› Por Edgardo Mocca *
Los comicios en la ciudad de Buenos Aires son el foco principal en el prolongado calendario electoral anterior a las presidenciales de octubre. Esto no significa que la conducta de los porteños en las urnas el próximo 3 de junio pueda ser interpretada como un adelanto de la disputa presidencial. Hay, sin embargo, varios sentidos en los que influirá en la situación política de los próximos meses.
En primer lugar, de la elección porteña emergerá un determinado “clima político”. Precedido como está por una marcada crispación en la relación entre el Gobierno y las oposiciones (el uso del plural está justificado no sólo por la dispersión de las fuerzas políticas que enfrentan al Gobierno sino por la variedad de ámbitos desde los que se hace oposición), el proceso electoral en la ciudad tendrá una fuerte influencia en ese escenario. Un triunfo de Macri o Telerman agudizaría las tendencias a la polarización y prestaría oxígeno a la posibilidad de alguna amalgama opositora para octubre. La eventual victoria de Filmus sería, obviamente, una afirmación de la iniciativa en manos del elenco gobernante.
Se juega también el centro de la escena opositora, particularmente si no fuera Filmus el vencedor. Esto es muy claro en relación con Macri, que sólo a último momento declinó su candidatura presidencial para apostar a la jefatura de gobierno porteño. Claro que la victoria del empresario no tendría una fácil traducción hacia octubre: en un ambiente político fuertemente personalizado, es difícil que el apoyo a Macri pueda traspasarse a alguno de sus aliados y la idea de que, en condición de jefe de Gobierno electo, inicie una nueva campaña electoral, en este caso para la presidencia, suena, por ahora y solamente por ahora, como política-ficción. Si ganara Telerman, la apuesta de Carrió al abandonar su intransigencia y gestar una alianza con el actual jefe de Gobierno habría convertido un virtual aislamiento de la ex diputada en un poderoso impulso a su candidatura. Mientras tanto, Lavagna decidió que lo de Buenos Aires es una elección de “alcalde” y, en consecuencia, no puso ninguna ficha en el paño electoral; la abstención no resulta muy convincente si se tiene en cuenta, por ejemplo, el antecedente de la experiencia del Frente Grande, fuerza para la cual la elección de constituyentes de 1994 fue el espaldarazo para convertirse un año después, ya transformado en el Frepaso, en la principal oposición a Menem.
Es difícil que el resultado porteño, cualquiera sea, altere el cuadro de predominio electoral del Gobierno hacia las presidenciales; ningún sondeo asigna menos de veinticinco puntos de ventaja a Néstor o Cristina Kirchner sobre el candidato ubicado segundo. Sin embargo, las condiciones para la construcción de una fuerza política propia se alteran visiblemente con este resultado. Con todos los problemas que puedan señalarse, la coalición que sostiene la candidatura de Filmus es una de las experiencias vivas y concretas de la constelación que Kirchner procura reunir a su alrededor. Es innegable el nexo simbólico que une a las más representativas de las figuras que rodean al candidato gubernamental con la experiencia centroizquierdista de los últimos años: la presencia del peronismo, mucho menos central que en otros distritos, no altera el tono plural de los apoyos del candidato del Gobierno.
Suele plantearse el interrogante acerca de por qué el Gobierno nacional no aseguró un tejido más amplio de apoyos en la ciudad, incorporando a buena parte del elenco que apoya a Telerman, incluido al propio jefe de Gobierno. En este tipo de especulaciones campea siempre cierta idea de omnipotencia oficial, como si la sola voluntad del presidente pudiera disolver mágicamente las contradicciones políticas. Y algo más: tanto la campaña electoral de los principales candidatos, como buena parte de los análisis que pretenden explicarla, obvian el más importante acontecimiento político local desde que a la ciudad le fuera reconocida su autonomía: la destitución de Aníbal Ibarra por la Legislatura de su cargo de jefe de Gobierno. Claro está: si, como parece ser para algunos una regla no escrita, en la campaña electoral es necesario hablar exclusivamente de baches y de semáforos y no “de política”, ¿qué importancia tiene que poco más de un año antes de las elecciones, un mandatario haya sido expulsado por una circunstancial mayoría legislativa? El hecho es que casi todos los actores de aquel drama institucional participan hoy de la campaña electoral, como candidatos o como apoyos tácticos; sin embargo, la tan mentada “rendición de cuentas a la ciudadanía” permanece ausente y en un hecho de tamaña sensibilidad institucional. Ni acusadores ni defensores de Ibarra traen el tema a colación: solamente el sistemático “escrache” al ex jefe de Gobierno por parte de familiares de víctimas devenidos militantes políticos –hecho sobre el que tampoco nadie siente la necesidad de pronunciarse– actualiza el tema.
El hecho es que hay una parte de los potenciales apoyos del kirchnerismo que no respalda a sus candidatos. Con cierto candor podría interpretarse la cuestión como fruto de la “autonomía de la Ciudad” o del carácter puramente local de la competencia. Sin embargo hay algo más problemático que también está en juego en la ciudad: la existencia de partidos y coaliciones políticas dotados de proyectos nacionales definidos y alternativos entre sí. El gobierno de Kirchner se ha sostenido durante todo su período apoyado en un enjambre de apoyos territoriales de carácter circunstancial y problemática coherencia política. El “kirchnerismo” termina siendo aquel partido o agrupación (peronista, radical, centroizquierdista o lo que sea) que gana en cada distrito. Como fórmula de gobernabilidad para un país que salía de un incendio es aceptable. Pero la pretensión formulada desde el Gobierno es bastante más audaz: se habla de reconfigurar el sistema de partidos políticos, de generar una fuerza plural que sostenga un proyecto de reformas y le otorgue durabilidad. Esto demandará hacia el futuro otra idea de construcción política; una concepción que separe las aguas, que incentive conductas responsables y refuerce identidades reconocibles. Si cualquiera que gana participa del proyecto, el proyecto no existe. Si es posible unir en una misma coalición a defensores de la política del Gobierno con aquellos para quienes esas políticas son el prólogo del fascismo o el propio fascismo, entonces la credibilidad política se reduce a cero. No nos escandalicemos si, en ese cuadro, el centro de las campañas lo ocupan los golpes bajos y los insultos. No nos sorprendamos de que florezca un tipo de personal político que todo lo cambia –liderazgo, partido, ideología– menos su consecuente cercanía con los cargos públicos.
No está mal que en la campaña por el Gobierno de la Ciudad, los temas locales ocupen el centro. Ahora bien, ¿cómo pensar un modelo de ciudad como Buenos Aires, desligado de un proyecto de país? Claro que si se trata de quién tiene más aptitud técnica para el alumbrado, el barrido y la limpieza, nos habremos liberado de una vez por todas de la molesta, fastidiosa y sospechosa política.
* Politólogo.
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