EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por J. M. Pasquini Durán
Sin sobresaltos transcurrió el cuarto y último aniversario de la asunción presidencial ocurrida en 2003, “cuando el país estaba agobiado, cuando los argentinos estábamos con los brazos caídos, que la noche nos llegaba y no se nos iba, cuando parecía que esta Argentina estaba por rendirse”, según palabras de Néstor Kirchner en su mensaje de conmemoración. Sin novedades en el discurso, el Presidente aprovechó la ocasión, una vez más, para recordar sus logros: “Esta Patria creció casi el 50 por ciento en los últimos años y estamos entrando en el quinto año de crecimiento. Tenemos niveles de indigencia importantes, pero la hemos bajado a un dígito. Todavía tenemos una pobreza que nos da bronca y dolor, pero la hemos bajado”. No hizo ninguna referencia a los problemas y conflictos que agobiaron al Gobierno en los dos últimos meses ni tampoco anunció nada, como esperaban los impacientes, sobre todo después de escuchar el jueves, en diálogo radial con Magdalena Ruiz Guiñazú, las alabanzas que dedicó a la senadora Cristina Fernández imaginándola en el futuro Poder Ejecutivo que asumirá el próximo 10 de diciembre.
Los actos que recordaban el 197º aniversario del 25 de Mayo patrio ocurrieron en Mendoza, cabecera principal de los radicales aliados del Gobierno, incluido el ritual del Tedéum, heredado también de aquel primer gobierno criollo de 1810. El joven obispo de San Rafael, Eduardo Taussic, en reemplazo de Juan Carlos Arancibia, titular de la diócesis, contribuyó con su homilía a mantener los ánimos calmados, porque dedicó su prédica a exaltar la importancia del antiguo ritual y celebró que la Argentina este año podrá elegir por sexta vez consecutiva, en la ceremonia cívica de los comicios, al titular de la jefatura del Estado. Entre los que creen que los obispos hablan y actúan por control remoto, obedeciendo las órdenes del cardenal Jorge Bergoglio, algunos estarán tratando de encontrar en las entrelíneas algún mensaje oculto (por ej.: los obispos piensan que Kirchner desdeña los rituales religiosos tradicionales porque no acepta la autoridad de la Iglesia Católica) y otros lo recibirán como un mensaje conciliador (el cardenal pone la otra mejilla) después de la reprimenda del jefe de Gabinete en respuesta a un análisis de Bergoglio sobre la globalización y el neoliberalismo en el plenario del Celam en Brasil. Una crítica, por cierto, casi injustificada después de leer el texto completo de la reflexión cardenalicia, cuyos sentido y contexto diferían de los habituales resúmenes periodísticos.
Cierto es que la crítica de la globalización ya no es patrimonio exclusivo de la retórica reformista. También un informe publicado el jueves 24 en The Wall Street Journal Americas reconoció que “En América latina, la globalización empeora la desigualdad de los ingresos”. Los investigadores del más importante diario de las finanzas norteamericanas señalaron: “Hace una década, la globalización del comercio prometía ser una bendición para los trabajadores de bajos ingresos en los países en desarrollo {...} Pero los resultados no encajan con la teoría”. La lectura habrá sido satisfactoria para Kirchner, que hizo una crítica demoledora al ALCA, proyecto surgido de esas teorías equivocadas, en la Cumbre de Mar del Plata delante del presidente George W. Bush. Ayer, el Presidente volvió a reivindicar la unidad de Sudamérica y al Mercosur como ámbitos naturales de pertenencia para la Argentina autodeterminada, liberada de la tutoría ávida del Fondo Monetario Internacional (FMI). Esta fue una decisión estratégica de la actual gestión, compartida con Lula da Silva de Brasil y Hugo Chávez de Venezuela, pese a que las tareas prioritarias del mandato cuatrienal estuvieron dedicadas a “escapar del infierno”. El próximo mandato, según el mensaje presidencial de la víspera, tendrá que delinear el perfil definitivo del país, a partir de la concertación política que ayer también ratificó el gobernador radical Julio Cobos, el único orador aparte de Kirchner en el mitin del Teatro Griego Frank Romero Day de Mendoza, aunque hasta hoy la formación orgánica de una coalición interpartidaria de centroizquierda, lo mismo que de centroderecha, sigue en borrador.
“Gobernamos primero minuto a minuto y ahora día por día”, puntualizó el Presidente, para remarcar la necesidad de atender la coyuntura que en las últimas semanas parecía haber acumulado la presión de demandas laborales y sociales en el lógico cuadro de tensiones políticas electorales combinadas con impericias o morosidades en diversos frentes del gobierno y la abrupta aparición de evidencias de corrupción en obras públicas. El conjunto de problemas alcanzó tal densidad, que por momentos daba la sensación de que el Gobierno, a diferencia de la mayor parte de su gestión, había perdido la iniciativa política para pasar a una actitud defensiva que no lograba apagar los focos del incendio. Los cascotes del llamado “caso Skanska” golpeaban las bases del Ministerio de Julio De Vido, una pieza estructural del gobierno debido a que esa cartera atiende temas esenciales como la energía, el transporte y las obras públicas, cuya envergadura le dio el espacio principal que en administraciones anteriores ocupaba el Ministerio de Economía.
Esta sensación fue recogida por sus críticos más serios, como el ensayista Natalio Botana, que tituló su comentario “La implosión de la hegemonía” (La Nación, 17/05/07). Al “choque de intenciones y consecuencias inesperadas –escribió Botana– se suma el contexto frágil e invertebrado de las instituciones del Estado. Esta disolución de las estructuras estatales, sujetas a la voluntad hegemónica del gobernante de turno, provoca en las provincias implosiones de diversa intensidad. Entonces crujen las posiciones de autoridad y se desmoronan súbitamente, como si la capacidad de esas autoridades no pudiese contener las presiones que vienen de afuera. Los golpes institucionales se ubican en estas encrucijadas”. Imaginar la posibilidad de “golpes institucionales” para el final de mandato de un gobierno que en las encuestas y en las calles tiene la reelección como su probabilidad más cierta expresa hasta qué punto las visiones opositoras pretendían la trascendencia de los conflictos.
Aunque con reflejos tardíos o de contragolpe, en lugar de la prevención esperable, el Gobierno fue haciéndose cargo de la mayor parte de los desafíos y en algunos casos abrió vías de salida que, así no sean definitivas, le devolvieron capacidad de decisión. Sobre todo, despejaron la impresión generalizada de que lo único que le interesaba eran las maniobras electorales, cuando en realidad los votos son decididos por lo que ocurre cada día en la vida cotidiana de los ciudadanos. Al que encuentra los subterráneos cerrados le importa poco si Telerman tiene o no el diploma de licenciado o a los que viajan en tren “como ganado” no los consuela saber que comienza el quinto año de crecimiento macroeconómico. A los pasajeros de aviones que no despegan por horas o los alcanza la propaganda de la inseguridad, real o manipulada, les importa nada, ni siquiera entienden, la lucha facciosa en el micromundo de la aeronavegación comercial, y así de seguido.
La cancelación necesaria de concesiones ferroviarias, por razones que eran válidas hace meses, y la promesa de un plan de transportes, la rápida destitución de funcionarios imputados en el “caso Skanska” y la revisión de los métodos con los que se ejecuta la urgencia de hacer obras, los anuncios relacionados con el tráfico aéreo (salarios, radares y administración civil), el impulso a los juicios contra los terroristas de Estado (la defensa de los derechos humanos fue ratificada ayer por el Presidente como un compromiso vital) para que algunos tribunales no sigan sentados sobre los expedientes dejando pasar el tiempo hasta biológico de los imputados, y otras decisiones en diversas áreas, restablecieron cierto orden de prioridades y alguna cadena de mandos.
Como tachuelas de punta en el asiento quedan en el aire algunos conflictos laborales, como el de subtes porteños, pero estos como otros casos similares de comisiones de base que no aceptan la dirección o las tácticas de sus cúpulas gremiales o responden a criterios diferentes (por caso, ATE y UPCN en el área del Estado) están radicados en el sector de servicios y sin dudas no responden a causas unívocas sino múltiples. Para citar algunas: son delegaciones gremiales combativas que obedecen a sus asambleas pero bajo la influencia de pensamientos políticos radicalizados; el gremialismo tradicional es un modelo agotado que se mantiene sólo porque en el país no se aplican los principios de la libertad sindical que auspicia la OIT debido a requerimientos de las alianzas políticas cupulares de los dirigentes tradicionales y del propio gobierno; la postergada reforma del Estado que impide contestar como es debido a las condiciones imperantes en la mayoría de los servicios públicos.
Son conflictos, por lo tanto, que requieren respuestas más complejas que las adecuadas a una demanda salarial convencional, pero también es lógico reclamarles a los huelguistas una disposición negociadora –esto es, que nadie logra el ciento por ciento de sus ambiciones– que ponga por delante de sus legítimas aspiraciones el interés de los ciudadanos que son afectados sin ser parte de los bandos en pugna. Los trabajadores de los trenes subterráneos, por ejemplo, tuvieron la flexibilidad suficiente para expresar sus reclamos sin perjudicar a los pasajeros y quizá la imaginación les permita seguir en esa armonía. El Gobierno tiene la obligación de preservar la democracia republicana contra “los golpes institucionales”, pero la sociedad tiene el derecho y el deber de construir la convivencia en libre pluralidad. Estas también son obligaciones de la coyuntura y, a la vez, decisiones estratégicas.
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