EL PAíS › HOY SE LANZA JULIO COBOS
› Por Mario Wainfeld
La anécdota se repite en palacio, no hay por qué creerla de modo textual. Las narrativas de palacio, como las parábolas bíblicas, no aspiran a ser fotografías sino pinturas impresionistas que describen (y a veces prescriben sobre) la realidad. Se cuenta que Julio Cobos, el gobernador radical de Mendoza, había resuelto abandonar la confrontación con el gobierno nacional que preconizaba su antecesor y correligionario Roberto Iglesias. Entendía que la gobernabilidad, el bienestar de sus comprovincianos y su propio prestigio estarían mejor resguardados si acentuaba la cooperación con Néstor Kirchner. Pero hete aquí que el Presidente, desconfiado y alertado por choques previos, lo trataba con frialdad. Cobos acudió a un peronista en pos de consejo sobre cómo ganarse (antes que la confianza) la oreja del Presidente. El consejo fue, palabra más palabra menos, “procurá una reunión oficial, comentale todas las necesidades de tu provincia. Contale que precisás apoyo de la Nación, pero no le pidas los fondos (eso hacen los compañeros peronistas, le da bronca), pedile las obras o los planes”. Diz que así fue, que la confianza creció, que un buen día (no muy ulterior) Kirchner le preguntó cuántos gobernadores y cuántos intendentes radicales podría sumarle a su proyecto neo-transversal cuyo nombre todavía era un arcano. “Casi todos los gobernadores, todos los intendentes”, fue la promesa. En Palacio se da por hecho que así nació lo que ahora se llama concertación y se empezó a plasmar la fórmula Cristina Fernández de Kirchner-Cobos, que pretende ser la consagración de lo que Perón no alcanzó a cerrar ni con Amadeo Sabattini en el ‘45, ni con Ricardo Balbín en el ‘73.
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¿Quién fue el consejero tan sagaz? Las versiones palaciegas se contradicen, acaso se emparienten con líneas internas. En el fondo no importa, las anécdotas de palacio, como las fábulas, no deben leerse al pie de la letra. Hay quien dice que dialogó con el eterno operador todo terreno Juan Carlos Mazzón. Otros susurran que fue el Pampa Alvaro. Jorge Alvaro es un militante setentista que supo ser conducción de Cristina Kirchner en La Plata. Estuvo preso durante toda la dictadura, se estableció luego en Mendoza, no se dedicó a la política sino a una empresa de instalaciones eléctricas. Chimentan que en 2003 Kirchner le pidió que regresara a las fuentes, a la acción política, que necesitaba gente de su confianza en Mendoza. Ahora es uno de los varios peronistas que, con variado poder y pergaminos, se internan en los laberintos de una coalición sin muchos precedentes.
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“Cobos no es muy político, ni muy radical”, dicen mendocinos peronistas. En el contexto, esa doble negatividad funciona como alabanza. “Es un mendocino típico, que sale a correr por el parque, conservador en sus costumbres, más que prolijo en sus cosas personales”, describe un zalamero que no deja de ser buen observador.
Efectivamente, el Cleto (su tercer nombre de pila le vale casi de apodo) no pertenece a una familia boina blanca. Su padre era peronista, fue funcionario del gobernador Martínez Baca. El hijo recién se afilió a la UCR en 1991. El ingeniero Cobos provenía del mundo privado y de la actividad académica, era el rector de la regional Mendoza de la Universidad Tecnológica. Fue ministro de Iglesias, primero en la intendencia de la capital cuyana, luego en la provincia. Cobos acumuló prestigio preservando su perfil “técnico”, renunció, volvió al rectorado de la Tecnológica. En el 2003, año sucedáneo “al que se vayan todos”, Iglesias lo fue a buscar, casi literalmente, a su casa. Quería otro radical que lo sucediera en la gobernación, le era menester un candidato con buena reputación, cuanto más apolítico mejor. Le ofreció ese lugar de delfín a Cobos, quien aceptó y ganó las elecciones. Con el tiempo honró la bolilla uno de la política: el que gobierna manda y, de ordinario, rompe con sus progenitores. “El delfín se metamorfoseó en tiburón”, se entretiene un operador sarcástico. Sus caminos se separaron mucho más que una letra, pero uno hoy es “K”, el otro es “L” (lavagnista). El encono es enorme, nada peor que la astilla del mismo palo, máxime si es de afiliación reciente.
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Desde 1983 en Mendoza fue regla la alternancia entre peronistas y radicales. Estos gobernaron tres veces: de 1983 a 1987 y de 1999 hasta 2007. Los peronistas enhebraron tres gobernadores, entre 1987 a 1999. La Constitución local no permite la reelección, lo que les empiojó la vida a figuras potentes como el peronista José Octavio Bordón y el ya mentado Iglesias, cuyos sucesores les salieron hijos machos.
Existe un tercer partido fuerte, de la alicaída prosapia de las derechas provinciales, el Demócrata. Los gansos jamás gobernaron la provincia por mandato de las urnas, un karma que algo quiere decir y que seguramente se confirmará en octubre.
En ese cuadro bastante tradicional, bien competitivo, la lidia peronista/radical es enconada, como un Boca-River. El diseño nacional propuesto por el Presidente, con epicentro en la bella Mendoza, arma un revuelo enorme en la política local. Es difícil superar antagonismos que llevan décadas, un tema cultural. Y, yendo más a lo material, es casi imposible armar listas de unidad que “contengan” a todos.
El experimento concertador hace ruido en los territorios. En Río Negro se dirimió compitiendo dos listas. La oficialista de la UCR con el gobernador Miguel Saiz a la cabeza, contra la del senador Miguel Pichetto por el Frente para la Victoria. Kirchner se abstuvo de incidir, de modo estentóreo. Saiz revalidó, los peronistas rionegrinos echan sapos y culebras contra la ocurrencia del Presidente patagónico. Nada indica que dejarán de votar masivamente a Cristina en octubre. De momento, de eso se trata el armado.
En Mendoza el panorama es mucho más intrincado.
- Hay una lista concertadora, que encabezará el radical César Biffi, intendente de Godoy Cruz. El acompañante de fórmula está en disputa, los radicales quieren ir a por todo. Los peronistas reclaman una boleta bipartidista, en espejo con la lista nacional. Para complicar un cuadro de por sí entreverado, el kirchnerista Pampa Alvaro avala la propuesta radical.
- Hay una lista radical, que mociona a Iglesias.
- Hay una lista del Frente para la Victoria cuyo candidato es Celso Jaque, ex intendente de Malargüe, ahora senador nacional.
- Los gansos van por su lado.
- La Coalición Cívica de Elisa Carrió propone al ex juez Luis Leiva.
No existe ballottage, quien acceda a la primera minoría se queda con la gobernación. En la Rosada dan por hecho que Biffi duplica a cualquier segundo. En otras tiendas se habla de una elección pareja. A la distancia, la prudencia sugiere esperar que se cuenten los votos.
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La Concertación es operada con fervor por Alberto Fernández, quien se reúne con Cobos una vez a la semana, por la parte baja, para armar la campaña. El Chueco Mazzón “juega” para Jaque. Los dos adalides con despacho en la Casa Rosada esgrimen razones de Estado para explicar sus respectivos alineamientos. El jefe de Gabinete se ampara en la doctrina nacional del kirchnerismo. Mazzón recuerda que Jaque fue el único dirigente mendocino que apoyó a Kirchner en la presidencial de 2003. El desempeño promedio en Mendoza fue penoso, en el orden del 10 por ciento. En Malargüe ganó el actual presidente. La lealtad se premia, pontifica el Chueco. Los detractores reconocen el esfuerzo del joven Jaque, pero atribuyen parte del resultado a razones ligadas a la geografía, la toponimia, la sociología: Malargüe se pierde en el confín sur de Mendoza, se emparienta mucho más con la Patagonia natal de Kirchner. En palacio, los argumentos se cruzan como espadas.
¿Y el consabido “todos unidos triunfaremos”? Regirá para la boleta nacional, la de Cristina y el Cleto Cobos. La mitad del padrón los elegirá, predicen los pesimistas; de los optimistas mejor ni hablar.
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Los mendocinos, como cualquier argentino de ley, saben bromear sobre sí mismos. Sobre su conservadurismo, por ejemplo. “Acá todos somos gansos, hasta los que no son gansos”, ironizan, parafraseando tan luego a Juan Perón. Atildado, parco, moderado hasta para correr por el parque, Cobos ratifica ese autorretrato. Llegado de los arrabales de la política, ratifica el saber de tantos gobernadores (peronistas, radicales, neuquinos), un conservadorismo popular bastante poco ideológico, pragmático, cuasi vecinalista.
Llega a hacer dupla con Cristina Fernández merced a un abanico de factores. Ese bagaje, los apoyos que congregó, el hecho de gobernar la provincia K más grande, ser el único gobernador de su grupo que no puede reelegir.
Sus correligionarios K, todo está amarrado al efecto, lo ratificarán hoy. No será cabal institucionalidad, el radicalismo está dividido, los que tienen poder territorial por un lado, los que manejan el partido por otro. Pero habrá un cónclave, una liturgia que contenga (y de algún modo valorice) a los aliados de Cobos.
En tanto, los gobernadores peronistas o del Frente para la Victoria ven todo con la ñata contra el vidrio, desde afuera. Se anoticiaron por los diarios de la unción de Cristina, fueron dejados de lado en la conformación de la fórmula presidencial que no los complace. En voz baja, despotrican como lo hizo Pichetto en Río Negro y como lo hacen los aliados de Jaque en Mendoza. Ningún peronista se bajará de un tren que parece conducir a la victoria, pero los dientes rechinan. Las proyecciones futuras de esa bronca abandónica serán un dato a tomar en cuenta, aunque no son la noticia de hoy.
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