EL PAíS › A CINCO AÑOS DEL ASESINATO DE KOSTEKI Y SANTILLAN
› Por Alejandra Dandan
“Yo no sé si vos te acordás que al principio los medios salieron a decir que no los mataron, que se habían matado entre ellos.” Mara llegó a la estación Avellaneda tarde, cuando buena parte de las paredes del edificio se habían convertido en otra cosa, en grandes muros pintados de colores o en muestras de arte desde donde una y otra vez se mencionó el nombre de su hermano Maximiliano Kosteki y de Darío Santillán, a cinco años de los fusilamientos.
Las actividades centrales por los cinco años de los crímenes de los dos militantes piqueteros se extendieron durante todo el día en Avellaneda, donde se produjo la matanza. Hoy a las 15 se realizará el acto central. En la estación confluyeron varias organizaciones sociales convocadas por el Frente Popular Darío Santillán para intervenir desde el campo del arte en los lúgubres espacios del edificio, ocupándolo, estando.
A medianoche, los ocupantes temporales del andén salieron a caminar por la avenida Pavón hasta la base del Puente Pueyrredón, donde una vigilia de las organizaciones populares nucleadas en torno de la Corriente Aníbal Verón sumaron un campamento con una radio abierta desde donde podían escucharse algunas referencias al 26 de junio de 2002, y al gobierno de Eduardo Duhalde. “Había que darle mano dura al hambre; nosotros lo pagamos caro porque perdimos a dos compañeros de valor incalculable, pero ellos lo pagarán más caro.”
Con un único lado de la autopista cortada, la mano en dirección de Capital a provincia en bajada a la zona sur, el campamento logró sostenerse con carpas, leñas y los que se iban acercando y resistiendo ayer, como hace un año, como hace dos, como hace tres, y hasta cinco, pese a quienes gritaban “que se vayan”, del otro lado de la ruta, en la misma autopista, como envalentonados por los últimos aires pro de la Capital.
“Hace tres años se murió mi mamá”, dice Mara, lejos de ahí, a las ocho de la noche, del lado de afuera de la estación Avellaneda, frente a las luces de la calle. “Enseguida, yo caí en cama, deprimida, con psiquiatra, con pastillas, dormida. Hace un tiempo dejé todo, psiquiatra, pastillas.” En ese momento, se presentó como querellante en la causa federal de su hermano, y en la que aún se investiga la responsabilidad política de Duhalde y la del policía Alfredo Fanchiotti en los homicidios. La semana pasada, Mara se animó a pedir el expediente. “Y me traje las pericias con los llamados telefónicos”, explica.
–¿Qué encontró?
–Que hubo llamadas el 26, antes de ese día y después de ese día. Que esto estuvo programado.
Mara tenía 17 años en ese momento, ahora cumplió 22.
“Hoy llamé a Noelia, la hermana de Darío”, dice. “Le pregunté qué hacía y me dijo que se venía con Alberto para la estación.” Alberto es el papá de Noelia y Darío Santillán. “No sé qué me pasó”, dice Mara. “Pero me picó el bichito, y le dije: ‘Y... vamos a hacerle el aguante al Alberto’.”
A esa hora, la estación Avellaneda parecía una extensión de algún museo de arte moderno de algún otro lugar. O no. O no tanto. “Marx, líbranos del mal”, se leía por ahí, como en una réplica pagana de un santo. Darío y Maxi, podía verse arriba, casi contra el techo de un borde, escrito con aerosol o pintura negra. “Cortaron los puentes y las calles, pero les cortaron el dulce hilo de la vida.”
El año pasado, las mismas organizaciones sociales hicieron la primera ocupación de la estación durante 24 horas. En ese momento, cambiaron simbólicamente algunos nombres, como los carteles de la estación. “El proyecto para ponerle ‘Estación Darío y Maxi’ ya lo presentamos formalmente”, explica en este caso Gimena del Frente. “Creo que está aprobado por el ferrocarril, pero todavía tiene que conseguir una aprobación del Congreso.”
Un gráfico en el primer piso reproduce ahora la traza completa de ese ferrocarril inventado, con sus estaciones y donde Avellaneda aparece con sus nuevos nombres. El gráfico quedó instalado en una vieja sala de espera, un espacio siempre tenebroso que ayer quedó trasformado por la toma. Sobre el frente, puede leerse el “San Darío del Andén”, una especie de poema callejero, o una oración. Algo que hace de este lugar otra cosa.
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