos o tres grúas. Más de cerca se ve que, junto a ella, se yergue un edificio casi igual de alto, mitad azul y mitad gris, al que llaman “caldera de recuperación”. Allí se queman los residuos de la producción de celulosa para producir energía para la fábrica. La planta no sólo será autosuficiente, sino que incluso le venderá energía a Uruguay. El hecho de que esté instalada sobre una zona franca y de que tenga su propio puerto refuerza la idea de que se está ingresando casi en otro mundo. Un país dentro del país.

En total, el complejo tiene 550 hectáreas, rodeadas por alambrados de dos metros de alto. La rodean extensiones de monocultivo de eucalipto, entre las que se pueden ver ya algunas taladas y convertidas en troncos. En una de las entradas, dos perros duermen apartados de la lluvia que se cuela por cada rincón. “Cuestiones de seguridad”, argumenta un empleado de la planta, de casco blanco y overol celeste, mientras retira los documentos de todos los periodistas. Casi como en una aduana. “Si contaminan la cerramos”, aduce con convicción el empleado, que pide que no se publique su nombre. “Esto fue fabuloso para Fray Bentos, hasta construyeron dos barrios nuevos. Es una gran ignorancia de Argentina cortar el puente”, se queja.

Por dentro, la fábrica es un hormiguero, con 4000 personas trabajando, entre un entramado de tubos y cañerías. Por todas partes se oyen ruidos de sierras, martillos, los obreros pasan en camiones, sueldan remaches por todas partes, aun debajo de la lluvia torrencial. La primera visita es al “digestor”, una parte de la planta que tiene la forma de una cafetera, tamaño gigante. Se trata del lugar donde se hace la “cocción” de la madera y donde se separa la lignina de la fibra de celulosa. Para esto se usa un químico conocido como “licor blanco”. Tras la cocción, el residuo va a la caldera de recuperación donde se lo recicla. En el proceso se produce la energía que mantiene la fábrica andando y se eliminan los residuos por la chimenea de la fábrica.

¿Qué sale por la chimenea? Según el gerente Saarela, sólo dióxido de carbono (la cartilla de Botnia dice que “no producirá efecto invernadero”) y vapor de agua.

–¿Y azufre? –pregunta Página/12.

–Eh, un monto mínimo de azufre. Tenemos el control más exigente en cuanto a emisiones de azufre. No consideramos que pueda producir lluvia ácida.

–¿Y qué pasa con el olor? –se inquieta otro periodista.

–El olor es destruído en el proceso de combustión. Sólo se produce si hay una falla en el sistema o al encender la planta.

Siempre al acecho, los gerentes de comunicación se aprestan a aclarar que ese olor a coliflor se produce cuatro o cinco veces al año y dura de una a tres horas, siempre según la versión de Botnia.

La producción de celulosa continúa en cinco reactores de blanqueo, que tienen el aspecto de columnas, como los silos de las plantas petroquímicas. Allí se aplican los químicos que podrían contaminar el río: oxígeno, agua oxigenada, dióxido de cloro y clorato de sodio. Luego se pasa al secado de la celulosa: por decantación (parecido a colgar la ropa), por filtrado y prensado. El resultado es una fibra parecida al cartón, que se exporta para hacer papel.

A diferencia de lo que plantea Greenpeace, que propone un sistema cerrado, donde nunca se devuelve el agua, la planta tomará del río mil litros de agua por segundo, en un promedio anual y devolverá el ochenta por ciento: 800 litros por segundo. “Es una lástima que Greenpeace plantee eso”, mientras señala las piletas de tratamiento de efluentes desde la cima de uno de los edificios. “La planta trata también todos los efluentes de la ciudad de Fray Bentos, lo que es beneficioso para la comunidad”, predica Beare. El agua tardará dos días en volver al río. “Con eso resolvemos el tema ambiental”, zanja el gerente uruguayo. Los técnicos aseguran una y otra vez que el agua que se vertirá al río será “prácticamente potable”.

Si se lo piensa, el mundo de Botnia se parece en algo al de Willy Wonka, el dueño ficticio de aquella fábrica de chocolate: se trata de un país mágico donde las plantas de celulosa no contaminan, sino que casi mejoran el medio ambiente, y los pajaritos cantan sobre las cloacas que apuntan al río Uruguay.

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