EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por J. M. Pasquini Durán
Para muchos porteños que entrarán mañana al cuarto oscuro la primera sorpresa será encontrarse con veintidós (22) boletas de otros tantos partidos, movimientos, convergencias, alianzas, frentes o propuestas que están en competencia registrados ante la Justicia electoral. Los que siguen la información mediática, sobre todo la audiovisual, pensaban que sólo existían tres listas de candidatos para la gobernación de la Ciudad Autónoma (Ejecutivo y Legislativo), encabezadas por Macri, Filmus y Telerman. Los más minuciosos podían agregar otras dos cabeceras, la de Lozano y Walsh, y que estas cinco fórmulas acaparaban entre el 87 y el 94 por ciento de los votos, según los números de siete encuestadoras consultadas anteayer por este diario. Si las predicciones se confirman, las 17 boletas casi desconocidas recibirían alguna fracción de más o menos el 10 por ciento vacante de votos positivos. Este resumen demuestra que todavía es grande la fragmentación partidaria, pero los votos siguen tendencias polares. De todos modos, la mayoría de los políticos en campaña son coetáneos y casi todos han realizado sus carreras políticas en los años de la democracia refundada a fines de 1983, por lo que puede hablarse de un proceso de renovación efectiva, cuya formación definitiva está en construcción, sobre todo porque están casi borradas las más añejas fronteras partidarias y, en algunos casos, hasta ideológicas.
Pese a la relativa frescura de sus respectivas historias, los tres que marchan al tope del ranking de intención de votos tuvieron algún costado que bien podría calificarse de vergonzante o tan contradictorio con sus discursos centrales que sus consultores preferían disimularlos. Así, Macri fue perdiendo el apellido, vinculado a los negocios de los nefastos años ’90, para terminar siendo sólo Mauricio hasta en los spots publicitarios y reemplazó a Ricardo López Murphy por Gabriela Michetti. Daniel Filmus apareció recién al final al lado de Aníbal Ibarra para evitar una siempre pendiente amenaza de confrontación con padres, familiares y sobrevivientes de Cromañón y buscó “nacionalizar” la elección porteña para resaltar su adhesión al Presidente, que también puso el cuerpo para respaldar la nominación de su fiel ministro. Por su parte, Jorge Telerman se mostró al lado de su aliada, Elisa Carrió, sólo en el cierre de la campaña, en un intento de “desnacionalizar” la competencia para no perder los votos de los que podían apoyarlo a él para la ciudad y a Kirchner para la Nación.
Otro rasgo llamativo es que todos reclamaron para sí la condición de “progres”, de modo que si se hiciera caso de las declamaciones la derecha ha dejado de existir entre los porteños. Es cierto que está de moda asegurar que no existe ninguna distinción válida entre izquierda y derecha, porque esas categorías no expresarían las diferencias que importan en este tiempo de economías mundializadas, pero en países no tan actualizados como éste, en Francia por ejemplo, la rivalidad entre Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal fue reivindicada por los políticos y la prensa como la puja entre conservadores y socialistas, entre izquierda y derecha. ¡Pobres los franceses, se quedaron en el ’45!, diría Carlos Menem si alguien se interesara por sus opiniones. En Neuquén, donde también habrá elecciones mañana, el gobernador Jorge Sobisch reivindica su condición de líder de la derecha de mano dura, aunque su partido, el Movimiento Popular Neuquino, lleva de candidato a Jorge Sapag, descendiente directo de los fundadores, Elías y Felipe, que siempre actuaron como peronistas sin carnet. En varios momentos de los últimos dos años, Sobisch y Macri se miraron como si fueran del mismo palo, aunque nunca se pusieron de acuerdo sobre quién se paraba en el palo de más arriba.
Dado que aquí y ahora, entre porteños, había una sola línea aceptable, la del progresismo, los programas de los candidatos con mejores posibilidades coincidían en los temas y diferían en la capacidad que cada uno se atribuía para realizarlos antes y mejor. O sea, como sucede a menudo con las promesas de campaña, tienen un escaso valor relativo y su cumplimiento, según la experiencia, dependerá de la capacidad ciudadana para demandar su ejecución. Por otra parte, conseguir la Jefatura de Gobierno no quiere decir que automáticamente el ganador tendrá mayoría legislativa, puesto que lo más probable es que, finalizado el escrutinio dominical, habrá que convocar a la segunda vuelta para decidir entre los dos primeros, pero los legisladores electos mañana no necesitarán reconfirmación. Así sucedió en los últimos cuatro años, en los que primero Ibarra y después Telerman controlaban el Ejecutivo y Macri la Legislatura, aunque como todos son “progres” a veces no se notaba la discrepancia.
Así como la derecha finge ausencia, pese a que está y no sólo alrededor de Macri, la izquierda neta aparece multiplicada como mosaico veneciano. De las 22 listas, seis incluyen en el título alguna relación explícita con el socialismo, pero son más las que podrían figurar en la categoría. Es el caso del Frente de Izquierda Socialista Revolucionaria (Lista 506), que está compuesto por Liga Socialista Revolucionaria, Unión Socialista de los Trabajadores, Frente Obrero Socialista, MAS (de Nahuel Moreno), y también Izquierda Socialista, escindida del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST), que con Nueva Izquierda candidatean a Patricia Walsh (Lista 38) para jefa de Gobierno o legisladora, según le alcancen los votos. El Partido Comunista dejó a sus afiliados en libertad de acción (es decir, vota por Carlos Heller, segundo de Filmus, pero sin adherir a Kirchner), el Partido Obrero propone a su máxima figura, Jorge Altamira, para volver a la Legislatura donde ya estuvo un período y el MAS residual también se corta solo, sin que aquí se agote la nómina de izquierdas, sin contar a los que se anotan, sin llamarse obreros ni socialistas, en otras franjas, como la de los diputados nacionales Claudio Lozano (CTA) y María América González (ex ARI), “Buenos Aires para Todos” (Lista 277).
Algunos de estos izquierdistas aún esperan confirmación de la caída del Muro de Berlín, otros hacen algún intento de poner al día ciertas propuestas, mientras que muchos de ellos pueden encontrarse en movilizaciones callejeras de derechos humanos, ambientalistas, de gremios autoconvocados, estudiantiles y en todo lo que parezca enfrentar al injusto régimen burgués capitalista. Lo único que siguen sin lograr, casi nunca se lo proponen de verdad, es la coincidencia en una fuerza única que reúna a las fracciones en un mismo sentido y les otorgue una presencia estable, influyente y en crecimiento.
La experiencia internacional indica, Buenos Aires no es la excepción, que los centros urbanos metropolitanos, cosmopolitas y saturados de noticias tienen el sufragio volátil, rara vez secundan las tendencias nacionales mayoritarias para elegir en el propio distrito, aunque coincidan en las presidenciales, y por todo eso son un trofeo apetecido por los gobernantes de turno en el país. En esta ocasión, Telerman anticipó la fecha todo lo que la ley le permitía como parte de su estrategia de “desnacionalización”, a sabiendas que tiene en la Casa Rosada algunos enemigos poderosos, muy cercanos al presidente Kirchner, que nunca disimularon la intención de hacerle morder el polvo. De todos modos, para cualquiera son ciudades difíciles de gobernar, por la complejidad de sus componentes. Por lo general, se trata de sociedades que son hostiles con sus habitantes, la vida cotidiana es dura y de alta competición, con metabolismos dificultosos y, a la vez, con ofertas muy atractivas porque en ellas “sucede todo” y los destinos individuales pueden cambiar de un día para otro de manera radical, para bien y para mal, por circunstancias muchas veces imprevisibles.
En la ciudad, las buenas y las malas condiciones se crisparon al máximo durante la década de los ’90, cuando aparecieron zonas de Primer Mundo como Puerto Madero mientras barrios del sur retrocedían varias décadas, casi un siglo, por la exclusión, la pobreza y el desempleo. La comercialización y el consumo de drogas ilegales vinieron de la mano con la “modernidad” ficticia de las políticas injustas de los conservadores neoliberales, lo mismo que la inseguridad en todas sus formas, desde el arrebato al secuestro mafioso y el “gatillo fácil”. Reintegrar sus partes en un cuerpo de cierta armonía, con equidad distributiva y seguridad ciudadana, son algunos de los sueños que sobrevolarán mañana sobre las urnas. Por ahora, nadie tiene el futuro comprado.
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