EL PAíS › OPINION
Seis elecciones ganadas por seis fuerzas distintas, una muestra de la dispersión del sistema político. Las advertencias del domingo pasado. Lo que viene: Córdoba, Santa Fe, distintas internas oficialistas. La táctica de Kirchner desde 2005, lo que pasó en el ínterin.
› Por Mario Wainfeld
El cuadro político cambió el domingo pasado. Dos victorias imaginables, una de ellas casi cantada, impactan en el escenario nacional. Dos partidos nuevos, sin experiencia de gobierno, llegaron a Ejecutivos provinciales, en elecciones limpias. El pluralismo, la alternancia que tanto se reclaman se plasmaron donde y como deben plasmarse: en la cancha, merced al hábil desempeño de las fuerzas alternativas. La alternancia no es (ni debe ser) una gracia del oficialismo, una absurda renuncia a su ambición de poder, sino un logro de sus antagonistas. Los candidatos que primaron supieron construir su victoria.
La novedad se completa con el advenimiento de un candidato de derecha con virtualidad para competir por la presidencia, que gestionará uno de los distritos más importantes del país. El precedente más cercano, el del patibulario Antonio Domingo Bussi en Tucumán, se queda corto por la importancia relativa de las provincias pero especialmente por las potencialidades de Mauricio Macri que, a despecho de su prédica líquida de campaña, ya fue ovacionado por las derechas de Chile y España.
Bienvenido al club.
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El sistema político realmente existente, un federalismo dislocado e imperfecto, determina un calendario electoral escalonado. Muy escalonado. Su justificación retórica es la autonomía provincial, su cimiento concreto, más terreno, es el cálculo de conveniencia de los gobernadores que establecen las fechas de votación a su guisa. Dos han mordido el polvo el domingo pasado, hicieron mal las cuentas.
Extrapolar a nivel nacional esos resultados no es tan simple, extraer reglas generales una temeridad. Repasemos:
- Santiago del Estero y Corrientes eligieron gobernadores en 2005, tras sendas hecatombes institucionales. Los dos están alineados con el gobierno nacional. Son coaliciones desafiantes al anterior oficialismo encabezadas por un dirigente de prosapia radical. En Corrientes Colombi reforzó su posición en una consulta constitucional reciente, que le abrió las puertas de la reelección.
- En Catamarca ganó el Frente Cívico, otra coalición pluripartidaria liderada por un gobernador radical, que también simpatiza con el oficialismo nacional.
- En Entre Ríos revalidó el peronismo, encolumnado con el Gobierno. Paradójicamente, no llevó el sello Frente para la Victoria, cuyo paladín se quedó con el segundo lugar.
- En Río Negro, como desde 1983, triunfó la UCR. Una fuerza tradicional, con un armado territorial muy extendido (intendentes, locales partidarios, líderes sociales, punteros, “aparato”). Aunque hace unos años eso hubiera sido más imposible que asombroso, ahora integra el radicalismo K.
- En Neuquén, como siempre, ganó el MPN. Jorge Sapag sucedió a Jorge Sobisch insinuando una relación menos tensa con el gobierno nacional.
- En Capital ganó el PRO. En Tierra de Fuego, el ARI.
Si uno se pone detallista no hay ningún partido que haya ganado dos provincias. Si generaliza, repara en la supervivencia de los radicalismos que pactaron con el kirchnerismo. Si quiere ser sutil, añadiría que ni el MPN ni el macrismo ni el ARI tienen una expectativa seria de lograr alguna otra gobernación.
Para hacer una lectura panorámica de un conjunto tan diseminado en la geografía, en el color local y en los guarismos, quizá sea válido proponer un par de ejes de análisis.
Las elecciones, en un sistema perdurable, tienen como firme punto de referencia a los oficialismos, locales o nacionales. Los dueños de la agenda, del capital simbólico, del saber práctico son los que administran, las oposiciones arrancan de muy atrás. Esa tendencia se pone a prueba en tiempos revolucionarios o de sismos económico sociales. En circunstancias de relativa estabilidad y crecimiento los oficialismos tienen, como regla, las de ganar. Cualquier relevamiento empírico comprueba que ya en 2003 y lo que va de 2007 esa tendencia se convalida a nivel comunal o provincial. Aun en el disperso conjunto de los que ya eligieron gobernadores ganaron cuatro candidatos oficialistas y dos opositores.
Precisamente por eso, los cambios de mano valen doble.
El otro interpelado es, siempre (en proporciones variables) el gobierno nacional. Dos visitantes se alzaron con la victoria el domingo pasado. Los principales moradores de la Casa Rosada podrán ensayar cien explicaciones, ninguna puede soslayar que esas campanas (también) suenan por ellos.
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En agosto se votará en San Juan y Tucumán (donde son favoritos los actuales gobiernos, que son kirchneristas), en San Luis (donde retendrá la dinastía Rodríguez Saá, enfrentada al kirchnerismo) y La Rioja (cuyo pintoresquismo requiere un análisis más minucioso que el que permite esta crónica).
En septiembre el radicalismo retendría Chaco y el kirchnerista Das Neves revalidaría en Chubut.
También se votará en Córdoba y Santa Fe, que ameritan sendos párrafos aparte.
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En Santa Fe el PJ disputa hoy su interna enfrentando a los diputados Rafael Bielsa y Agustín Rossi. La percepción dominante es que ninguno podrá con el socialista Hermes Binner, quien es favorito para desplazar al justicialismo tras 24 años de primacía. El ex canciller y el titular del bloque nacional de diputados del FPV son aliados del gobierno nacional. Su interna no fue promovida desde la Rosada. El jefe de Gabinete, Alberto Fernández, intentó sin mucho fervor disuadir a Rossi para que se apeara. “No sé qué espera el Chivo (Rossi) para bajarse”, musitó ante este diario una mano derecha del jefe de Gabinete.
“Por ahí espera que le diga que se baje”, aventuró el cronista.
“Eso no se lo dirá nunca”, fue el cierre.
La interna abierta santafesina, la mayor que subsiste en todo el país será hoy. Lo más verosímil es que, fuera cual fuera su resultado, Néstor Kirchner se mantendrá prescindente en la campaña en una tesitura semejante a la elegida en Río Negro.
En 2005 la lista de Binner fue la que obtuvo más votos para diputados. En 2003 astucias truchas de sus contrincantes le birlaron la gobernación. Si llegara, sería un éxito anunciado, como fue el de Macri.
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En Córdoba el kirchnerismo tiene el corazón partido. Dos de los aspirantes se reclaman leales: Juan Schiaretti (delfín del ubicuo gobernador José Manuel de la Sota) y Luis Juez, intendente de la capital provincial. Juez es un declarado transversal afín a Kirchner, De la Sota un típico pejotista que se aposenta en el kirchnerismo como domicilio transitorio, Schiaretti, un general (R.E.) de la desperdigada tropa de Domingo Cavallo. En tanto, el radicalismo cordobés, que predominó durante muchos años, se propone terciar con su mejor espada, el senador Mario Negri.
El gobernador se elige en una sola vuelta electoral, gana la primera minoría. La contienda se presupone reñida, con la complejidad propia del ménage à trois que tanto ayudó a Macri y que le posibilitó a Fabiana Ríos ganar de atropellada. El régimen electoral puede inducir a la polarización entre dos listas, algo que puede diferirse cuando hay ballottage.
Dos sectores del kirchnerismo libran una disputa para nada sorda. Julio De Vido, Juan Carlos Mazzón y Ricardo Jaime operan para el Tano Schiaretti. Ellos urdieron una jugada concretada esta semana: sumar al ex basquetbolista Héctor Campana en la fórmula delasotista. Campana era juecista y fue borocoteado. Las aspiraciones primarias del Pichi eran competir por la intendencia de la capital provincial, como medía mal se lo transfirió.
El amor de Jaime por la escudería delasotista no es platónico, aspira a una banca de diputado, un chasis interesante para cuando se aleje de la función pública que viene desempeñando con peculiar inoperancia y opacidad.
Juez cuenta de su lado a Alberto Fernández, Patricia Vaca Narvaja y Graciela Ocaña. Su intención es mantener un equilibrio, ser muy drástico contra el gobierno provincial, muy constructivo con el nacional, un equilibrio que busca a su modo mucho más cansino el santafesino Binner. Así digirió el nombramiento de Campana, que el delasotismo presentó como un designio del propio Kirchner. Uno de sus socios principales lo exhortó a no reaccionar con su habitual estilo punzante y sarcástico, le aseguró que Kirchner no intervino, que no lo criticara. “No te preocupés, me comí una pizza de Lexotanil”, fabuló y a su manera predicó Juez.
Vaticinar el resultado es todo un albur, señalar que dos de las tres fuerzas son filokirchneristas, un dato. Filo kirchneristas, se subraya de cara a lo que sigue.
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Si volvemos a la sumatoria de mapas provinciales se registra una fenomenal dispersión del sistema político, que tiene un ancla relativa en la tendencia oficialista de los electorados. Pero las identidades nacionales están fragmentadas, correlato ostensible de las crisis partidarias.
En 2005 la pareja Kirchner produjo una conmoción desalojando al duhaldismo de su feudo bonaerense, ningún peronista (ni Carlos Menem) había podido (osado) hacerlo. Fue una jugada arriesgada, tras su concreción el kirchnerismo optó por un método conservador: indultó a todos los duhaldistas que se pasaron de bando y desistió de toda actitud innovadora en las demás provincias. Su filosofía, por darle un nombre ampuloso a una praxis conceptualmente conservadora, fue “cerrar con lo que hay” en aras de garantizarse gobernabilidad en los dos años siguientes. “Lo que hay” es un colectivo que engloba al peronismo y al radicalismo que gobiernan. Sin conflictos fuertes con las provincias, adunando al esquema a la CGT, se desistió del cambio político en busca de la paz social y económica. La nueva coalición (basada en pactos cuasi diarios, sin reclamos de pertenencia) se puso en escena en la Plaza de Mayo el 25 de Mayo de 2006. Kirchner no confía en la mayoría de sus aliados ni gusta mucho de ellos. Se trata de un acuerdo de conveniencia de doble vía. Todos los contratantes pretenden conservar su posición de gobierno en 2007: las provincias para los gobernadores, la nación para el kirchnerismo. Si se cumple esa finalidad, algo que depende del voto ciudadano, sólo se sabrá entre octubre y noviembre. En tal caso, a quien esté en la Rosada le importará poco o nada que algunas provincias cambien de mano. Es más, nuevos gobernadores, muy necesitados de validarse en la acción pueden aliviar al nuevo gobierno kirchnerista de ciertas lacras del peronismo. La fantasía sobre la transversalidad quedó en el archivo porque no se supo o no se pudo combinar con el intento de gobernabilidad. Así se podría reprisar, en condiciones más adecuadas a las modalidades (y los límites) del kirchnerismo.
Más allá de los anhelos de Kirchner, para el sistema democrático sería una bocanada de oxígeno si Binner y Juez se sumaran a la auspiciosa irrupción de Ríos, en detrimento de peronistas que ya han tenido su tiempo y han hecho suficiente daño en sus territorios.
Los traspiés en provincias no le son letales. Pero ya se dijo, para nada son motivo de festejo sino de preocupación para el Gobierno.
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La previsión del Presidente se destartaló algo de un costado no previsto, que es el clima político. La economía sigue rindiendo pero la aprobación del oficialismo ha mermado, en paridad con sus reflejos cotidianos. Problemas de nuevo cuño asedian a los ciudadanos, muchos consecuencias de los cambios acontecidos desde 2003. Al Gobierno no se le reclama que dictamine acerca de sus culpables o sobre los desvaríos que propone la oposición para deshacer esos entuertos. Se le pide que los resuelva. En materia energética, por ejemplo, no alcanza señalar con razón que un aumento de tarifas no resolverá la carestía.
Muy desentendido del imaginario simbólico de los sectores medios urbanos, el kirchnerismo no terminó de registrar que en 2005 perdió en la Capital, en Rosario y en las capitales de Córdoba y Mendoza. La idea era pactar con Julio Cobos (lo que se consiguió) y mantener la adhesión de buena parte de los que (en las distritales) eligieran a Juez o Binner.
Habrá que ver si esa especulación resulta. La impresión primera es que, ante la dispersión de la oposición, así será. Acaso haya cierta similitud con 1995, cuando Carlos Menem fue reelecto. Su ciclo político estaba en baja pero la conformidad extendida acerca de la situación económica llevó a que se apostara a su continuidad.
Como sea, el clima de victoria segura se ha enrarecido. La cerrazón del Gobierno, su falta de iniciativas novedosas en el último bienio de paz y administración tal vez no sellen su suerte, mas la dificultan. El desorden opositor puede darle una generosa mano.
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La oposición es un vocablo general que no expresa un colectivo plausible. Ricardo López Murphy se apuró a capitalizar el éxito porteño de Macri con una formidable pegatina: “Bulldog 1-pingüino 0”. En tiendas PRO observan con recelo y parsimonia su prisa. “No se arriesgó nada al principio, se mantuvo al margen ahora se adjudica el resultado. Va a tener que amansar”, describe, sonríe un poco un peronista-macrista, dotado de sentido del humor.
En tanto, el consultor Julio Aurelio sondea la intención de voto en el padrón nacional. Diz que Mauricio, Gabriela, López Murphy y un “tapado” forman parte de la pesquisa. Macri se va a reponerse a París (a la maison de Ramón Puerta), Michetti (fiel a su perfil) hará lo propio en su Laprida natal.
Va a haber que esperar.
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En su reciente libro Disonancias Guillermo O’Donnell comenta que las elecciones “razonablemente limpias, institucionalizadas”, que aseguren presencia mayoritaria y eventuales cambios de elencos, son la columna vertebral de la democracia. En Argentina las elecciones cumplen esas exigencias, la asistencia es masiva, los opositores que se dan maña pueden primar. Los resultados influyen sobre los escenarios. Las narrativas sobre hegemonías enormes o dominios impenetrables son mitos lacrimógenos de los que venían perdiendo.
La democracia, enseña entre otros O’Donnell, no se agota con el voto. Pero esa insuperada expresión de la voluntad colectiva merece más respeto que el que le asignan demasiados protagonistas.
En tiempos recientes, desde algunas facciones se exaltó la dignidad de misioneros, fueguinos y porteños, mientras se ninguneaban a los electores de otras comarcas. Allí, se insiste, media el clientelismo, los punteros. De la dignidad no se habla, se deduciría que falta.
El Presidente, a su turno y Daniel Filmus (en su única intervención infortunada en meses) menoscabaron el voto de los “capitalinos”.
El pueblo no es infalible, no es un cuerpo único como ya se dijo. Pero es la sal y la pimienta de la vida democrática. Sencillamente, merece ser oído, elija a quien elija en el variopinto espectro de la política nacional.
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