EL PAíS › OPINION
› Por Miguel Bonasso *
En abril del 2003, en víspera de las elecciones presidenciales, escribí en estas mismas páginas sobre el peligro que entrañaba hacerle el juego al “mal mayor” para no caer en un supuesto “mal menor”. El “mal mayor” era entonces Carlos Saúl Menem y cualquier progresista –aun el más crítico frente a Kirchner– puede imaginar sin mayor dificultad qué hubiera ocurrido en un país devastado por el modelo neoliberal si el ex presidente hubiera conquistado un tercer mandato, en vez de escaparse en la segunda vuelta.
Aquel argumento sigue siendo válido para las elecciones porteñas del próximo domingo. Sólo que ahora la cosa es más perversa, porque las fuerzas conservadoras presentan dos candidatos. Uno que es francamente derechista, Mauricio Macri, y otro que se disfraza de progresista, que es Jorge Telerman.
Cualquier ciudadano sensato de izquierda o centroizquierda puede también imaginar sin mayor dificultad que una segunda vuelta en la que compitan Macri y Telerman nos dejaría frente a una opción tan falsa como el título de licenciado del actual jefe de Gobierno. En cualquiera de los dos casos ganaría la derecha, es decir, el modelo neoliberal aplicado sin piedad por Menem y De la Rúa.
Por esta razón resigné en su momento mi candidatura a jefe de Gobierno y resolví apoyar sin retaceos a Daniel Filmus, junto con mis compañeros de Diálogo por Buenos Aires. Además de mi respeto por la honestidad y capacidad del ministro de Educación, no quería hacerle el juego a la derecha. No quería que la ciudadanía progresista me reprochara que por mezquindad, narcisismo o un supuesto purismo ideológico terminara abriéndole la puerta al mal mayor.
Tengo un gran respeto personal y político por algunos candidatos de la izquierda como Claudio Lozano y Patricia Walsh, pero me preocuparía mucho que los votos en su favor pudieran disminuir el caudal de Filmus, quien necesita llegar con holgura a la segunda vuelta para enfrentar a Macri, que además de mal mayor es un peligro estratégico. Algunos podrán decir que me rindo en este caso ante el voto útil, yo diría que me inclino por la honestidad y capacidad que representan Daniel Filmus y Carlos Heller. Y también apoyo el regreso a la escena pública de Aníbal Ibarra, expulsado de la Jefatura de Gobierno por un verdadero golpe de Estado urdido en la trastienda por Macri, Telerman y las fuerzas más oscuras del poder económico.
Dije hace mucho tiempo en un programa de televisión que el macrismo y el “licenciado” estaban unidos por los negocios. Mis recientes denuncias judiciales contra Telerman, su jefe de prensa Oscar Feito, el empresario Sergio Mastropietro (de la fantasmal Sol Group) y el legislador macrista Diego Santilli demuestran que hicieron negocios, sucios por añadidura, desde el mismo momento en que Aníbal Ibarra fue suspendido. Negocios perpetrados a través del sello de goma Sol Group, que crecieron de manera exponencial, cuando quien era el jefe de Gobierno elegido por el voto popular fue finalmente destituido por la Legislatura porteña.
Esas denuncias fueron realizadas –con el aporte de pruebas y los juramentos del caso– ante dos magistrados: el juez en lo penal tributario Javier López Biscayart y el juez en lo penal Luis Zelaya. El primero fue reconocido como honesto por Elisa Carrió (quien llegó a decir que el gobierno nacional lo perseguía por el caso Skanska) y al segundo me lo asignaron por sorteo en la mesa de entradas de la Cámara en lo Criminal y Correccional.
Sin embargo, esas graves acusaciones por evasión fiscal, malversación de caudales públicos y fraude contra el Estado fueron calificadas como persecución y “campaña sucia” por la señora Carrió y algunos opinadores, quienes no se detuvieron ni por un momento a preguntarse por qué el gobierno de la ciudad, en el período mayo-diciembre de 2006, había pautado publicidad por 3 millones seiscientos cincuenta mil pesos con una empresa fantasma como Sol Group, que no tiene empleados, no presentó nunca un balance ante la Inspección General de Justicia y fue vinculada por el juez López Biscayart con la nave insignia de las facturas truchas del caso Skanska: Infiniti Group.
Sería bueno que la señora Carrió, que ha hecho de la transparencia un puntal de su carrera política, se preguntara si el Telerman al cual defiende con devoción no es el mismo Telerman al que hoy apoya Eduardo Duhalde; si no es el mismo que tuvo que renunciar en 1992 a su puesto como secretario de Asuntos Institucionales y Técnicos de la Cancillería, debido al escándalo del pabellón argentino en la Expo Sevilla, que costó 3 millones doscientos mil dólares, se desplomó por fallas ostensibles de construcción y fue bautizado por Eduardo Bauzá –que no era precisamente un adalid de la transparencia– como uno de los mayores “papelones” que había prodigado la administración menemista.
No hay aquí campañas sucias sino denuncias serias, que seguirán –no les quepa duda– después del 3 de junio, después de la segunda vuelta y aun después de que asuman las autoridades de la ciudad que resulten electas.
* Diputado nacional por el PRD e integrante de Diálogo por Buenos Aires
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