EL PAíS › LA RIQUEZA DE IRAN
En el centro de Irán, protegida de eventuales ataques, está la fábrica de acero más grande de Oriente Medio. Hasta ahora, Alemania es su principal comprador. “No hay sindicato, tenemos Ministerio de Trabajo”, explica un gerente.
› Por Martín Piqué
desde Isfahan
Se llama Fulad Mobarekeh y es la fábrica de acero más grande de Oriente Medio y el oeste de Asia. Está en el centro geográfico de Irán, al sur de la ciudad de Isfahan, rodeada de montañas y, se supone, lejos de las miradas indiscretas. Es una planta inmensa que contiene enormes galpones, hornos de fundición de hierro y óxido, máquinas para enfriar las láminas de acero, otras para galvanizarlas. En esta siderúrgica se producen 4,2 millones de toneladas de acero por año. Como reconoce el gerente de relaciones públicas, A. Najar Khodabakhsh, “es una empresa estratégica para Irán”. Por eso se entiende que haya sido instalada lejos de las fronteras y que en los últimos años de su construcción haya estado custodiada por baterías antiaéreas. “Los iraquíes quisieron bombardearla, pero no pudieron por la autonomía de sus aviones y la defensa antiaérea”, cuenta Khodabakhsh. El gerente sabe que en el caso de un hipotético conflicto con Estados Unidos, Fulad (significa acero en farsi) Mobarekeh sería uno de los primeros blancos de los bombardeos. Pero ni Khodabakhsh ni sus compañeros de trabajo consideran probable una invasión. “Si no pueden con Irak, ¿cómo se van a meter con nosotros?”
Los iraníes invitan a recorrer la fábrica. Es una experiencia que impresiona. Por la dimensión de las instalaciones, por el calor extremo de los ocho hornos de fundición, por los túneles que llegan a mil grados de temperatura, por el ruido de las máquinas chirriando y desplazando pesadísimas vigas de acero y por los números que van lanzando los anfitriones. “Irán ocupa el primer lugar en la producción de acero de todo Oriente Medio y el oeste asiático”, dice Khodabakhsh. “Exportamos el 20 por ciento de la producción. El año pasado tuvimos 600 millones de dólares en ganancias por exportaciones”, comenta. Los principales compradores de acero iraní son Alemania, Italia e India. Los dos primeros países son una figurita repetida en los diversos rubros de intercambio con Irán. Están entre los más importantes comerciales de Teherán.
Europa históricamente mantuvo notorias diferencias con Washington en la política hacia la República Islámica. Los iraníes esperan que esa autonomía se mantenga a pesar del esfuerzo por desarrollar la energía nuclear (una decisión que no tuvo en cuenta la oposición de Estados Unidos y la mayoría de los países europeos). “Antes de Angela Merkel, Alemania tenía una posición a favor de Irán. Ahora veremos. Alemania también nos compra petróleo. En su territorio viven dos millones de iraníes y nuestro país tiene acciones en Mercedes Benz”, dice uno de los guías de la delegación de periodistas argentinos. Por si acaso, los iraníes ya están pensando en un plan B. En el caso de la siderúrgica de Mobarekeh, ya calcularon que si se paralizan las exportaciones a Alemania la producción de acero será absorbida enteramente por el mercado interno. “Hasta ahora para uso interno usábamos un acero de menor calidad que importamos de países de la ex Unión Soviética.”
Las particularidades de la sociedad iraní aparecen a medida que los visitantes recorren la fábrica. La planta está equipada con máquinas italianas y belgas. Los iraníes aseguran que las nuevas son de producción propia. También están orgullosos de los salarios con los que, aseguran, “se puede vivir muy bien en Irán”. Un operador, generalmente un técnico mecánico recibido en el secundario, gana quinientos dólares; un empleado con experiencia y funciones de jefe, mil dólares; un ingeniero, dos mil. Dos jóvenes empleados a cargo de las computadoras que controlan la fundición del acero se suman a la charla. Entonces aparece el interrogante sobre la actividad sindical. “¿En la fábrica hay sindicato?”, pregunta Página/12 al gerente de Relaciones Públicas. “No, en Irán no hay sindicato. Tenemos un Ministerio de Trabajo”, contesta Khodabakhsh. Según los guías de la comitiva, las últimas huelgas que hicieron los trabajadores iraníes fueron una herramienta de lucha contra el Sha.
Un país que estuvo casi ocho años en guerra, que llegó a perder un tercio de su territorio, no pierde rápido la memoria. Aunque la vida cotidiana siga con su normalidad (una normalidad que prevé la posibilidad de un conflicto como algo natural), los iraníes siguen en contacto con las armas. La mayoría de la población adulta, inclusive mujeres, hacen entrenamiento militar desde los 16 años. Cuando terminan el secundario deben saber manejar armas y adiestrar la puntería. Después siguen con campamentos de instrucción que pueden ser de un día, de una semana o de cuarenta y cinco días. “Pueden integrarse o no a la fuerza de resistencia. Pero la idea no es que sólo sean entrenados en lo militar. También prestan ayuda en los barrios o en tareas de cultivo y ganadería”, cuenta uno de los colaboradores del gerente de la empresa.
“Nosotros tenemos una civilización de siete mil quinientos años. Y se mantiene en la actualidad con una mezcla de arte, cultura, tecnología y ciencia.” Saiz Baktash hace el comentario sin ningún atisbo de vanidad. Bajo los álamos de la gobernación de la provincia de Isfahan (sur de Teherán, centro del país), Baktash habla con la naturalidad de quien se sabe heredero de una historia muy rica. Habla en farsi y cuando cuenta historias de la civilización persa (los iraníes no son árabes, son persas. Algunos incluso suelen expresarse con desdén hacia los árabes, como sucede con paraguayos y bolivianos en la Argentina) se le nota la pasión por la historia de esta parte de la Mesopotamia. Como vicegobernador de Isfahan, Baktash es el segundo de una especie de intervención elegida por el Ejecutivo. En el sistema político de la Revolución Islámica, las provincias son administradas por gobernadores elegidos directamente por el presidente. La población elige por voto directo al presidente, a nivel comunal hace lo mismo con los alcaldes (intendentes).
Baktash es ingeniero y arquitecto. En Isfahan es responsable de una de las tareas más importantes que le pueden conceder a un funcionario iraní: dirige la Oficina de Turismo, Artesanía y Monumentos Históricos. “Hace 7500 años, en Isfahan teníamos un templo llamado Zigurat Sialk. Muchos arqueólogos escribieron libros sobre ese hallazgo. En ese momento ya existían letras, existía la escritura, había inspiraciones artísticas. En Roma y Egipto las grandes obras estaban destinadas a pasar el buen rato de los potentados. En Zigurat lo que hicieron fue una gran obra social donde todos disfrutaban. Esto sirvió como base para generar una civilización donde están mezclados el arte, la tecnología, la religión y la ciencia”, asegura Baktash. Su relato busca destacar la historia de Irán, el adelantado desarrollo cultural de los persas. Lo relaciona con el llamado al Diálogo de las Naciones que hace unos años había lanzado el ex presidente iraní, el reformista Muhammad Khatami.
En Irán hay poca humedad en el aire. Sí hay historia, también hay bellezas como las figuras de los mosaicos de siete colores de la mezquita Masjid-i Jami’Abbasi. Pero para los funcionarios iraníes, en el aire también está la acusación por el atentado a la AMIA. Al menos cuando hablan con argentinos. “He escuchado el discurso del presidente argentino del año pasado en el aniversario de la AMIA y me inspiró mucha confianza. Irán está en contra del terrorismo en cualquier aspecto que tenga en el mundo. El Islam enseña que las personas, con cualquier creencia que tengan, son parte de un todo. Espero que un día las armas se conviertan en plumas y escriban amor para la vida”, dice el jurista Seayed Corteza Bajtiari. Es nada menos que el gobernador de Isfahan, la ciudad a la que los iraníes llaman la mitad del mundo.
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