EL PAíS › OPINION
› Por J. M. Pasquini Durán
Con una contundente mayoría en las urnas llegó al gobierno porteño el ingeniero Mauricio Macri, reconocido como propio por la derecha liberal y también por los intereses económicos concentrados de la llamada “patria contratista” en los años ’90. Con esa prosapia y cargando una derrota personal en la segunda vuelta de su primer intento, hace cuatro años, que el candidato de PRO haya insistido en el intento prueba la consistencia de la democracia como método para instalar gobierno, en lugar del fraude o del asalto militar que usaron los conservadores durante la mayor parte del siglo pasado. Tampoco son datos irrelevantes que en esta oportunidad Macri dedicó el mayor esfuerzo para presentarse como partido municipal para esquivar definiciones sobre el ámbito nacional, es decir antikirchnerista, y usó un discurso cuajado de consignas, como “la necesaria inclusión social”, alejadas del acervo ideológico de aquellos que hoy festejan la victoria como propia.
Toda la campaña PRO fue el resultado de una ingeniería electoral planificada hasta el mínimo detalle para “vender” una imagen favorable y zafar de todo lo que pudiera ponerlo en aprietos, como el último debate con su contrincante antes de la segunda vuelta, pese a que había terminado el primer escrutinio con una diferencia a favor de veintidós puntos. Si bien estos elementos contaron, y mucho, el resultado final expresó la voluntad de buena parte del electorado que busca todos los caminos posibles para que los gobernantes se hagan cargo con eficiencia de todo lo que le preocupa y necesita. También, quizá, los votantes de la mayoría quisieron tomar distancia de la enconada interna, típica de la vieja política, que enfrentó al gobierno nacional con el de la ciudad de Buenos Aires. No es una mera sofisticación metropolitana. ¿Acaso en Tierra del Fuego las riñas mafiosas entre los jefes de los partidos tradicionales no le abrieron paso al triunfo de la candidata del ARI?
Aunque el promedio que arrojó el escrutinio de la segunda vuelta porteña consolidó una diferencia de veinte puntos, 60 a 40 en números redondos, cuando se puedan analizar los diferentes barrios surgirán netas diferencias que indican que lo que se llama “marketing” electoral sólo sirve para acentuar las tendencias pero no las inventa. Con los datos en boca de urna, por ejemplo, en las zonas de Recoleta y Pilar, la fórmula Macri/Michetti logró alrededor del 70 por ciento de los votos positivos, mientras que en Centro oeste, pese a que conservaba la mayoría, el porcentaje bajaba al 51 por ciento. De cualquier modo, los porteños tendrán la oportunidad de ser gobernados por la derecha neta y directa, sin camisetas ajenas, peronistas o radicales. Por su lado, Macri será presionado por sus aliados para que abandone el aire municipal y adquiera una proyección nacional, por lo menos para respaldar alguna candidatura en las presidenciales de octubre. En su discurso triunfal, el electo jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires ya comenzó a hablar de “realizar al PRO cuando sus efectos lleguen a la Argentina entera”.
Las diferentes proporciones indican que la performance lograda por la fórmula oficialista, Filmus/Heller, ha sido más que satisfactoria, dado que en la primera vuelta había conseguido el 24 por ciento. Sin embargo, la figura del “campeón moral” puede ser un consuelo en las pérdidas deportivas, pero en estos comicios la derrota real no pudo revertirse y las responsabilidades, méritos y defectos, más tarde o más temprano tendrán dueños, pese al refrán popular que dice que las derrotas son huérfanas. En su discurso de la víspera, rodeado por los miembros del gabinete nacional en acto solidario, Daniel Filmus se hizo cargo de la pérdida, con la misma integridad individual que mostró en toda la campaña. En rigor, el ministro de Educación exhibió energía y templanza que no habían aflorado en sus tareas del área educativa. Anoche prometió que seguiría comprometido con el destino de la ciudad y, quién sabe, a lo mejor le vendría bien al distrito un cambio de autoridades partidarias.
Para el presidente Néstor Kirchner ayer no fue un buen día. Al triunfo de Macri en la Capital se sumó la derrota de Coccaro, el gobernador de Tierra del Fuego y candidato del Frente para la Victoria, a manos de la joven farmacéutica Fabiana Ríos, una militante radical sumada al ARI después de la implosión nacional de la UCR, casada con un concejal del partido de Elisa Carrió, que anoche festejó como si el distrito del extremo austral le perteneciera. La gobernadora electa lo dijo así en su discurso de triunfo: “Algunos dicen que éste es un triunfo del ARI, pero en realidad es de los fueguinos”, que por seis puntos de diferencia en el escrutinio (52 a 46 en porcentajes redondos) se anotaron, nada menos, que la primera elección de una mujer para la gobernación. De las últimas cinco elecciones en Tierra del Fuego, cuatro se decidieron en la segunda vuelta y en dos de esos ballottages perdió el candidato oficialista. Pese a estos antecedentes, tal vez el Presidente y sus consejeros deberían pensar con más detalle, con serenidad y sensatez, sobre sus políticas de alianzas en los distritos, sobre todo porque Kirchner construyó poder en su relación con la sociedad, pero carece de un partido propio y mucho menos de alcance nacional. La transversalidad primero y después la convergencia plural no son mucho más que elaboraciones teóricas y acuerdos cupulares con intendentes y gobernadores de distintas banderías a los que reúne el interés más que el amor compartido. Como sucedió con Misiones, el jefe de Estado tarda un poco en digerir las frustraciones, pero luego sale del trance hasta con sentido autocrítico. La gente que sabe repite el mismo consejo: “Mejor prevenir que curar”.
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