EL PAíS › OPINION
Un gobierno que se va pero que alberga al posible sucesor. Los problemas internos, la campaña y la transición conjuntas. Mensajes al que vendrá, los ministeriables. El arte de leer entre líneas. Los cálculos del Gobierno. La aritmética opositora en días de nieve y purgatorio.
› Por Mario Wainfeld
“¿Qué nos está pasando? Le daré una respuesta ortodoxamente kirchnerista: ya estamos en el purgatorio, se adelantó la etapa”. El interlocutor de Página/12 es una primera figura del Gabinete, no le faltan humor ni perspicacia. Lo que describe es cabal, el Gobierno atraviesa (padece) una coyuntura que hubiera preferido ubicar en parte cuatro meses después y en parte nunca. Ese estadio es una superación de la ominosa crisis con que encontró al país (el infierno, según Kirchner) pero no es un paraíso. Si se mira hacia atrás, el purgatorio es un inesperado avance, en el día a día hay que bancárselo.
Cuellos de botella del “modelo” económico asedian por doquier, podría llamárselos precios del éxito pero fungen como astillas: la inflación (un costo aceptado en esencia pero que se torna incordiante), el agotamiento de la capacidad instalada de la infraestructura de transporte vial y aéreo, la excitada demanda energética que crece un poco más que el PBI.
Los tiempos se adelantaron en parte porque nadie es dueño de todas las circunstancias. El Gobierno –que conserva sus blasones en materia de crecimiento, desempleo y expectativas– no maneja la sintonía fina con tanta destreza como la que tuvo en sus tramos iniciales.
La política juega también su papel, que a veces se olvida comentando el frenético suceder de las anécdotas cotidianas. Está terminando un gobierno, los manuales hablan del “pato cojo”. Néstor Kirchner se encabrita ante ese designio, pero objetivamente encara sus últimos meses como presidente, su gabinete también. Se instala que pocos quedarán, no se sabe quiénes. Martín Pescador no suelta rienda acerca de quién pasará. El consciente y el inconsciente de cada cual computan esas referencias. Muchas conductas, incluidas suspicacias excesivas o teorías conspirativas desmesuradas, tienen su lógica inscripta en la excitante e imprecisa dialéctica de cambio y continuidad.
El cierre de gestión añade una característica, el oficialismo es favorito para revalidarse, en tal caso advendrá la presidenta. La salida, la campaña, la transición, el comienzo dan la sensación de mezclarse. Según interpretan casi todos los actores, convergen dos momentos caros a los grupos de intereses para reclamar viejas deudas, consolidar posiciones a priori (con el que sale), imponer agenda, marcar la cancha, sugerir elencos (a la que pinta para venir). Las perspectivas de privar de la victoria a Cristina Fernández de Kirchner son escasas pero no nulas (ningún resultado está sellado hasta que se abren las urnas), jaquearla tiene su gracia, quién le dice que no surja un efecto Atocha.
La elite gobernante coopera con quienes le serruchan el piso. Entre sus aportes sobresalen asombrosos errores no forzados (el de Felisa Miceli) e internas magnificadas por la ansiedad de propios y extraños.
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Una cosa es ser conspirativo y otra registrar que toda sociedad alberga fuerzas corporativas poderosas. A la hora de votar su número no cuenta, pero las mayorías de capitales algo expresan y algo pueden. Son un clásico las presiones sobre los gobiernos entrantes, sugiriéndoles la agenda y, ya que estamos, su staff. Si se lee entrelíneas –no se puede hablar de política en serio sin abordarlas– van surgiendo señales, menos brutales que las sufridas por otros presidenciables.
En el siglo XX el establishment tenía su elenco estable de ministros de Economía, que se ofrecían llave en mano, desde Alvaro Alsogaray a Domingo Cavallo. Cada transición o cada crisis renovaba las ofertas, que muchos presidentes no pudieron o no quisieron resistir. Kirchner alteró esa ecuación, entonces el nivel de la exigencia se limita sin desaparecer. Puesto que se lo sabe arisco a las imposiciones, las indicaciones al kirchnerismo se constriñen a sus propias ternas, en una tácita aceptación de que sería infructuoso otro tipo de pressing.
Entre los incluidos en el casting kirchnerista ganan aceptabilidad extramuros Mario Blejer para Economía, Daniel Cameron para Infraestructura (o una jugosa mitad de ese megaministerio). Julio De Vido y Miceli han hecho lo suyo para estar en la picota, pero una ración de las tundas que reciben alude a que en estos días se empieza a formatear a los que podrían ocupar sus despachos.
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Toda la polémica en torno de Romina Picolotti debería enriquecerse, más allá de la crónica. Lo que podía ser una denuncia sobre eventual malversación de fondos devino a toda velocidad una blitzkrieg contra lógicas necesidades de cualquier gobierno. El Estado, todos lo dicen, fue desguazado y maniatado para permitir la fiesta del capitalismo salvaje. Es un lugar común pedirle que asuma nuevas funciones. Así las cosas, es hipócrita, incongruente, necio o de mala fe (categorías no excluyentes) ponerse de punta contra las contrataciones de personal calificado y lo que eso conlleva: buenos equipamientos, retribuciones medianamente dignas.
Suena naïf no advertir que la joven secretaria de Medio Ambiente intenta cambiar la ecuación respecto de grandes empresas capitalistas cuya ambición de lucro las ha llevado a contaminar ferozmente. Suena muy parcial culpar por la polución exclusivamente a los gobiernos actuales o pretéritos, locales o nacionales. Su responsabilidad por omisión es severa pero la principal recae sobre las empresas predadoras.
Piccoloti, una emergente de la sociedad civil incorporada a un gobierno últimamente muy cerrado, protagoniza un ejemplo estimulante. Poco favor le hizo ella a su propia causa cuando contrató a su hermano, un proceder quizá lícito pero muy irritativo. Una cosa es valerse de gentes de confianza y otra exponerse a cuestionamientos sensatos, no sólo de sus adversarios sino de buena parte de la opinión pública. Tampoco es ejemplar contratar aviones privados, aunque no fuera ilegal. Sólo una emergencia o un salvamento harían digerible esa opción. La malicia de los otros no habilita la torpeza de quienes, asumiendo su rol de referentes, deben ser y parecer.
Más allá de Piccoloti hay un trasfondo que se proyecta al porvenir, es un debate sobre las nuevas incumbencias del Estado. Está en boga afligirse por la injusta distribución del ingreso pero (como dice bien el politólogo Edgardo Mocca) ninguna redistribución virtuosa será posible si no crece la esfera de la presencia estatal, inimaginable si no se acrecientan su poder relativo y sus posibilidades de reclutar cuadros de nivel.
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La polémica sobre Piccoloti vino en combo con un topetazo entre el Gobierno y el diario Clarín. Alberto Fernández la encarnó por partida doble: cuando defendió a la secretaria y cuando Kirchner lo incorporó al directorio de Papel Prensa, una empresa cuya historia se enlaza con la crónica política nacional. Fernández criticó la nota que denunciaba a Piccoloti, lo que es su derecho, pero se descolocó embistiendo con ataques personales al periodista que la escribió. La réplica mediática dominante fue (razonablemente) defender al periodista y (notoriamente) disimular el choque principal.
La conflictividad entre gobiernos de la región y buena parte de los medios es un clásico de la época. Miradas perezosas fincan esos entreveros en Venezuela y los ven alborear en Ecuador. Esa narrativa simplificadora omite que también Lula de Silva tiene a los medios a la vanguardia de su oposición, que Tabaré Vázquez sólo es elogiado cuando sigue la cartilla de sus predecesores y que El Mercurio persevera en su rancia identidad pinochetista, domina el mercado y no le cede un tranco de pollo a Michelle Bachelet. La tensión no es monopolio de los gobiernos populistas, se propaga en el amplio espectro de los no conservadores, todo un detalle.
La valoración de esos fenómenos no tiene por qué ser simple ni unidimensional, queda a cargo de cada cuál. Nadie debería ignorarlos, si quiere entender lo que pasa.
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La oposición juega a la aritmética electoral, su plataforma promedio es la agenda de los medios. El colapso energético, el as de espadas con el que sueñan.
El Gobierno tiene su sala de situación en la que cuenta megavatios de a uno. Su reactividad es conspicua, tanto como su capacidad de escarmentar tras los traspiés. Esta semana inventó una movida para evitar desguarnecer a los taxistas sin GNC, evitando tropezar con una piedra que lo hizo trastabillar en abril.
La oferta energética no subió tanto como la demanda, una obviedad. En la oferta hay una deuda del Gobierno. En la respuesta a la emergencia hay una opción política que debería ser discutida aparte. A los ojos de este cronista privilegiar, en medio del frío, el consumo doméstico está bien. Y no es tan gravoso restringir otros consumos subsidiados (el GNC para autos privados) o buscar salidas ingeniosas para remedar los entuertos del transporte público.
Discutir qué hará la Argentina en el mediano y largo plazo es una deuda muy extendida. Las empresas energéticas quieren marcar el pliego en estos días de transición, algunas han estado extrañadas de Palacio por años. Otras no tanto. Otras han vuelto. Todas quieren sacar tajada en la acelerada entrada al purgatorio.
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- Ricardo López Murphy les envía una carta a sus colegas-competidores. Se ve que la recibieron porque todos van soltando que no atenderán su pedido y, casi seguro, que no la responderán.
- Los estrategas del Gobierno hacen números en una mesa de arena. “La mitad de los votos en Buenos Aires, el 60 por ciento en el NOA, el NEA y la Patagonia, el 40 en Capital, Córdoba, Mendoza y Santa Fe”, se enfervoriza un operador cristino. La media supera la mitad de los votos, en la suma nacional. Daniel Scioli, asume el estratega en medio del entusiasmo, sigue siendo central. La mitad de los votos en la provincia equivalen, grosso modo, a cerca del 20 por ciento del padrón general. Scioli ha crecido desde que se lo candidateó, ganó peso propio. Designará a su compañero de fórmula, cuentan en la Rosada, pero se ceñirá al elenco que place al Ejecutivo. Hace unos meses se maquinaba que ese trámite iba a funcionar al revés. El runrún más reciente es que Jorge Taiana sería la bisectriz entre los deseos del vice y los de Kirchner. El anuncio, comentan, se diferirá para agosto. Los días inminentes tratarán de centralizar el foco en Cristina.
El fragor ocluye algunas noticias importantes, seguramente debió tener más relieve que el salario mínimo superó la línea de pobreza. Pero el ágora mediática tiene otras preferencias, preponderan las anécdotas que tratan de excitar a la tribuna. Cuánto pesarán en los cómputos, that is the question. En tanto, a la hora de medir los ratings, arrasan la selección, la nieve y hasta la sentencia contra Carlos Carrascosa.
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